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domingo,
11 de
febrero de
2007 |
Un mundo que se da vuelta
Por María Mercedes Costa
El carnaval es una fiesta que se celebra en fechas movibles, relacionadas con el calendario lunar y la Pascua católica. Se realiza cuarenta días antes, o más bien, finalizado el carnaval, comienza la Cuaresma. En el norte del país coincide con el fin de la época de lluvias y el inicio de las cosechas.
Esta coincidencia afectó el carácter y el significado del carnaval en el norte del país. Así, todos los rituales de cosecha incluyen la adoración de las deidades, el agradecimiento por la maduración de los frutos, la celebración de la fertilidad y abundancia, y el ruego para que el año siguiente sea productivo.
Pero los carnavales de los pueblos (Tilcara, Maimará, Humahuaca, La Quiaca, y aún en ciudades como San Salvador de Jujuy), aunque tienen una base agraria en su significado, no deben ser asimilados a los carnavales rurales. Los carnavales pastoriles o agrarios integran un ciclo marcado por intervalos de tiempo festivo, pero no se constituyen en la “fiesta” por excelencia.
En cambio, en las ciudades como Victoria el carnaval —mucho más que otras fiestas locales— marca la irrupción de un tiempo extraordinario. Un tiempo y un espacio diferentes. Son rituales que oponen la dureza del trabajo al descanso y la diversión, el aislamiento cotidiano al encuentro colectivo, la escasez a la abundancia y una intensidad diferente en la relación de los hombres con los dioses.
El carnaval marca el tiempo del “mundo al revés” y así es interpretado, es el momento en que los rasgos más significativos de la vida social se “ponen de cabeza”, “están dados vuelta” y se evidencia en el trastocamiento de las jerarquías y normas cotidianas. Es muy semejante a lo que cuenta Serrat en su canción “Fiesta”, donde evidencia las mezclas de clases sociales (“hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano, sin importarles la facha”).
Históricamente el festejo de los carnavales sudamericanos debe enmarcarse en la tradición europea que los constituyó como celebraciones que concluían en la Cuaresma católica. Los carnavales coloniales remarcaron la oposición entre desborde y control. Se representaba la lucha entre las fuerzas demoníacas nativas y las fuerzas divinas de la doctrina católica ante quienes las primeras se sometían.
Los diablos Las danzas de diablos, herederas de danzas medievales, formaron parte del proceso de transformación de las antiguas creencias. Los colonizadores categorizaron como diablo a muchas deidades nativas del submundo, que carecían de los atributos del mal absoluto característico del demonio cristiano.
Como en toda celebración es posible interpretarla desde varias perspectivas. Desde una de ellas se puede relacionar los carnavales con rituales de expulsión de fuerzas peligrosas, que son liberadas temporalmente para erradicarlas del orden cotidiano. Los rituales de inversión (del mundo al revés) o de suspensión de ciertas normas, pueden pensarse como mecanismos que fortalecen esas normas en los tiempos normales, no festivos. Y también actúan como válvulas de escape que permiten la elaboración y superación colectiva de la presión del orden social. Este último modo de interpretar los significados que tiene el carnaval parece adecuarse a lo que sienten los turistas y los visitantes que participan de la fiesta.
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