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domingo,
26 de
agosto de
2007 |
Memorias de Tarragona
A principios de los 70 se habían cruzado en actos y movilizaciones partidarias. Pero fueron las circunstancias de vivir en el extranjero lo que los acercó hacia 1980, en la ciudad de Barcelona, España. “Un día —cuenta Arturo Gandolla— un socio que yo tenía en mi estudio jurídico abre la puerta y aparece Rafael, que acababa de llegar”.
Había mucho de qué hablar. “Nos pusimos a charlar de la situación en que se encontraba la Argentina, de su secuestro y detención clandestina”, recuerda Gandolla, en alusión al período en que Bielsa estuvo detenido-desaparecido en un centro clandestino de Funes, entre mayo y junio de 1977.
“Rafael vivía en la casa de un amigo y no tenía ningún proyecto. Entonces le ofrecimos integrarse al estudio; en ese momento él hacía el trámite de convalidación de su título”. Finalmente Bielsa se instaló en la ciudad de Tarragona, en el sur de Cataluña, a cien kilómetros de Barcelona, donde transcurrió el resto de su exilio.
El trabajo y el contacto con los amigos —frecuentaba la Casa Argentina de Cataluña— no vencieron la nostalgia. “Siempre decía que tenía la duda de volver o no a la Argentina —dice Gandolla—. Pensar eso te predispone de una manera distinta: si tenés la seguridad de que no podés volver, te preparás mentalmente para otra cosa. Rafael no la tenía y vivía su exilio con mucha melancolía, con mucho dolor. Extrañaba más que cualquiera de nosotros”.
“Cuando estaba en Tarragona me iba a tomar un café al puerto para ver salir barcos, imaginándome que iba hacia la Argentina”, contaría más tarde Bielsa. Pero la distancia también aguzaba la memoria, y cualquier vínculo anterior, en la nueva circunstancia, adquiría una importancia extraordinaria. “Un día, en Barcelona, estábamos cruzando una calle y de frente nos cruzamos con una persona. Rafael lo mira y le dice: «el mejor director de orquesta que tuvo la sinfónica de Rosario». Le empezó a hacer referencia a sus obras y a dónde lo había escuchado. El tipo estaba chocho, imaginate esa sensación de dos rosarinos amantes de la música encontrándose en una calle de Barcelona”.
El regreso era un pensamiento insistente, hasta que se concretó. “Ibamos en auto a hacer una medida judicial en el Valle de Arán, en los Pirineos —relata Gandolla—. Era una tarde gris. Recuerdo que atravesamos un túnel muy largo y en ascenso, y cuando salimos descubrimos que todo estaba nevado. Entonces Rafael me dijo: «cuando puedas estacioná, este es el paisaje que necesito para decirte algo».”
Una propuesta de trabajo de un discípulo de su abuelo lo había decidido. “Extrañaba mucho. Quería volver, no se hallaba en Cataluña y tenía proyectos que quería retomar. Lo charlamos mucho, pero desde el primer momento tuve la sensación de que se trataba de una decisión inquebrantable”.
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