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domingo,
24 de
diciembre de
2006 |
El buzo que se gana la vida en las cloacas de ciudad de México
Monica Medel
Cuando niño quería ser oceanógrafo, pero a los 18 años Julio César Cu decidió hacerse buzo y hoy lleva la mitad de su vida sumergido en las aguas servidas de una de las urbes más grandes del mundo, la ciudad de México.
Cu, de 46 años, es el jefe de buzos del drenaje del Distrito Federal y con otros tres compañeros se dedica cada día a revisar y limpiar parte de su red de tuberías, que supera los 12 mil kilómetros, similar al diámetro de la Tierra.
Enfundado con un traje hermético de hule de seis milímetros de espesor fabricado en Noruega, Cu y tres buzos bajan cada día por las alcantarillas, donde enfrentan riesgos de accidentes y enfermedades.
Una vez en en fondo del desagüe y tapados por varios metros del líquido viscoso sólo tienen el tacto para orientarse y el cable que los conecta a tierra y que lleva comunicación, aire y un arnés de seguridad, al que llaman “cordón umbilical”.
Ellos inspeccionan las tuberías más grandes y las plantas colectoras por las que fluyen más de 35,000 litros de aguas residuales por segundo y sacan toneladas de basura que la gente arroja.
Cu soñaba con ser oceanógrafo, pero con una familia de diez hermanos, el dinero no alcanzaba para financiar sus estudios y tuvo que dejar los libros en la adolescencia para trabajar.
Luego de ganarse la vida como profesor de buceo, disciplina que aprendió en piscinas en la capital, descubrió que su oficio era muy útil en el subsuelo de la ciudad de más de 18 millones de habitantes, construida sobre un lago desecado en el centro de México y comenzó a sumergirse en las aguas negras.
“El buceo como deporte me gustó, ya posteriormente como trabajo me gustó más. Realizo una labor que beneficia a mucha gente”, dijo Cu. “Creo que lo que más se acercó al drenaje profundo fue la oceanografía”, agregó.
El drenaje profundo son los tubos de más de seis metros de diámetro que se extienden por 166 kilómetros en las entrañas de la ciudad y son la piedra angular del sistema de aguas negras.
Hallazgos tenebrosos
Los hallazgos extraños ya no sorprenden a Cu. Botellas, paquetes de cigarrillos, troncos, neumáticos y largos trozos de alfombras son parte de la basura que encuentra todos los días. “En una ocasión sacamos partes de un auto que, creo, si lo armábamos quedaba completo”, dijo.
Pero hay descubrimientos más terribles. “Lo más raro han sido animales muertos, cabezas de animales, personas muertas”, dijo Cu. “Desgraciadamente sí se llegan a ver muchos cuerpos aquí”, agregó.
A pesar de ser un trabajo riesgoso, la paga es de apenas alrededor de 400 dólares al mes en una de las ciudades de Latinoamérica con mayor costo de la vida y los buzos no reciben entrenamiento especial.
La esposa de Cu y sus dos hijos no están contentos con su oficio, pero él dice que prefiere su trabajo en las aguas negras a las del mar, porque cumple una función social de la que está orgulloso.
Al final de cada día, los buzos quedan impregnados con orina y otros desechos de las aguas contaminadas que deben limpiar cuidadosamente con detergente. Por eso no hay muchas personas que quieran hacer el trabajo.
“Ninguno de los buzos, afortunadamente, ha tenido ninguna enfermedad grave a causa de estas aguas”, dijo Cu, quien cuando no está en el agua fuma un cigarrillo tras otro.
Pero, aunque no son comunes, su equipo ha sufrido accidentes graves: hace 21 años un torrente de aguas negras se llevó a un compañero de Cu cuando destapaba un conducto.
Sin embargo, Cu disfruta su trabajo y la función que cumple para la ciudad y, mientras se sumerge en una jaula hacia las aguas residuales donde flota la basura, dice que está fría y luego da un informe detallado desde las profundidades.
“El tubo está bien, sigo caminando, son como 50 centímetros de azolve (sedimento). En general, no hay nada grande. Ahorita voy a sacar una llanta que vi en la superficie, ya vi la luz”, dice Cu por su sistema de comunicación mientras se escuchan las burbujas. (Reuters)
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