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domingo,
13 de
mayo de
2007 |
[Lecturas]
Meandros del tiempo
Ciencia. "Una geografía del tiempo", de Robert Levine, Siglo XXI, 2006, 264 páginas, $36
Por Stella Maris Brunetto
El tiempo, su transcurrir, su importancia cultural y económica, nos atraviesa y recorre en tanto sujetos o como miembros de un espacio físico o cultural. Perderlo, ganarlo, encontrarlo, hacer un tiempo para algo, son algunas de las muchas variantes con las que los humanos intentamos dominar ese río casi físico formado de segundos, minutos y horas. Robert Levine, doctor en filosofía, docente y divulgador de temas científicos, propone en “Una geografía del tiempo” una mirada desde la perspectiva de lo social: cómo cada cultura construye la noción del tiempo, cómo lo jerarquiza o lo planifica.
Y así va hilvanando una serie de anécdotas, hechos y circunstancias que lo tienen casi siempre de sorprendido y entusiasta protagonista, que capturan su atención mientras va descubriendo los modos en que las sociedades consideran y evalúan el paso del tiempo.
Comparando grupos humanos de diferentes escenarios geográficos, llegaremos a entender que, como sugiere Levine, la puntualidad y los horarios se hacen más estrictos cuanto más fuerte es la economía. Y, a la inversa, cuanto menos bienes dispone un grupo humano, el tiempo pierde su condición de tirano implacable.
La manera elegida por el autor para sumergirnos en su enfoque es la de pasearnos por ámbitos diversos en lo físico y lo ideológico, en los recursos materiales y espirituales, en lo filosófico y lo tangible. Así, podemos recorrer la historia de los relojes, esos mecanismos que han pasado de ser sencillos artilugios mecánicos a complejas estructuras electrónicas en un intento (¿fallido?) de dominar el devenir de horas, minutos y segundos y que fueron catapultados al éxito a partir de la Revolución Industrial.
Cada capítulo se abre con una cita de diferentes autores, como la inigualable de Einstein: “Cuando te sientas dos horas junto a una muchacha agradable, te parecen dos minutos, cuando te sientas dos minutos sobre una plancha caliente, te parecen dos horas. Eso es la relatividad”. Lo cual, si bien explica poco acerca de su teoría, agrega un ingrediente más a la posibilidad de pensar sobre este científico que ayudó a destronar al tiempo de su pedestal de semidiós.
Levine abarca, también, cuestiones sobre cómo se construye la percepción del paso de las horas y los días en la infancia, qué significa “enseñar el tiempo”, una alfabetización temporal que permitiría que todos pudiéramos entender mejor la forma en que sentimos el transcurrir de la vida propia y ajena.
Ni buenos ni malos “No hay ritmos de vida malos o buenos, correctos o incorrectos. Lo que hay son modos de vida diferentes, cada uno con sus signos positivos y negativos”, expone Levine después de haber pasado por múltiples y, muchas veces, curiosas experiencias a lo largo y ancho del mundo.
Al “tiempo es dinero” de los ejecutivos norteamericanos que se presentan siempre apresurados, casi corriendo, mirando continuamente el reloj pulsera, Levine antepone los recuerdos de sus experiencias en Brasil, la impuntualidad de sus alumnos y las diferencias horarias dentro de una misma ciudad, mostrando que no siempre el apuro o la velocidad son recetas para la felicidad.
“Una geografía del tiempo” integra la colección “Ciencia que ladra” de la Universidad de Quilmes, que ofrece una excelente visión de lo temporal y sus percepciones. Mantiene, además, las características del emprendimiento: soltura narrativa, rigurosidad científica y alejamiento de los almidones innecesarios para hablar y compartir tópicos científicos.
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