|
domingo,
11 de
febrero de
2007 |
Violencia: Adictos a emociones extremas
Constantemente somos testigos de sucesos violentos sin explicación. En nuestra zona, ¿por qué un hombre en la ruta arremete contra otro con su auto terminando en la banquina, con sus siete hijos gravemente heridos y matando a la esposa del segundo; por qué otro toma una pistola y corre a tiros a su familia por la calle en pleno día, para luego suicidarse, y por qué un joven rocía con perfume a su novia incendiándola?
El cuadro interno del ataque de furia es una química en la que la persona, por un segundo se ve inundado de segregaciones hipofisiarias que lo ciegan literalmente: su lado racional dejó el comando al cerebro reptiliano; el mas primitivo, el de la huida y la lucha.
No hay razones, las palabras pierden su sentido, no entra ninguna pausa ni explicación, menos aún alguna medida de las consecuencias reales de los actos que se están llevando a cabo.
Ataques de ira
La emoción violenta genera adicción, en ese momento se cree tener más poder, ser más fuerte que el otro cuando en realidad se está siendo manejado como un puñado de músculos inarticulados. El sujeto pierde control sobre sus acciones, pero los neurotransmisores liberados en ese momento generan un estado de euforia limitado y artificial montado sólo en la cólera.
Funciona como el alcohol que embrabucona y luego de un corto lapso de tiempo se cae, se desmorona. Cuando el ataque y el desborde terminan, el cuerpo queda como destruido, la mente nublada y confusa, puede haber pérdida de noción de tiempo y espacio; la sensación de potencia se vuelve impotencia.
Las personas que con frecuencia padecen de ataques de ira, de alguna forma se han estabilizado en este tipo de “descarga” logrando un precario estado de equilibrio de sus cargas internas.
Existe una marcada tendencia a vivir cada frustración como una afronta narcisista:“Este desgraciado me lo está haciendo a propósito a mí y me va a encontrar”. Así todo se va convirtiendo en un campo de batalla: ante el más mínimo roce o descuido en la cola de un banco, en el auto, con el jefe, los compañeros, en la casa. Los vínculos y los afectos se pueden ver altamente perjudicados.
Agresividad necesaria
En abogacía está la figura de alienación mental donde se supone que la persona que comete un crimen, no es responsable de sus actos en ese estado. En la tele, para los chicos volvió como dibujo la serie de un hombre común que se transforma en un monstruo diciendo: “No soy yo cuando me enojo”.
Sin llegar a los casos extremos mencionados, todos experimentamos el amplio abanico de sensaciones y emociones que van del simple malestar, al enojo, la bronca, el odio, la ira y la furia en distintos grados. Es parte de nuestra constitución fisiológica, nacemos con la agresividad necesaria para subsistir prendiéndonos del pecho materno.
Es una emoción más de la amplia y maravillosa paleta de impresiones de la que estamos equipados, que bien mezclada con prudencia, templanza, humor, alegría, placer, creatividad y confianza puede ser útil a nuestro crecimiento en cuanto que están allí para llamar la atención de la diferencia, no para instalarnos en ellas como único o último recurso hacia nuestros objetivos.
Y si estamos padeciéndolo, ¿cómo empezamos a desandar ese camino? Podríamos imaginar que somos como el fuego que en su justa medida y direccionamiento ayuda a procesos constructivos como cocinar, dar calor, pero ese mismo elemento, fuera de un cauce se torna destructivo.
Procesos internos
Si podemos funcionar como observadores externos de nuestros procesos internos, nos reconocemos humanos y aceptamos que estamos sintiendo algo así, sin reprimir, acallándose en lugar de poder reconocernos en ese sentimiento. Podemos articular una salida sana a ese torrente que se está gestando sin llegar a dejarlo explotar.
No podemos evitar atravesar situaciones que generen tensión y frustración, es parte de vivir. No siempre nos van a salir las cosas de acuerdo a nuestras ideas, no todos nos van a querer o aceptar, ni los otros van a pensar parecido, ni todo el mundo nos va a hacer el camino fácil.
Las mismas estructuras sociales generan violencia: en el tránsito, la familia, la escuela y las organizaciones. ¿Cómo buscar el centro sin reprimir la bronca y enfermarnos; ni ser la bestia que arrasa?
Componer cada uno un yo más integrado que reconoce toda su paleta de posibilidades pudiendo poner énfasis en aquellos recursos que posibilitan, que abren puertas, que nos hacen sentir bien. Un yo potente capaz de hallar salidas creativas e innovadoras al malestar convirtiéndolo en otra cosa más sana para uno y el entorno, siendo una persona autorespetable, entera y dueña de sí misma.
Autoregularnos sería tomar conciencia en el preciso momento en que reconocemos que comienza ese malestar; darnos la oportunidad de elaborarlo, postergarlo un momento evitando reaccionar en caliente; esa pausa y tiempo que nos merecemos cuando algo no nos cierra. A veces en pos de adaptarnos a la fuerza nos violentamos con el riesgo de seguir generando eso afuera.
Podríamos decirles a los niños que es natural enojarse, pero que también podemos elegir qué respuesta interna y externa darle como cauce: romper todo no soluciona nada, sentirse víctimas tampoco. Somos responsables de la elección de cómo responder a los estímulos.
En EE.UU. el tema trascendió hasta el hecho de editar una película independiente que transcurre en una secundaria con adolescentes armados. Un profesor de teatro acompaña, escucha, contiene y ayuda al grupo a través del arte a manifestar en palabras todo lo que salía como violencia, a tomar conciencia de las consecuencias de sus actos y ponerse en el lugar del otro. Esa obra recorre el mundo aportando su mensaje de que es posible transformar el fuego caótico en una llama resplandeciente.
Silvia Tórtul
Terapeuta de familia
enviar nota por e-mail
|
|
Fotos
|
|
|