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 domingo, 24 de diciembre de 2006  
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Control remoto

Desde hace años el cable, es decir la TV que viene vía cable, forma parte de muchos hogares en todo el mundo como producto de una adquisición legal o bajo la forma del pinchazo, transgresión o delito según las advertencias de la patronal de los cables. En los menús ofertados no falta un canal llamado "Volver", en el que se pueden ver viejas películas o no tanto, telenovelas ya pasadas o lo que sea que nos retrotraiga al pasado con sólo pulsar el control remoto. Por cierto, un artefacto bastante fascinante, un artilugio que posibilita el control remoto de la tele con el que el humano, un ser básicamente bipolar por donde se lo mire, oscila entre la omnipotencia y la impotencia.

Sentado en su sillón y en su lugar preferido, con el objeto en sus manos que le acerca lo remoto, el sujeto lidia su batalla con relación al espacio y el tiempo en condiciones que le resultan en principio inmejorables. Pero sólo en principio pues el malestar suele romper la omnipotencia de manejar los tiempos y los espacios, quedando el sujeto ahogado en la culpa que emerge triunfante en medio de los remordimientos de conciencia por estar demasiado tiempo frente al televisor.

En ese punto, alguien tiene que soportar la victoria de la pasividad sobre la actividad donde irrumpen orondos los remordimientos de la maldita conciencia, es decir de las consabidas mordidas de esa voz interior que no se puede controlar ni remotamente. En la otra pantalla, la psíquica, el control es precisamente remoto en su posibilidad de controlar el desfile de las imágenes, que aun perteneciendo al interior mismo del sujeto, gozan de cierta o total autonomía según las circunstancias de cada cual.

La pantalla psíquica también dispone de un canal "Volver", ya que la psiquis vuelve muchas veces sobre sus pasos. La importancia de este canal en la psiquis no sólo está dada por su inefable presencia, sino por su sorprendente ausencia en algunas ocasiones o casos. En efecto se puede observar que a veces pareciera faltar el canal retro.

No se trata de seres que tienen la enorme habilidad de vivir en el presente, anticipando y sobre todo previendo adecuadamente el futuro, porque tal estirpe es más bien infrecuente, sino que se trata de que dichos seres literalmente viven en el pasado. Por lo tanto no tienen necesidad de volver a ninguna parte ya que viven en él. Aferrados a un tiempo y un espacio que ya fue, el desfile interior de las imágenes se les presenta como el desfile de la realidad al punto de que transitan por un presente anterior, negándose a lo actual que tiene el tiempo.

Por lo que parece tenemos uno solo para vivir, pero el problema es que en el fraccionamiento del tiempo el sujeto muy a menudo se pierde. En la ansiedad, contrariamente al caso anterior, el tiempo se pierde hacia adelante. En tal caso estamos frente a un ser que habita en la velocidad de los instantes, que es capaz hasta de percibirlos en su anticipación, pero que suele quedar enredado en la mayor de las paradojas al no poder advertir cuándo finalmente llega el tiempo y el turno de ese algo tan anticipado (las ansiedades ya están anticipando los instantes siguientes).

Entre la doble tenaza del pasado y del futuro el humano tiene algún pie con el que aferrarse en los distintos presentes que le toca vivir. Cuando es pequeño el futuro parece más o menos remoto, en tanto es ese tiempo y ese espacio en el que viajan solamente los adultos, que vendrían a ser todos esos seres que tienen el pin con el que acceden a las cosas. Cuando es grande, el susodicho futuro aparece como mínimo incierto, ya que puede ser un espacio y un tiempo en el que lo saquen de circulación.

En la pantalla de la psiquis, de una u otra manera, el canal "Volver" siempre está disponible, y si bien en muchos momentos está minimizado, se lo puede maximizar en cualquier punto del día o de la noche, con la apreciable diferencia respecto del control remoto televisivo al no disponer de semejante aparato para la pantalla psíquica. Y esto porque el pasado en muchas ocasiones vuelve cuando él quiere, y no cuando el apetito de nostalgia del humano quiere satisfacerse sin dejar de recordar que la nostalgia es uno de los platos favoritos con que los humanos se regodean a piacere.

Los seres masculinos, que quizás se hicieron hombres en el siglo pasado, encuentran uno de sus regodeos preferidos en las historias, por lo general mínimas, del denominado servicio militar. Por su parte, los seres femeninos excluidos del mundo de las supuestas proezas militares, no tenían otra alternativa que degustar los placeres de la nostalgia con las anécdotas de la escuela, muy especialmente las del secundario, que ahora parece recuperar su nombre al borrarse algunas de las huellas de la modernidad trucha del menemismo.

El psicoanalista Cornelius Castoriadis hace una afirmación interesante que invita a la reflexión. Dice: "De lo que se trata en la vida es de retener la infancia hasta la muerte". Retener la infancia no es volver a ella en una regresión patológica, ni tampoco hacer de la nostalgia el sentido de la vida. Tampoco se trata de quedar retenido en algunos episodios fundamentales o que parecen serlo. Ni mucho menos conservar o reencontrar la pila que se supo tener. La cuestión es seguir viajando con la avidez y el entusiasmo que hace del infante un ser que pregunta todo, y que al mismo tiempo no se conforma demasiado con las respuestas obtenidas. Cuando es lo inverso, es decir cuando tenemos más respuestas que preguntas, entonces estamos de vuelta. Con toda probabilidad el canal volver se tragó al ser enviándolo al agujero negro del pasado y, aunque todo parece bajo control, ni remotamente se puede percibir lo nuevo.


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