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 sábado, 24 de abril de 2004

Editorial
FMI: autocrítica ausente

Las recientes declaraciones de la titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), Anne Krueger, y del presidente del Banco Mundial (BM), James Wolfensohn, instando a la Argentina a elevar el porcentaje de superávit y priorizar el pago de la deuda externa sobre el gasto social revelan que, a pesar de la grave crisis que azotó al país y cuyos efectos se prolongan en el presente, los organismos multilaterales distan de haber admitido la cuota de responsabilidad que tuvieron en el estallido.

Para graficar su explícito reclamo de divisas frescas, el jefe del BM utilizó una analogía con la economía familiar que reviste polémicas aristas: "Todos quieren invertir el dinero en fines sociales y nadie lo quiere más que el Banco Mundial, pero tiene que haber responsabilidad sobre las obligaciones que se han contraído -afirmó Wolfensohn, y de inmediato entró en materia-. No se puede estar siempre sin pagar las deudas, las tarjetas de crédito, la hipoteca de la casa, porque quiero educar a mis hijos". Si se apela al mismo recurso expresivo que el funcionario, cabría acotar que en este caso puntual -el de la Argentina- no se trata de pagar "las tarjetas de crédito" ni se intenta "educar a los hijos". Con más de la mitad de la población situada por debajo de la línea de pobreza, las necesidades son mucho más crudas. Sobre todo si se recuerdan -a modo de ejemplo- las patéticas imágenes del hambre en la provincia de Tucumán o se recorren los gigantescos cinturones de miseria que rodean a las principales capitales de la República.

Y no es que desde esta columna se inste a no cumplir con las obligaciones contraídas -tal cual parece haber insinuado Wolfensohn que el país pretende hacer-, sino simplemente a reconocer las prioridades básicas, las razones de lesa humanidad. El país está en emergencia y no llegó a esa situación por exclusiva responsabilidad de sus dirigentes, sino como consecuencia de la aplicación a rajatabla de un modelo que ya exhibió con claridad su verdadera naturaleza, fundada sobre la exclusión y las desigualdades.

Sin embargo, se insiste, la autocrítica por parte de los organismos internacionales de crédito -que llegaron a mostrar a la Argentina como una nación "modelo"- continúa ausente. Y no pueden caber dudas de que esa conducta no se alterará, lisa y llanamente porque no pertenece a la misma naturaleza de las cosas. Corresponde al pueblo y los gobernantes argentinos defender los intereses del país, algo que no ha sucedido con frecuencia en el pasado. Sin deshonrar las obligaciones adquiridas en el exterior, pero fijando plazos razonables y limitando exigencias desmedidas.

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