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 domingo, 25 de abril de 2004

Hogares de una pieza. Gabriela R. tiene cuatro hijos y sólo 150 pesos al mes
"Nunca pensé en vivir en una pensión, pero era eso o la villa"
Pagaba $200, pero después se enteró que no era un inquilinato, sino una casa tomada

"Yo siempre dije que nunca iba a vivir en una pensión, pero ahora, ¿qué me queda si no? Era eso o la villa", afirma Gabriela R. Hace cuatro años y medio la mujer perdió un juicio de desalojo y salió a buscar una pieza para ella y cuatro de sus hijos. Por 200 pesos encontró una en pleno centro, aunque meses más tarde se enteraría de que el lugar no era realmente una pensión, sino una casa usurpada. Puntualmente, sin embargo, la "encargada" del hospedaje le pasaba a cobrar la habitación, hasta que los cortes reiterados de los servicios hicieron que Gabriela se enterara de la estafa. Desde entonces nunca más pagó. Ni ella, ni las otras 12 personas que siguen ocupando la casa.

Además de Gabriela (36) y sus chicos -uno de ellos discapacitado- en el lugar viven su madre y el esposo, una pareja, otro matrimonio con su hija y un hombre mayor. Todos con muy bajos ingresos: alguna que otra jubilación, una pensión graciable y las monedas que gana un lustrabotas. Ella cobra un plan Jefes de Hogar y hace malabarismos para estirarlo: retira una caja alimentaria de la provincia, a veces busca ropa en Cáritas y remedios en el hospital.

Con esos pocos ingresos, explica Gabriela, no les queda otra que engancharse al cable y la luz, y conformarse con apenas un poco de agua. También les faltan buena parte de los vidrios del zaguancito central, adonde desemboca la escalera de un ingreso sin timbre. "Nos hemos agarrado cada bronquitis", cuenta. Es que al lugar también da uno de los dos baños de la casa, que hasta no hace mucho tiempo llegaron a usar unas 20 personas.


Puro cuento
El increíble relato es que llegó al lugar junto a sus hijos después de acordar que pagaría 200 pesos por una sola pieza. Le habían prometido una heladera en funcionamiento (cosa que necesitaba porque había vendido la suya para pagar el camioncito de la mudanza), gas, luz y agua caliente. Pero al poco tiempo se dio cuenta de que nada de eso existía. Y es más: también descubrió que la casa no era una pensión, sino otra de las más de 15 propiedades céntricas usurpadas por una mujer que se presentaba como la "encargada" de cobrar a los inquilinos.

Ni lerda ni perezosa alertó a sus compañeros de techo y nunca más nadie pagó, a pesar de los "aprietes y amenazas" que Gabriela recibió de la cobradora, a quien define como una verdadera "capomafia".

Al momento de mudarse, la mayoría de los pensionistas eran peruanos. "Buena gente, muy trabajadora, con chiquitos que iban a la escuela", recuerda. La cosa anduvo bien hasta que "un día Migraciones, con la Federal, casi tira la puerta abajo". Ese fue el fin de los peruanos en Rosario.

Problemas de convivencia siempre hay. Por la limpieza del baño, por la desaparición de cosas, por la música alta. Pero en la casa de Gabriela ahora todo está más que tranquilo y ella cuida obsesivamente los espacios que ocupa. "Lo que pasa es que en una casa vieja podés vivir fregando y siempre parece que está todo mal", se queja.

Para Gabriela, en una pensión "tenés que aprender a vivir de una forma que nunca imaginarías". Y recuerda el día en que amaneció con el cadáver de un pensionista en la habitación de al lado y el basural que tiene en el patio de abajo (producto de lo que dejaron otros huéspedes, más dispuestos a tirar los desperdicios que a sacarlos a la calle). Pero aun así dice que "la muerte son las cucarachas y los alacranes", imposibles de erradicar por la antigüedad y las humedades de la casa.

De todas formas se consuela pensando que ese fue uno de los mejores lugares que encontró. "Estuve todo un día recorriendo pensiones y nadie se puede imaginar lo que vi: casas repletas de gente de la noche, tipos con unas caras... Y yo me preguntaba: ¿cómo voy a dejar a mi hija acá si tengo que salir?".

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Gabriela sobrevive en la humedad y el frío.

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