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 domingo, 24 de diciembre de 2006  
Trece años de prisión a un joven de 22 años por un crimen en Fisherton Oeste
Broche para una tragedia de Nochebuena
En un asalto, un ladrón disparó su arma y mató a un hombre delante de su hija. A tres años, hubo condena

María Laura Cicerchia / La Capital

El mediodía del 24 de diciembre de 2003 los empleados de una fábrica de pegamentos de Fisherton Oeste preparaban un brindis navideño cuando el dueño advirtió que un joven se acercaba al local para asaltarlos. Alfredo Avigliano era quien estaba más cerca de la puerta y se apuró a cerrarla, pero en el forcejeo el brazo del asaltante quedó aprisionado contra el marco. Con el cuerpo en la vereda, oculto tras la abertura de chapa, y un arma en la mano apuntando al interior de la oficina, el joven disparó. El tiro dio de lleno en la cabeza del hombre de 64 años que estaba del otro lado y que había ido a buscar a su hija al trabajo. Tres años después, un tribunal evaluó que el muchacho no pudo ignorar que el tiro que gatilló podía ser letal y lo condenó a 13 años de prisión.

Los miembros de la Sala IV de la Cámara Penal le impusieron esa pena a Lorenzo Ramón Franco, un muchacho de 22 años que se había entregado en Tribunales 26 días después del crimen. Los jueces Guillermo Fierro, Rubén Jukic y Antonio Paolicelli consideraron probado que fue el autor del homicidio en base al categórico reconocimiento que realizó el dueño del local al señalar a Franco en una rueda de personas.

Un detalle estético también incriminó al joven: el tatuaje de 14 por 10 centímetros del demonio de Tasmania que tiene impreso en una pierna. Los testigos que vieron escapar al homicida en bicicleta junto a un cómplice describieron que tenía esa imagen grabada en una pierna.

En el mes de agosto pasado, Franco había sido condenado en primera instancia a 15 años de prisión por el delito de homicidio agravado por el uso de arma de fuego. Su defensor apeló, disconforme con el monto de la pena. Los camaristas que revisaron la sentencia consideraron que es culpable del crimen, pero redujeron la pena a 13 años por juventud y su falta de antecedentes penales: para la policía nunca antes había cometido un delito.

La muerte de Alfredo Avigliano fue el desenlace trágico de un intento de robo a la fábrica de adhesivos químicos Interquim, de Colombia 126 bis. El hombre solía ir los fines de semana a buscar a su hija Elisabeth, de 34, para llevarla a pasar el día a su casa de Andino. Por eso a los vecinos y empleados de la fábrica no les extrañó verlo llegar y estacionar frente al local el mediodía del 24 de diciembre de 2004, cuando la jornada laboral de su hija llegaba a su fin.

En una pequeña oficina ubicada al lado del galpón para ingreso de camiones estaban reunidos el dueño de la firma, Jorge Cousso, sus dos hijos de 23 y 14 años, un empleado, Elisabeth y María Encarnación, una vecina que atendía un almacén y que el día anterior había guardado en el freezer las botellas de sidra. Enseguida lo invitaron a participar del brindis por la Navidad y bromearon por tener que usar vasitos plásticos en lugar de copas.

"Fue todo una cuestión de segundos, pero parecieron siglos", contó esa tarde María Encarnación. Segundos en los que el clima de celebración dio paso al horror. A la oficina se acercaron dos jóvenes en una bicicleta. Uno de ellos se quedó esperando sobre la calle. El otro encaró hacia la puerta abierta del local, pero Cousso vio que se acercaba y le gritó a Avigliano que cerrara la puerta. El hombre forcejeó con el maleante para cerrar la puerta ciega de chapa y fue enconces cuando, sin decir una palabra, el muchacho disparó y la víctima cayó pesadamente al piso con una bala en la cabeza.

Su hija se arrojó encima de él, llorando y gritando de desesperación. Se cayeron los vasos, el único celular del que disponían en la oficina no funcionaba y el cuerpo de Avigliano tendido junto a la puerta obstruía el paso para salir a pedir ayuda. María Encarnación fue quien finalmente llamó desde su casa a una ambulancia que, cuando llegó al barrio, no lograba ubicar la dirección.

Con el rostro destrozado por un disparo certero y a quemarropa, Avigliano agonizó en el Heca toda la noche. Sus allegados pasaron la Nochebuena en la sala de guardia del hospital. Al día siguiente, su familia ya sabía que no iba sobrevivir: "Lo único que puedo decir es que no se va a salvar. Estamos esperando que esto se corte", dijo entonces llorando a La Capital la hija de la víctima, quien junto a sus familiares decidió donar los órganos de su padre cuando la vida de Alfredo finalmente se apagó.
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La espera de la familai de Alfredo Avigliano, en la Navidad de 2003 en el Heca.

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