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 domingo, 18 de noviembre de 2007  
Un policía se tirotea y frustrar el robo a un colegio
Fue la madrugada de ayer en la escuela de los padres Capuccinos de Villa Gobernador Gálvez

Leo Graciarena / La Capital

Cuentan que fue una balacera importante, sin embargo nadie vio alterado su sueño durante la madrugada de ayer en Villa Diego Oeste, un barrio en el cual —dicen los vecinos— el retumbar de disparos es algo normal. Pero los disparos existieron y un sargento del Comando Radioeléctrico de Villa Gobernador Gálvez terminó con un balazo en la ingle al frustrar junto a un compañero un asalto a la escuela Teodelina F. de Alvear, más conocida como el colegio de los Capuccinos. Fueron cuatro los ladrones que, encapuchados, entraron al colegio para robar la recaudación de la peña de fin de año que se concretó anoche. Pero el llamado de un vecino alertó a la policía y, tiroteo mediante, la banda huyó y uno de los maleantes cayó detenido.

   El sargento baleado es Luis Alberto Curvelo. Tiene 48 años, está casado y es padre de tres chicos. Hace 25 años que está en la fuerza y entre la noche del viernes y la mañana del sábado cumplía su turno en el Comando Radioeléctrico. Eran las 3 de la mañana cuando en la radio de su móvil se propaló un alerta.

   Cuatro hombres habían entrado al predio de la escuela Teodelina F. de Alvear, en bulevar San Diego entre Alvarez Thomas y Zapala. Entonces, junto al agente Cristian L., de 25 años, llegaron al predio que ocupa cuatro manzanas delimitadas por un alto tapial.

   Sin bajarse del móvil dieron dos vueltas completas al complejo y no visualizaron nada. Fue entonces que Curvelo y su compañero entraron al colegio por el mismo lugar por el que lo habían hecho los maleantes. Un portón para vehículos que está junto a la puerta principal.



Amplio predio. El colegio pertenece a la congregación de hermanos Menesianos y está ubicado frente al tanque de agua de Villa Gobernador Gálvez. En el edificio, que tiene su ingreso por bulevar San Diego al 1000, cursan educación primaria y secundaria unos 1.800 alumnos en dos turnos.

   El 50 por ciento del predio, en el que también se levanta una capilla, está parquizado con enormes eucaliptos que se erigen desde que los Capuccinos llegaron al colegio fundado por la familia Alvear en 1914. De noche, y para ahorrar energía, todo esa zona queda a oscuras. Una media docena de canchas de fútbol, parrilleros y un quincho, además del patio para los alumnos y juegos para los niños de jardín de infante, quedan sumidos en la oscuridad.

   Cuando los dos vigilantes saltaron el portón, de unos 2 metros de alto, los hampones llevaban largamente la delantera. Ya habían abierto dos puertas en la zona del albergue donde viven cinco religiosos y merodeaban por el interior del edificio.

   Todo indica que los ladrones estaban detrás de la recaudación de la peña que el colegio organizó como despedida de año. Una fiesta para unas 1.200 personas a 5 pesos por cabeza. Pero tenían mala información ya que la institución tiene todas sus cuentas bancarizadas y no manejan dinero en efectivo.



Tiros y corridas. En su peregrinar delictivo, los ladrones se sirvieron una Coca Cola y un vino tinto, que luego abandonaron. Y cuando estaban en plena recorrida por el edificio, uno de ellos se topó con el sargento. De ese encuentro quedó como testimonio un impacto de bala grabado en una de las aulas. Y a partir de ese disparo inicial, todo se precipitó.

   En la oscuridad y pistola en mano, Curvelo comenzó a correr a los hampones hacia el extremo noroeste del predio y al llegar a una zona arbolada sintió el ardor provocado por el balazo. Cayó de bruces al piso. El proyectil le impactó en la ingle y se le instaló en el muslo derecho. Fue entonces que escuchó que uno de los maleantes le ordenaba a su cómplice: “Ponelo, ponelo”, para que lo mate.

   “El ladrón le quitó su arma reglamentaria y cuando estaba por matarlo, apareció el otro policía y enfrentó a tiros a los tipos”, explicó un vocero.

   Con su compañero herido, el agente Cristian L. se parapetó detrás de un árbol y lo cubrió. La ferocidad del intercambio quedó reflejada en los impactos en troncos y paredes.



La huida. Mientras el policía evacuaba a su compañero, los ladrones treparon el tapial y huyeron por los fondos del colegio. En su huida dejaron olvidada una capucha improvisada con la manga de un pulóver.

   Según pudo reconstruirse, el ladrón que hirió a Curvelo huyó tras enfrentarse a balazos en las inmediaciones con agentes de otra patrulla que llegó en apoyo. Pero Javier Jesús G., de 25 años, cayó preso porque al tirarse del tapial se lastimó un tobillo y no pudo correr.

   Fuentes policiales indicaron que el detenido cuenta con antecedentes penales y que no estaba armado. Sin emabrgo, en Sáenz Peña al 1100, debajo de un auto, la policía halló un revólver calibre 38 y una capucha. Curvelo fue internado en un sanatorio de Rosario y anoche estaba fuera de peligro.
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El tradicional colegio de Villa Gobernador Gálvez ocupa un amplio predio.

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