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 domingo, 24 de diciembre de 2006  
Editorial
Piquetes: la paciencia tiene límites

Los días previos a la Navidad han estado signados por reclamos colectivos que provocaron tensión en la ciudad y malestar en muchos rosarinos. La reacción de un grupo de comerciantes de la zona sur ante un corte que los perjudicaba puede marcar el comienzo de un cambio de actitud social. La pasividad de las fuerzas policiales ante el atropello y la violencia ya no puede ser justificada.

Los graves hechos ocurridos durante estos días en Rosario, signados por protestas minoritarias e intempestivas que llegaron incluso a las puertas del Concejo Municipal, merecen tanto la reflexión como la atención por parte del gobierno de la provincia. Es que tal cual se lo ha asegurado en reiteradas ocasiones desde esta misma columna, la supuesta legitimidad que inviste a ciertos reclamos no tiene por qué vincularse con metodologías agresivas que perjudican abiertamente al resto de la ciudadanía.

Y tal cual lo demostraron anteayer los comerciantes de la zona de Arijón y Flamarión, en el sur de Rosario, la paciencia de la gente ante el atropello sistemático puede tener un límite. Indignados porque se les impedía trabajar en jornadas tan propicias como las que preceden a la Navidad, los propietarios de negocios -que como tales pagan los correspondientes impuestos- procedieron por cuenta propia, ante la incomprensible pasividad que exhibían las fuerzas policiales. Y así lograron su objetivo, que no era otro que cumplir con su labor cotidiana. En esta Argentina tantas veces irracional y caótica no resulta siempre sencillo, sin embargo, concretar tan natural propósito.

Y no es que desde esta tribuna se esté instando a la represión salvaje: bien conocidas son las consecuencias dramáticas que ha traído aparejadas para el país la aplicación de semejante política. Pero cuando días pasados una turba de encapuchados arremetió furiosamente con palos y barretas contra las puertas del Palacio Vasallo -símbolo de la democracia- ante el mismo rostro de la policía, la pregunta que se hacía cualquier ciudadano decente es cómo no se ponía coto a la violencia. No puede permitirse de modo tan liviano que la disconformidad con el aumento del precio del boleto del transporte urbano se exprese, lisa y llanamente, por intermedio de un comportamiento de naturaleza delictiva.

La prudencia no puede ser confundida con la inacción. La cautela a la hora de proceder, tan lógica en casos como el que nos ocupa, no merece ser asimilada con dejar sumidos en la indefensión a quienes sufren en carne propia las consecuencias de protestas irrespetuosas.

Cuando los reclamos se desmadran, como en los casos descriptos, corresponde obrar. Con lucidez, con persuasión, pero también con firmeza. De otra manera, la Biblia se junta con el calefón -como lo imaginó Discépolo- y los valores que sustentan a la sociedad se diluyen en la confusión más absoluta.

El poder político tiene la palabra.
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