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 sábado, 24 de abril de 2004

Humor y literatura en la escuela
Patricia Suárez: "Los textos son como semillas, los plantás una vez y crecen"
La escritora rosarinaafirma que hay que perderles el miedo a los libros y crear hábitos de lectura

Marcela Isaías /La Capital

La escritora Patricia Suárez está convencida de que el humor es un arma contra la desesperanza y que por eso es preciso enseñar a reírse. También que los textos son semillas que deben ser plantadas, y que la escuela mucho puede hacer por esto. Con esa convicción se dedicó a recopilar coplas humorísticas de América latina y España.

"Un cocodrilo te canta". Recopilación de coplas humorísticas, editado por Homo Sapiens, es el libro resultado de ese trabajo ahora destinado a chicos y grandes. Está integrado por "esa forma poética -dice en el texto- que trasciende las fronteras y aunque con giros propios de cada país son idénticas entre sí". Las mismas formas culturales que muestran "cómo los pueblos se las ingenian para decir las verdades más profundas".

Patricia Suárez es rosarina, autora de diversos libros y publicaciones; entre ellos, "Rata paseandera", "Fluido Manchester", "Historia de Pollito Belleza", "La escritura literaria". A fines de 2003 recibió el Premio Clarín de Novela, por su obra "Perdida en el momento".

-¿Por qué se te ocurrió recopilar coplas humorísticas?

-Carlos Silveyra, el director de varias colecciones de Homo Sapiens, me ofreció formar parte del proyecto, una colección sobre folclore argentino y latinoamericano en la que se hiciera hincapié en el aspecto lúdico y dirigida a niños y adultos. Me interesaba muchísimo trabajar con este material.

-¿Qué lugar ocupa el humor en la literatura para niños?

-Un lugar primordial. Casi no hay literatura para niños que no contenga el humor, o por lo menos la frescura. Creo que hasta "Corazón" con lo lacrimógena que es contiene partes de humor. Si uno enseña al otro a reírse y le muestra que el humor puede ser un arma contra la desesperanza, el modo menos cruel de autocrítica y una herramienta de reflexión, el otro gana en confianza en sí mismo.

-¿Y en la escuela?

-Humor en la escuela, en el momento actual que vivimos, es casi una paradoja. Con que haya buen humor a la hora de enfrentar los problemas cotidianos y muchas veces trágicos, ya es bastante.

-Por lo general suele pensarse que este tipo de lecturas, quizás por los juegos de palabras, son para los más pequeños ¿Es así?

-No. Justamente la copla es el ejemplo de lo contrario. La copla nace espontáneamente aún hoy en distintos ámbitos populares como la cancha de fútbol, las despedidas de soltero y hasta las marchas de protesta. Las que están reunidas en el libro forman parte del bagaje cultural de nuestra lengua, fueron recitadas y recordadas por cientos de hombres y mujeres y en ocasiones cantadas a los niños. Son nuestro idiolecto cultural, como los refranes, los dichos, los insultos, los rezos.

-¿Te leían coplas, canciones, adivinanzas, poesías cuando eras una alumna pequeña? ¿Qué recuerdos tenés?

-Yo era muy lectora y comencé a visitar la biblioteca de mi escuela como a los 8 o 9 años. Sacaba cuanto libro podía; recuerdo muy claramente una especie de florilegio -¡qué palabra antigua esta!- de la colección Billiken que contenía muchas poesías castellanas. Después leí romancillos, el famoso de Conde Niño del que nadie se salva, y en la pubertad uno siempre está copiando y memorizando poemas y canciones. En ese entonces leí Machado, Alberti, García Lorca, Darío, Bécquer... Leía como lee un niño: atento a disfrutar de la palabra escrita. Mi infancia transcurrió durante la dictadura; no había un espacio de libertad en torno a la palabra escrita. Tengo la sensación -pero quizá se trate de recuerdos deformados- de que las docentes no animaban la lectura de folclore argentino o de poesía en general, ni ningún tipo de lectura hedónica.

-Por estos días de tanta conmoción por lo que leen o dejan de leer los chicos, o bien por lo que entienden o dejan de entender de lo que leen ¿qué es lo que más te preocupa al respecto?

-Creo que este problema se abre en dos. Uno es el que no entiendan porque no tienen las herramientas cognitivas que deben tener a determinada edad, porque la escuela no se las brindó, o por la crisis económica, la pobreza, o lo que fuera. Ese punto es gravísimo, porque es a través de las primeras lecturas como se crea un criterio lector, un hábito por la lectura, etcétera. Ser lectores no nos convierte a priori en buenas personas, pero nos abre un mundo nuevo de posibilidades; la lectura nos enseña a ser creativos, a ejercitar el pensamiento. Esto último hace falta terriblemente en el mundo que nos toca vivir hoy.

-¿Cuál es el otro punto?

-El otro punto sería el que los chicos no entiendan lo que leen porque aún no tienen el grado de madurez necesaria para comprender. Más allá de que haya algo de cierto en esta premisa, ninguna estadística nos dice que un chico de nueve años no pueda entender el Martín Fierro y un adulto de cuarenta sí. Lo mismo si lo invertimos y pensamos que Caperucita Roja es una lectura que debe hacerse exclusivamente en la infancia. Los textos son textos, hay que perderles el miedo. Yo leí Hamlet a los 13 años y no entendí nada: me limitaba a subrayar las frases que me gustaban para fanfarronear de sabihonda entre mis amiguitos. Después lo releí. Los textos son semillas. Los plantás una vez y crecen. Pero hay que seguir plantando siempre.

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"La lectura nos enseña a ser creativos y a ejercitar el pensamiento".

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