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 domingo, 24 de junio de 2007  
[Nota de tapa] - Cambio de cartelera
Haciéndose la película
El gran evento del cine independiente vuelve a Rosario, con los filmes y los realizadores que marcan la experimentación, lo nuevo, la extrañeza

Eduardo Rojas

En poco menos de diez años el BAFICI se ha transformado en una marca, un nombre propio que enuncia sus objetivos: Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente. El resultado de una política cultural que mantuvo sus objetivos a través de distintas gestiones. Una rareza en el país de los imprevistos. El espectador del BAFICI sabe qué es lo que no va a encontrar en él: superproducciones, estrellas, anticipos de películas taquilleras. Ese es el ámbito de otros festivales; alguna vez Mar del Plata quiso ocupar ese espacio, los cimbronazos político-sociales y el desinterés de los grandes nombres del cine, lo ubicaron en un lugar más modesto; actualmente Mar del Plata, con más recursos que el BAFICI, discute con éste el mismo segmento de películas y visitas.

Pese al poco dinero del que dispone, a estar encabalgado entre los principales festivales europeos, a enfrentarse contra la indiferencia de los funcionarios políticos, el BAFICI se ha afirmado y expandido año a año. Una franja de público desatendida por los exhibidores lo alimenta. Una franja que crece año a año, espectadores para quienes el festival es una ventana hacia otros cines.

El BAFICI conoció tres gestiones: la del ex crítico y actual realizador de documentales Andrés Di Tella, y las del crítico Eduardo Antín (Quintín) y el también crítico, investigador y coleccionista Fernando Martín Peña. Cada uno marcó alguna particularidad. En las tres primeras ediciones Di Tella organizó valiosas retrospectivas —la imprescindible de John Cassavettes—; Quintín abrió la muestra a un gran número de críticos extranjeros y al cine asiático; Peña balanceó ambas características y acentuó los rescates de películas y directores olvidados.

El BAFICI tiene una competencia oficial, limitada a cineastas que hayan dirigido hasta dos películas, y varias secciones paralelas. Como es común en los festivales, la competencia no suele reunir el mejor material. Este año hubo excepciones (“Bucarest 12:08”, “El telón de azúcar”), pero el resto sólo alcanzó una aceptable medianía. Es en las secciones paralelas en donde se encuentran los extremos de la muestra: las grandes películas, lo extraño, hasta lo deleznable; y es en este terreno en donde el BAFICI justifica su existencia, en el espacio de la experimentación y el riesgo que justifican su carácter independiente.



A todo riesgo

Riesgo es una palabra en desuso para el cine comercial, que acostumbra al espectador a las seguridades; la aventura, los sentimientos, el drama, se codifican tras los guiños a las distintas correcciones: política, sexo, cuestiones sociales, todo encuentra cauce y límite. Cada vez hay menos espacio para la incertidumbre, cada vez más las películas resultan productos adaptados al supuesto gusto medio de un consumidor adocenado. Parece que el cine masivo pretendiera crear espectadores a la medida de sus productos y no a la inversa, como lo fue desde su invención hasta la época clásica.

Este es el espacio que vienen a ocupar los festivales como el BAFICI: el lugar en donde se encuentran los experimentos más audaces o descabellados, la gran película inesperada o el despuntar de una cinematografía nueva en alguna zona del mundo que no figuraba en los mapas del cine.

Riesgo es también el que asume el espectador al afrontar, a menudo sin la anestesia de una información previa, películas que rompen convenciones narrativas, escatologías, a veces caprichos amateurs. Riesgos que suponen la recompensa eventual del encuentro con alguna obra maestra.

Las tendencias que dominan en los últimos años en estos eventos son principalmente dos: el documental y el cine asiático. Ninguno de ellos son fenómenos estrictamente nuevos. El cine nace documental con los hermanos Lumiére, y el Extremo Oriente tiene una amplia historia cinematográfica, de la que hasta hace pocos años sólo conocíamos la de Japón y, en menor medida, de China.

