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domingo,
11 de
febrero de
2007 |
El calentamiento global derrite los glaciares andinos de Perú
Glaciar Pastoruri (Perú).- La Cordillera Blanca de Perú podría tener que cambiar pronto de nombre.
El hielo de las cumbres de la Cordillera Blanca, la mayor cadena de nevados tropicales del mundo, está derritiéndose velozmente por las ascendentes temperaturas, tornando marrones los picos, lo que ha puesto de relieve que el calentamiento global amenaza la futura provisión de agua del Perú, dicen los científicos.
Las montañas andinas de Perú han perdido por lo menos 22% de su superficie glaciar desde 1970 y el deshielo está acelerándose, según el Instituto Nacional de Recursos Naturales (Inrena).
Los especialistas en glaciología consideran que la actual situación de los nevados del mundo es un indicador del calentamiento global y advierten que lo que está ocurriendo en Perú sugiere la existencia de potenciales problemas.
“Para mí el promedio de pérdida de hielo es algo realmente preocupante”, dijo Lonnie Thompson, un geólogo de la Universidad del Estado de Ohio, en Estados Unidos, e influyente experto en glaciares, quien advierte que con la rapidez del derretimiento el hielo no puede generarse nuevamente.
Thompson, quien ha observado el deshielo en los Andes, los Himalayas y en la cima del Kilimanjaro, dijo que los glaciares tropicales están derritiéndose en todo el mundo debido a las altas temperaturas y que “en los sitios donde tenemos información para probarlo, el promedio de pérdida del glaciar está acelerándose realmente”.
En Perú, los efectos del deshielo son visibles. Rocas de color marrón se observan en las majestuosas cumbres cubiertas de nieve. Fotos comparadas de distintas épocas muestran cómo han ido replegándose los glaciares de las cuestas de las montañas, y uno _el Broggi_ ha desaparecido completamente. Las cavernas de hielo, alguna vez populares entre los turistas, han desaparecido.
Thompson dijo que el Quelccaya, el mayor nevado tropical del mundo en el sudeste de Perú, está perdiendo cerca de 60 metros por año, comparado con los seis metros que perdía por año hace cuatro décadas.
Marco Zapata, el director del departamento de glaciología del Inrena, camina cuesta arriba una ladera de montaña rocosa, que hasta hace poco estaba cubierta por una capa de hielo de siglos de antigüedad. Señala un pequeño montículo blanco en el glaciar Pastoruri de la Cordillera Blanca a 5.100 metros sobre el nivel del mar. La Cordillera Blanca tiene el 35% de los glaciares de Perú.
Hace un mes, ese montículo era una caverna de hielo -la última del Pastoruri- hasta que el arco cristalino de la cueva colapsó bajo un intenso sol andino inusual para la temporada. El resto de la cueva está derritiéndose y formando una nueva laguna.
El número de cuevas de hielo varía de año a año con el aumento y disminución de las temperaturas. A mediados de los años 80 y mediados de los 90 existían grandes cavernas que atraían a los turistas. Pero ahora no existe ninguna y, si reaparecieran, sería en las partes altas donde la temperatura es más baja, dice Zapata.
Entre 1995 y 2005, la capa de hielo del Pastoruri se ha reducido en casi 40%, agregó.
“Era la última cueva", lamenta Zapata, agregando que todas las postales que muestran las grandes cavernas del Pastoruri, alguna vez una atracción turística, deberían dejar de venderse.
Pero el descenso del turismo sería la menor de las preocupaciones de Perú si los glaciares desaparecieran.
El país tiene más del 70% de los glaciares tropicales del mundo y ellos alimentan los ríos que proveen agua a las ciudades y barrios marginales de la costa desértica de Perú; el agua no sólo sirve para el consumo humano sino para la agricultura y para generar electricidad. El 70% de la energía eléctrica de Perú es generada por plantas hidroeléctricas.
Thompson dijo que estas “torres de agua” que son los glaciares son cruciales en una nación donde más de dos terceras partes de sus 28 millones de habitantes viven en áreas que tienen solamente el 1,8% de la provisión de agua del país.
Barrios marginales aparecen casi literalmente de la noche a la mañana en las áridas y desérticas dunas alrededor de la capital de Perú, en la costa del Pacífico, y resulta extremadamente costoso suministrar agua a estas comunidades, dice Julio García, del Consejo Nacional del Ambiente (Conam).
Pero mientras el derretimiento de los glaciares supone una incertidumbre acerca del futuro de Perú, su presidente busca capitalizar los torrentes de agua que se originan por el deshielo de los glaciares.
“El agua nunca dejará de caer”, dijo el presidente Alan García a ejecutivos brasileños en São Paulo en noviembre, sugiriendo que Perú podría proveer al mayor país de Latinoamérica abundante energía hidroeléctrica. El plan sería factible, por ahora.
“En realidad está cayendo ahora más agua. Los glaciares están derritiéndose, entonces tus reservas de agua se están incrementando. Pero esto no va a durar más allá del 2050”, advirtió Julio García del Conam.
Para complicar las cosas, Conam dice que las lluvias en Perú han estado por debajo de su promedio en los últimos cuatro años.
Zapata del Inrena, que ha estudiado los glaciares de Perú por 36 años, ha notado que las ascendentes temperaturas en la Cordillera Blanca han coincidido con patrones climáticos erráticos, que están pasando la factura a los agricultores.
“No hay una regularidad en cuanto a las estaciones”, dijo Zapata en un luminoso día soleado, durante la temporada de lluvias en los Andes.
“Los agricultores están completamente confundidos”, señaló.
Los agricultores peruanos, que cultivan pequeñas parcelas de sembrados de papas, trigo y alcachofa al este del río Santa, dependen enteramente de los deshielos de los glaciares de la Cordillera Blanca durante la temporada seca, y si el agua se secara ocurriría, metafóricamente, lo mismo con sus vidas.
Ellos también dependen de las lluvias durante la temporada pluvial, pero dicen que esto está cambiando.
“Cuando suben las temperaturas, también se incrementa la evaporación”, dijo Thompson, agregando que el inclemente sol andino acelera el proceso, de manera que la lluvia rápidamente se evapora.
“Ahora hay menos, no como antes”, dijo la campesina Claudia Villafán Ramos sobre las cumbres nevadas de las montañas en su natal valle del río Santa. Los picos ahora lucen vetas de color marrón.
Cuando se le pregunta si eso le preocupa, Villafán, cuyas gastadas manos y rostro la hacen lucir mayor que sus 42 años, dice: “sí, porque no hay que comer”.
Villafán cultiva papa y alcachofas cuando puede encontrar trabajo, pero con la escasez de agua, nadie está contratando personal.
“Si tú repasas la historia de la humanidad, la gente que paga el precio por cualquier cambio son usualmente los pobres, y aquellos que tienen menos recursos para lidiar con esos cambios”, dijo Thompson.
Pero “eventualmente los países industrializados pagarán un precio por esos cambios”, anotó. (AP)
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