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domingo,
11 de
febrero de
2007 |
Viajeros del tiempo
Paseos públicos abandonados. Duele decirlo, pero de un tiempo a esta parte la Municipalidad viene demostrando un notable abandono de las plazas, boulevares, y de todos los lugares donde hay plantaciones. En el parque Independencia, por ejemplo, los yuyos crecen por todas partes; la Montañita se está viniendo abajo; el agua del lago no se renueva con la frecuencia que la salubridad exige, y aquel conjunto presenta por todas partes la falta de cuidados. Lo único que se atiende es la explanada, prolongación del boulevard Oroño, donde nuestra "elite" social pasea en carruaje los días de moda. En el boulevard Oroño desde Córdoba hasta el río se nota la misma incuria: arboles destruidos, innumerables terrenos baldíos sin tapiales y que sirven de depósito de desperdicios, y el jardín central completamente descuidado. La avenida Pellegrini está igual o peor que la anterior y de las plazas de nuestra urbe sólo se atiende a la Pringles, sin duda porque está en un paraje aristocrático. Las demás, antes que lugares de público esparcimiento, son de noche sitios tenebrosos donde corre peligro la vida del transeúnte, y donde son notables la escasez de luz y bancos.
Cuentas claras conservan la amistad. Los peones italianos del Ferrocarril Central Giovanni Cipolini, de 39 años de edad, casado, y Giuseppe Battistelli, de 20, se profesaban una gran amistad. Oriundos del mismo pueblo de Lombardía, todo lo hacían juntos, al extremo de que no podían trabajar si no estaban ambos. Pero el domingo esa amistad tuvo un final tan trágico como inesperado. Hace algún tiempo, Cipolini le había prestado a su amigo 50 pesos, que éste no se acordaba de devolverle, a pesar de habérselos reclamado varias veces. Pero ese día, mientras cenaban en el interior de la carpa que habitaban, se suscitó una discusión por el dinero, la que fue subiendo de tono y los ánimos se enardecieron. Poco después, un peón que comía fuera de la carpa vio salir de ella a Cipolini apretándose el vientre con ambas manos y exclamando en italiano: "¡Sono ferito!... ¡Sono ferito!", y al mismo tiempo salió corriendo Battistelli rumbo a Alberdi a la vez que arrojaba el arma tinta en sangre. Varios peones salieron corriendo tras el criminal, pero éste se les escapó en un plantío próximo de maíz. El herido fue trasladado en ambulancia al hospital de Caridad, pero a la noche dejó de existir a causa de las heridas recibidas. El arma empleada fue un cuchillo con mango de madera negra de unos veinte centímetros de hoja.
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