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domingo,
11 de
febrero de
2007 |
[Lecturas]
La globalización, más allá de los estereotipos
Filosofía. "Pasaje a Occidente. Filosofía y globalización", de Giacomo Marramao. Katz Editores, Buenos Aires, 2006, 260 páginas, $ 51.
Federico Donner
La caída del muro de Berlín en 1989 parece ser el umbral de una nueva época de la modernidad occidental (o, según algunos, de su final). La irrefutable explosión de las tecnologías digitales de tiempo real ha suscitado una polémica en la vulgata massmediática. Los especialistas de la comunicación no dejan de transmitirnos, por un lado, una euforia ingenuamente optimista, hija de los discursos de la economía y la mercadotecnia, que celebra el fin de las fronteras ideologizadas y el triunfo del liberalismo a escala mundial; sus adversarios (más “críticos”) asumen una sabihonda actitud apocalíptica que no cesa de advertirnos acerca de un inminente “choque de civilizaciones”. Surgen, así, varias parejas dicotómicas: Local-Global, Estado-Mercado, Oriente-Occidente, Diferencia-Universalismo, Contingencia-Necesidad. De esta manera, a fin de sortear las trampas del pensamiento binario occidental, Giacomo Marramao presenta su “Pasaje a Occidente”, cuya lograda pretensión consiste en esbozar una reflexión filosófica e interdisciplinaria acerca de la globalización.
El título es ya todo un síntoma de la difícil virtud de la obra: sostener que el proceso de globalización implica no tanto una occidentalización del mundo no-occidental, sino un pasaje a Occidente de todas las culturas (incluso de las propias culturas occidentales) hacia una nueva modernidad. Rara virtud, decíamos, no sólo la de pararse por sobre las falsas oposiciones, sino incluso la de deconstruir los propios conceptos individuales: no hay un Occidente (ni siquiera un Occidente moderno, sino varios), ni mucho menos un Oriente (prejuicio etnocéntrico, si los hay, el de creer que todo Oriente está bajo el influjo espiritual del confucianismo —o que toda China lo está).
La mirada amplia de Marramao nos lleva a reflexionar que los componentes de los juegos de opuestos especulares que hemos mencionado no son otra cosa que dos caras de la misma moneda. Sin embargo, no debemos creer que por esta vía llegaremos a una síntesis unificante y superadora. No se trata tampoco, como puede parecer a primera vista, de la opción entre izquierda y derecha, apocalípticos e integrados, etcétera. El discurso de la globalización, es cierto, ha sido apropiado en nuestros tiempos por la economía y por la técnica. Pero la globalización (constelación de significaciones, concepto multívoco y complejo) es un proceso que atañe a toda la vida de nuestras culturas trascendiendo e incluyendo a la esfera del mercado. Es tan simplista y tuerto el enfoque que pretende deducir del nuevo escenario de la economía mundial todos los procesos culturales locales (catalogando de retrógrados o reactivos a aquellos que se oponen a los hábitos del consumo occidental) como la postura de quienes se oponen a la globalización (creyendo también que es un mero proceso técnico-económico), como si esta sólo fuera una estratagema de las multinacionales para satisfacer sus ambiciones y no un proceso mucho más complejo que escapa —como todo fenómeno histórico de gran escala y largo alcance— a los designios de los individuos.
Marramao señala que éstas son sólo verdades a medias: la globalización se inscribe en la tradición de la modernidad filosófica, por lo que no puede pensarse (como sostienen los gurúes del paradigma utilitarista) desde la lógica costo-beneficio, así como tampoco en el atrincheramiento nostálgico de un pasado regional imaginario. El universalismo del mercado y las diferencias de los pluriversos culturales no constituyen opciones excluyentes, sino que integran la red de complejidades que se intenta reunir bajo el nombre de globalización.
Así, Marramao nos invita a pensar toda la complejidad de estos procesos reflexionando a partir de lo que él propone llamar glocalización (lo local que hace a lo global y lo global que hace a lo local) y, a partir de allí, en un trabajo genealógico de rastreo que hunde sus raíces en la tradición de la cultura occidental, nos hace ver que todo lo que la glocalización parece haber dejado de lado se resignifica y sofistica en el entramado reticular y multivectorial del nuevo sistema-mundo: los opuestos constituyen tan sólo los límites que nuestra tradición nos ha impuesto para pensar.
Se trata de jugar en el intersticio de nuestras tradiciones y no de un bipartidismo exacerbado; de ahí las interesantes propuestas en apariencia paradójicas con las que se compromete nuestro autor: pensar una política universalista de las diferencias; un encuadre internacional que deje de lado el modelo de Westfalia de las relaciones entre los estados-nación y que sostenga una relación entre los pueblos (posean o no una estructura política tradicional). Dejar de lado, en la ética, la ingenuidad del neoutilitarismo anglonorteamericano que supone un individuo racional estándar para pensar un sujeto múltiple, atravesado por las normas; es decir, dejar de pensar los conflictos como conflictos de intereses (racionales, de costo-beneficio) para pensarlos como conflictos de valores, es decir, de lenguaje, sin caer en la tentación de los tribalismos.
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