El cine documental fue ganando espacio en la medida en que, paradójicamente, diluía sus diferencias con la ficción, en que su narrativa y su campo de acción se extendían a toda experiencia humana. Una película como “Fotografías” de Andrés Di Tella puede narrar desde el documental, pero con el tono de un diario íntimo y el ritmo de una secuencia fotográfica, la indagación personal del director acerca de la vida y la muerte de su madre hindú, viajar desde Argentina hasta la India y encontrar en el camino lazos entre ambas a través de las figuras de Ricardo Güiraldes, sus búsquedas en la espiritualidad oriental y una inesperada inspiración de don Segundo Sombra en un lejano gurú de la India. Algo parecido sucede en “La TV y yo” en la que, a través de su historia como espectador televisivo, aborda la saga de su familia paterna, metáfora de un proyecto de país que quedó en el camino.

Otro documental como “Cocalero” del brasileño Alejandro Landes se arriesga a una visión sesgada de la campaña presidencial de Evo Morales en Bolivia; una road movie en la que la política parece quedar a un costado y la figura del candidato va creciendo en su simple y obcecada humanidad, para después incorporar la lucha política y a un país entero con sus contradicciones y su misterio.

Un registro particular en la riqueza del documental, la obra del americano D. A. Pennebaker ha llevado al extremo los recursos del cine directo, la improvisación y la captura del instante decisivo. A sus 82 años Pennebaker sigue en actividad y estuvo en Buenos Aires acompañando su retrospectiva. Su obra tiene dos vertientes, una: el registro de giras y conciertos de rock (el legendario Monterrey Pop). en el que “Don´t Look Back” es la crónica de la primera gira inglesa de Bob Dylan; la otra: el seguimiento de los protagonistas de la política estadounidense desde Kennedy hasta Clinton. Ambas abordadas con el mismo estilo: una aparente imparcialidad que deja a sus protagonistas desnudos frente a la cámara. Síntesis de lo anterior, adelanto de las nuevas corrientes del documental, búsqueda de la verdad esencial de personajes de la historia y el arte, Don Pennebaker es un patriarca del documental sin otoño a la vista.



Tempestad desde Asia

El cine de Asia ha crecido como una marea sobre los festivales de todo el mundo, y desde allí gotea a las pantallas comerciales. Los nuevos directores japoneses, el cine de Taiwán, Hong Kong y su fecundidad productora, la última generación china; año a año se suman autores y países: Camboya, Tailandia, Malasia. A la mayor parte de este cine, al menos el que nos ha permitido ver el BAFICI, se la podría encasillar en una palabra al uso: minimalismo. Crónicas de vidas de seres encerrados en sus rutinas, en espacios desangelados entre los que deambulan paseando su desconcierto.

Este es el escenario habitual, no único, del cine asiático que conocemos. A él pertenece “Sanctuary”, del malayo Ho Yuhang, retrato de la vida de dos hermanos que repiten mecánicamente sus labores mientras cuidan de su abuelo anciano. Ínfima acción que se repite, diálogo escaso. Estos universos enclaustrados nos remiten, curiosamente, a un cineasta occidental emblemático en los 60: Michelangelo Antonioni. Su cine, que era sinónimo de tedio bordado en un existencialismo de posguerra, hoy resulta fechado, reemplazado por otras angustias colectivas; parece sin embargo haber fecundado en Oriente; los mismos tiempos muertos, igual morosidad narrativa, los silencios abismales entre personajes; todo remite al lenguaje de Antonioni reciclado en Oriente como vehículo narrativo de una espiritualidad afincada en el budismo, su ética de la contemplación y la desesperanza como paradójico motor de vida.



El futuro

Ejes de un cine que se resiste a sucumbir en el gastado camino de la globalización, focos de una plácida resistencia, los festivales más o menos alternativos nos permiten divisar un mundo ancho y no tan ajeno. Parte de un crecimiento planetario, hay miles de festivales de toda índole. Avanzada de los que se realizan en el país (sesenta y seis según el INCAA, muchos de ellos pequeños encuentros temáticos o muestras de cine local), hay que celebrar que el Bafici se extienda en el país y Rosario tenga en estos días su festival.
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Premiada. "UPA!", dirigida y protagonizada por Santiago Giralt, Camila Toker y Tamae Guarateguy, fue elegida mejor película argentina en la competencia oficial.

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