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sábado,
14 de
julio de
2007 |
Viajeros del Tiempo
Rosario 1905/1910
Guillermo Zinni / La Capital
La loca de la casa. Una noticia de Estados Unidos informa que allí se está preparando un congreso médico para estudiar las enfermedades cerebrales. Parece que ahora los médicos, gracias a la higiene, ya no tienen que luchar con las lepras, pestes y corrupciones sanguíneas de otros tiempos sino que, merced a nuestro presente modo de vivir, tienen que vérselas con la madre y señora de nuestro organismo, la pobre “loca de la casa”, más pobre y más loca cada día. Hasta hace poco, el “surmenage”, la “anemia cerebral” consiguiente, la neurastenia, eran enfermedades casi elegantes, para uso de artistas y de sabios, así como las crisis nerviosas y los vahidos eran cosa guardada para las hembras sensibles y espirituales. Hoy la neurosis, el mal de la época, no distingue de clases, posiciones ni sexos. En la clínica de un amigo, el ilustre doctor Jiménez Encina, he visto neurasténicos de pueblo, gente que no forzó nunca su cabeza en ninguna filosofía ni en ningún álgebra, y que no hubieron nunca de descubrir ningún binomio ni ninguna pólvora. Es que este mal del siglo está constituido por las mismas condiciones de vida, y así se enferma el hombre de la Bolsa, el político -el que jamás se dijo que necesitara ningún talento especial- y hasta el automovilista. Ahora, uno trabaja en exceso y en balde y, cuando se siente mal, el médico le da una prescripción cómoda y sencilla: “Váyase al campo algunos meses, no se preocupe, no trabaje; pasee, distráigase, monte a caballo”. Por esto, lo que va a declarar ese Congreso es que para curar las consecuencias de nuestro mal vivir es necesario que vivamos bien. Así, no hay que esperar nada mientras los médicos se reúnan para decir lo que ya sabemos. Lo que debemos esperar es un congreso de ministros de economía que nos diga cómo hacemos para vivir bien con los miserables ingresos que percibimos.
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