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| jueves,
25 de
octubre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—“Querido Inocencio: a orillas del mar, parado en el límite de la tierra y mirando hacia esa inmensidad que se extiende hasta el lejano y misterioso horizonte, se pierde en las profundidades y se confunde con el cielo infinito, he pensado que hay otro mundo que reposa y espera”.
—Esta es una carta que me escribe Candi desde un lugar de la Costa Atlántica (pues parece que su propósito es encontrarse con otro mundo y otros personajes, tales como lobos marinos y ballenas) y por eso las comillas. Claro que para eso tendrá que llegar a Puerto Madryn, lugar en donde alguna vez una buena persona llamada Alfredo vivió y, como Quijote, anduvo recorriendo la zona entre mar, cielo y tierra, distribuyendo el semanario que él mismo editaba. Pero esa es otra historia, sigo leyendo:
—“En ese otro mundo, amigo mío, que se distingue tanto del que supimos construir los seres humanos, sólo parece que hay equilibrio, armonía, justicia dirigida por el código del orden natural, y paz. Cuando ese otro mundo del que hablo se estremece, es porque el hombre anda por allí con esa presencia que provoca temores. Caminando por la playa, querido Inocencio, he visto algo que me ha sobrecogido. Un ave yacía en tierra mal herida, en los últimos momentos de su vida. Sus últimos aleteos eran una manifestación de ese fuerte deseo de seguir volando y de esa trágica impotencia por no poder lograrlo. A su lado, confundidas, caminando despacio, giraban y giraban otras de su especie que de pronto la miraban. Allí nos quedamos todos: yo a una prudente distancia, ella medio muerta y esas otras que no paraban de girar como esperando que un milagro, un hecho maravilloso, impulsara de nuevo a la compañera hacia la inmensidad de cielo y mar. Finalmente, los aleteos cesaron, todo se hizo nada y la soledad remontó vuelo, en una bandada triste.
—¿Dónde irá la soledad cuando vuela, Candi?
—“Me quedé pensando, Inocencio, en que ese otro mundo es muy distinto al nuestro. Ahora mismo usted podrá leer en los diarios o enterarse por los informativos de que un ser humano a muerto y no de muerte natural. ¿A quién le importa? Sólo a sus seres queridos. Es decir, ese “ser” llamado a ser maravilloso y trascendente es para el mundo apenas una abstracción. Y nosotros, Inocencio, los de este mundo, pasamos de largo, no damos vuelta alrededor de ese ser, ni remontamos vuelo, tristes, porque una vida se perdió contra la voluntad de la creación”.
Candi II
([email protected])
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