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 domingo, 15 de julio de 2007  
[Lecturas]
Historia para pensar

María Luisa Mugica

  • Sectores populares, cultura y política, de Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero. Siglo XXI, Buenos Aires, 2007, 214 pp., $ 26.

    Publicado originalmente en 1995, este libro estudia cómo se configuraron las sociedades barriales y los sectores populares urbanos apuntando especialmente a sus prácticas culturales y políticas y a la transformación de sus rasgos identitarios en el Buenos Aires de la entreguerra. Precisamente la reconstrucción de esas identidades colectivas —desde una identidad centrada en el trabajo, crítica y contestataria de fines del siglo XIX y principios del XX, a otra popular, conformista y reformista, propia de las décadas del 20 y 30 hasta el surgimiento del peronismo— se produce en el marco de las nuevas sociedades barriales. He aquí el núcleo más novedoso que sigue presentando el texto y es el que alude a unas instituciones características de los barrios que se fueron conformando en Buenos Aires con motivo del crecimiento urbano y la ocupación del espacio, marcados por la separación física entre el lugar de trabajo y la vivienda del trabajador.

    Entre las instituciones fundamentales para la configuración de la nueva sociabilidad y las nuevas prácticas políticas se encuentran los cafés, los clubes de barrio, el comité partidario, las sociedades de fomento, las bibliotecas populares y la parroquia, aunque los autores sólo analizan las tres últimas. En esos espacios se puede observar la importancia que tenía la cultura letrada, a través de periódicos, folletines, novelitas y libros baratos y las infaltables conferencias que gozaban de tanto prestigio. Los autores recorren y examinan colecciones de libros baratos editados entre otros por La Nación, Tor, Sopena y algunas revistas, poniendo énfasis en los objetivos, los temas, los títulos más exitosos, preocupaciones que apuntan a cuestiones valorativas o aspectos simbólicos de la cultura. Las bibliotecas, los libros, las conferencias, los cursos de capacitación profesional, las actividades artísticas, recreativas, bailes, fiestas, pic-nics, dan cuenta de una nueva forma de sociabilidad muy distinta a la previa a los años 20.

    Otro aspecto a resaltar del libro es que piensa a los sectores populares urbanos como sujetos históricos instalando la categoría “sectores populares”, hoy de uso frecuente. Claro que ya la habían puesto en circulación un poco antes de la primera edición, en los medios académicos, en congresos o encuentros de distinto tipo, siendo objeto de fuertes discusiones y polémicas. Una categoría que alude a prácticas y representaciones fundamentales a la hora de analizar la identidad de los actores sociales, más lábil que la de clase social y quizás más útil para pensar contextos sociales como el de Buenos Aires de entonces, en el que los obreros industriales no constituían el grupo hegemónico de los sectores populares.

    Posiblemente el artículo más desactualizado del libro sea el último, el balance historiográfico sobre los sectores populares y la historia del movimiento obrero, que data de 1986. Desde entonces han aparecido numerosos textos que dan cuenta de las problemáticas que aquí aún se presentan como en ciernes. El balance se revela casi como un documento para los historiadores que se ocupan de estudiar la producción histórica de mediados de los años 80. En ese sentido tiene como horizonte el retorno a la democracia y algunos nuevos desafíos para la historiografía académica universitaria.

    Sin embargo el texto en su conjunto sigue teniendo vigencia. Combina las características de los textos universitarios, las clásicas marcas de historicidad y rigurosidad en el manejo de las fuentes con una prosa ágil que permite que pueda ser leído por lectores interesados en libros de historia. De ese modo articula los campos de la historia sociocultural y política y permite acercar la producción académica universitaria a un público más vasto aunando de este modo las viejas —aunque no por ello desactualizadas— preocupaciones del discurso histórico, la legitimidad teórica y la función social que alude al presente como cantera abierta de preguntas desde el cual el historiador —en tanto sujeto históricamente situado— parte para pensar el pasado.

    “Sectores populares, cultura y política” pone de manifiesto que para difundir historia es necesario “conocer de historia”, justamente hoy que la historia goza de tanto interés público y es objeto de tratamientos diversos a través de medios masivos, ocupados más bien en producir rescates nostálgicos, aplicando fórmulas monocausales y extemporáneas, libres de tensiones e interrogantes. El libro funciona como disparador de un conjunto de buenas preguntas, cumpliendo quizás un objetivo no explicitado en el prólogo: da que pensar.
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