Año CXXXVII Nº 49534
La Ciudad
Política
Información Gral
El Mundo
Opinión
La Región
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Economía
Escenario
Señales
Mujer
Turismo


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 08/07
Mujer 08/07
Economía 08/07
Señales 08/07
Educación 07/07
Estilo 07/07
Salud 27/06
Página Solidaria 27/06

contacto
servicios
Institucional

 domingo, 15 de julio de 2007  
[Primera persona] - Marcelo Figueras
Romper el molde y escribir
El autor de “Kamchatka” presentó en escuelas de Rosario una novela para jóvenes. Otra aventura para contar

Osvaldo Aguirre / La Capital

La semana pasada Marcelo Figueras tuvo su bautismo de fuego como escritor para chicos. Fue con alumnos de escuelas de Rosario, con quienes habló a propósito de “Gus Weller rompe el molde”, su primera incursión en la literatura infantil. Una novela que adelanta algo importante desde el título: nada de seguir recomendaciones ni de proponer un modelo, el personaje resulta ser un grillo que es, dice el autor, “un pibe quilombero”. No hacer concesiones ni caer en inhibiciones, y recuperar las mejores tradiciones de los cuentos infantiles, fueron parte de su aventura como escritor.

“Gus Weller rompe el molde” tiene ilustraciones de Jokin Michelena y fue publicado por Alfaguara. Autor de novelas como “Kamchatka” y “La batalla del calentamiento”, Figueras prepara dos proyectos para dirigir en cine. Allí fue donde surgió el personaje de su nuevo libro. “Gus Weller aparece en un guión sobre la historia de un hombre separado por fortuitas circunstancias de su hija —cuenta—. Cuando era pequeña, ella era fanática de los cuentos de Gus Weller, uno de esos personajes que los chicos siguen. Pensé que sería bueno que esos libros existieran de verdad”.

—¿Tenías alguna referencia al comenzar la escritura?

—Me puse a escribir sin saber muy bien cuáles son las cosas que se deberían o no deberían hacer en la literatura infantil. La relación con los chicos y los chicos como personajes, que aparecen en mis libros anteriores, su forma de hablar y de ver el mundo, a mí me atraen desde mucho antes de poder racionalizarlo. Y el impulso original de la escritura, para mí, viene de cuando era chico. La escritura y la infancia son dos caras de un mismo fenómeno. Cuando pienso, desde chico, que lo que quiero hacer el resto de mi vida es contar historias, estoy pensado en historias específicas en ese momento, las historias de aventuras. Y este libro es lo más parecido a una historia de aventuras que he logrado contar hasta ahora. Lo que se acerca más al deseo original de lo que para mí era escribir. Este primer libro es el inicio de una aventura: el personaje abandona un mundo cómodo, cálido y absolutamente arreglado para salir a otro desconocido con la intención de encontrar algo fundamental que siente que le falta.

—¿Qué tal te fue con los chicos en Rosario?

—A mí los chicos me pueden. Son el mejor público del mundo, son grandes lectores, te dicen las cosas como vienen, al voleo, no tienen ningún problema. Lo que me divertía era tomar como personaje a este grillo, pero que fuera esencialmente un pibe quilombero: es un personaje que arma desboles todo el tiempo porque es un pibe inquieto de cabeza y de corazón, un pibe que quiere saber, que pregunta el porqué de todas las cosas. Y me dio la sensación de que los pibes se enganchaban mucho por eso, que en alguna forma era lo que yo quería hacer con absoluta deliberación: contar desde un personaje que, a pesar de todas las diferencias, ya que se trata de un grillo, los haga sentir identificados y meterse en una historia que los ayude a ver el mundo desde un lugar completamente distinto al habitual. Parte de la diversión era para mí inventar una cultura, una sociedad, pensar en cuál era la relación entre estos insectos y otros.

—El grillo es un personaje que remite a las fábulas.

—Sí, estás con bichos que hablan, que piensan, que se relacionan, la cuestión esencial del género. Si bien yo no tenía ninguna guía, como nadie me pidió que escribiera este libro, sino que fue algo libre, a mí se me encendían luces. Poner notas al pie, por ejemplo. Incluso en los libros para grandes se supone que son veneno, están en letra chiquita, a la gente no les gusta. “Bueno —me decía— de última es como hacer zapping en la página, tenés el texto, tenés la ilustración y podés tener la nota al pie”. Nadie más acostumbrado a hacer zapping que un chico. No debería asustarle a nadie. “Debe haber —pensaba— una forma en que lo podamos utilizar, que forme parte del juego y no de la contra”. O el hecho de los nombres largos. Yo pensaba: “¿voy a poner Lady Jane D. Buxom (nombre de la maestra de Gus)? No lo van a pronunciar”. Pero, si leen “Harry Potter” y te hablan de un montón de nombres complicadísimos, y lo han hecho con “El señor de los anillos”, ¿por qué no puedo hacerlo? Si los nombres son buena parte del juego, cuando estás definiendo un universo. Entonces todos tienen nombres larguísimos, con algunas variantes que los acortan para hacerlos más llevaderos. Y lo mismo con determinadas expresiones que me salían. Me preguntaba: “¿Qué hago, busco una forma más simple?” No, al contrario, lo dejo y si me parece que es difícil lo aclaro, lo cual me permitía decirlo como me había salido. Entonces todas las luces que se me encendían sobre lo que no debía hacer se me convertían en parte del juego. Lo cual pasaba también por determinadas características de la historia. Gus Weller es hijo de la alcaldesa del pueblo, lo que significa que es hijo de una mujer que trabaja todo el día y tiene un padre ausente. Esto también era importante: no lo iba a dulcificar, si todos los chicos deben conocer un caso parecido.

—¿El juego es lo que tienen en común la escritura y la infancia?

—En esencia es eso. Si no juego, es aventura en un sentido muy puro del término. Por más claro que tengas el derrotero que vas a seguir o incluso si empezás escribiendo el capítulo final inevitablemente en el camino te encontrás con cosas que no tenías la menor idea de que iban a pasar y de que te iban a pasar. Lo que le pasa a tus personajes es un espejo más o menos deformado de lo que te pasa cuando escribís. No hay control, hay reglas que aceptás o establecés. Pero todas las reglas tienen excepciones o dejan sitios vacíos donde aparecen otras cosas.

—¿Por qué recurrís a los chicos como personajes en tus otros libros?

—Pasa por el enamoramiento de una mirada que no tiene problema en aceptar lo maravilloso. Es algo que me funciona en todo lo que escribo. Hay algún elemento de lo irreal y lo fantástico siempre, aun cuando no aparezca. Creo que el chico tiene mucho que ver con esta aceptación natural de lo que se sale de la norma. Su capacidad de asumir una nueva realidad es más rápida y más plástica que la que nosotros podemos tener. Mientras buscamos explicaciones el chico puede comenzar a operar en ese universo nuevo. Es como un lugar del alma que me sirve porque supongo que es el lugar del alma desde el que se me ocurren las historias.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
De la ficción a la ficción. Marcelo Figueras tomó a su personaje de un guión de cine.

Notas Relacionadas
El peor de todos



  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados