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domingo,
15 de
julio de
2007 |
Interiores: presiones
Jorge Besso
Nada como la presión para ejemplificar las dificultades que tienen los humanos para alcanzar el equilibrio, ese estado tan esencial donde confluyen lo ideal con lo necesario. Casi no hay cuestiones donde se produzca esta confluencia imprescindible, ya que tanto individual como colectivamente las vidas pueden transcurrir bastante lejos de los ideales que se suelen predicar.
Uno de los ejemplos más manifiestos son los discursos sociales, fundamentalmente los políticos, sobre la igualdad. Todas las propuestas y los discursos que declaman la lucha por la igualdad tienen la particularidad de quedar en un estado de discurso, es decir en un estado de no cumplimiento crónico. Sin que esto moleste a los postergadores, ya que los postergados se quedan con todas las presiones de una realidad en la que todos los días el balance arrojará el mismo resultado: egresos superiores a los ingresos. Y a no quejarse, que el fantasma de que no haya ingresos se puede transformar en una realidad, por lo tanto aún más hostil, donde las presiones se devoren la precaria existencia del postergado de siempre.
Como se sabe las presiones son variadas, en definitiva difíciles de enumerar, porque pueden ser económicas, quizás la más popular, pero también pueden ser políticas, familiares, sexuales, laborales y demás tensiones que atraviesan al ser humano ordenadas en dos grandes grupos:
Internas.
Externas.
En el primer grupo se enfilan todos los impulsos provenientes del interior, desde el desfile más o menos incesante de las ideas hasta los impulsos sexuales, pasando por las complejas vicisitudes de los afectos, más los múltiples apetitos que habitan en los humanos. Todo este bagaje interior está instalado en una fuerte base biológica que sin embargo por sí sola no puede explicar la existencia humana en tanto y en cuanto carecemos, a diferencia de nuestros hermanos en la escala general de lo viviente, de una regulación instintiva que garantice, programe y ordene nuestros pasos por la vida.
Los ejemplos son innumerables, con hábitos culturales muy distintos, tanto sea en el acto de comer como en el de amar, al punto que hemos pasado de la sexualidad a las sexualidades. Este hecho borra la idea de una sexualidad única, heterosexual, con funcionamiento y lógica fisiológica, por lo tanto normal y matrimonial como corresponde para un masculino con un femenino, y en ese orden.
En el segundo grupo se encuentran las múltiples presiones externas, todas sociales como las ya mencionadas, siempre exigentes de alguna manera, o bien de todas: tener una familia estándar, una casa, un auto, en lo posible no muchas cuotas, vacaciones, ahorros, obra social, vacunas, no más de un resfrío al año, todos los seguros posibles, puertas de seguridad con cerraduras múltiples y, por supuesto, las imprescindibles alarmas que se activen y desactiven cuando corresponde.
Los menos que tienen más son los humanos que viven en cotos lujosos de alta seguridad, con un miedo constante a las infiltraciones externas o a las traiciones internas. Mientras que los otros humanos, que son mayoría y tienen menos, se dividen entre los que no tienen casi nada, hacinados en guetos hostiles hacia adentro y hacia fuera. Y los que viven en el medio, la famosa clase media que, en el caso de nuestro país, casi extingue la dictadura militar, la inoperancia política que le sucedió o el delirio primermundista del menemismo; los del medio mirando como siempre a los extremos con el consuelo clásico de no ser ni ricos ni pobres, y con la esperanza de quedarse en el segmento en que Dios los puso.
En suma todo el mundo, quién más quién menos, vive bajo presión en ese especial cruce entre los aprietes internos y los externos, lo que se podría llamar el sufrimiento medio del hombre contemporáneo. Pero en muchas ocasiones se vive con poco o con nada de descanso, agregando pastillas a una existencia farmacológica, recurriendo a algunas de las múltiples terapias, o bien más o menos resguardados, refugiados o asilados en sectas religiosas caminando detrás de algún pastor que vende un sentido a la vida.
A todo esto se suma algo sabido y sin embargo igualmente padecido: el aumento de la velocidad del tiempo en la actualidad. Sin embargo, el presionado sujeto de estos tiempos tiene de acuerdo a las estadísticas una expectativa de vida mayor, pero con un resultado muy paradojal: vive más tiempo a mayor velocidad con lo que objetivamente se vive más pero con el riesgo de que subjetivamente se viva menos.
Pero no hay que desesperar, siempre se puede vivir mejor, en lo posible por fuera de la manada presionada y shoping adicta, advertidos de que la mayoría de las sociedades actuales han hecho de la presión una política, ya sea en lo económico, en la política y hasta en los extremos del amor con el riesgo de quedar atrapados en una de las peores trampas: hacer de la presión y las presiones el sentido de la vida.
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