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domingo,
18 de
noviembre de
2007 |
Los cables sueltos del expediente
Para una condena se requiere certeza acerca del hecho ocurrido y juzgado. Sin embargo, basta leer la causa por la que fue condenado Pablo Figueroa para notar la cantidad de cabos sueltos que aún penden de ella. A saber:
Las discordancias de los tres policías que estaban con Martínez fue abrumadora en la reconstrucción del hecho. Discreparon en puntos como la ubicación de los móviles, la mecánica de la agresión y el lugar por donde los jóvenes huyeron.
Se detectaron gruesas irregularidades en las actas policiales. El empleado que elaboró la del homicidio fue un oficial principal de la Patrulla Urbana, de apellido Iriarte, que describió circunstancias del hecho, tiempo y modo sin estar en la escena del crimen.
Los testigos civiles negaron con énfasis en Tribunales haber visto lo que se les atribuye en el acta policial.
Figueroa siempre negó haber tenido participación en el crimen. El adolescente que fue hallado penalmente responsable como ejecutor, Heraldo Vera, no lo reconoció como el joven que lo acompañaba en la bicicleta. Dijo que nunca lo había visto antes. Para la jueza Raquel Cosgaya, que procesó a Pachi, se trató de una argucia para favorecerlo. Pero si fue una argucia no queda probado.
A lo largo del proceso nunca se dilucidó el lugar que ocupó cada uno de los dos jóvenes en la bicicleta. El oficial subayudante Cervasio relató que el menor recibió el arma, se bajó de la bicicleta y, a unos 15 metros del auto, disparó contra el sargento Martínez. Luego, según el relato policial, escapó corriendo en dirección contraria a la de su cómplice que se alejaba de la escena a bordo de la bicicleta. Lo que no queda claro es cómo hizo, si estaba a pie, para ser atrapado minutos después a siete cuadras de allí y andando en la bicicleta.
Jamás se determinó el móvil del crimen de Martínez. Y nunca apareció el arma.
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