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sábado,
16 de
diciembre de
2006 |
Debieron ejecutar dos veces a un reo en EEUU
Un puertorriqueño recibió varias inyecciones letales porque se demoraba demasiado en morir
Una aguda controversia se levantó ayer en Estados Unidos por la ejecución de un puertorriqueño en el estado de Florida, ya que el reo tardó el doble de lo habitual en morir y le tuvieron que inyectar en dos oportunidades las sustancias letales.
La ejecución tuvo lugar en la prisión estatal de Starke, Tallahassee, el miércoles último y los resultados de la autopsia revelaron, ayer, la causa del macabro fiasco.
El reo era Angel Nieves Díaz, de 55 años, condenado a la pena capital por el asesinato de Joseph Nagy, gerente de un club de strip tease a quien le dispararon con un arma con silenciador, cuando Díaz y dos cómplices asaltaron el centro nocturno Velvet Swing el 22 de diciembre de 1979.
El forense William Hamilton explicó que las agujas por donde pasaron las sustancias letales no fueron colocadas en forma adecuada, de tal modo que en vez de ser insertadas en las venas quedaron alojadas en los músculos de Nieves Díaz.
La ejecución se llevó a cabo, pese a apelaciones de última hora ante la Corte Suprema de Estados Unidos y cartas de funcionarios de Puerto Rico al gobernador, en las que pedían que le perdonaran la vida.
Díaz se convirtió en el prisionero número 64 ejecutado desde que Florida reanudó las ejecuciones en 1979. Fue el reo 21 ejecutado durante el mandato del gobernador Jeb Bush, hermano del presidente George W. Bush, que dejará el cargo el mes próximo.
El periodista de AP Ron Word, quien presenció más de 50 ejecuciones en la Florida, incluidas 20 con inyecciones letales, comento cómo fueron los últimos minutos de Nieves Díaz.
"Parecía que Angel Nieves Díaz no se moriría nunca. Dos verdugos le inyectaron tres sustancias químicas que se suponía le causarían la muerte en pocos minutos, pero pasaron 10 y el reo puertorriqueño seguía vivo, mirando a los 25 testigos de la ejecución. Nieves Díaz se estremeció varias veces y siguió respirando por más de media hora. Finalmente falleció, 34 minutos después de que se inició el trámite", recordó el cronista.
"He presenciado las 20 ejecuciones con inyecciones letales que se han realizado en la Florida. En la mayoría de los casos, el reo pierde el conocimiento luego de tres a cinco minutos, y muere en diez minutos, o, a más tardar, 15", explicó.
Segundos después de que se le inyectó la primera dosis, Nieves Díaz miró hacia arriba, pestañeó varias veces y pareció decir algo, tal vez una oración, según opinaron algunos testigos.
Un minuto después, comenzó a hacer muecas, se relamió los labios y sopló. Hizo movimientos durante 24 minutos después de la primera inyección.
En la mayoría de las ejecuciones de la Florida no se permite hablar. Los testigos se acomodan en las dos primeras hileras de asientos y los periodistas en las dos que hay más atrás.
Luego se abren las cortinas marrones del ventanal que separa la sala de ejecuciones y se puede observar al reo atado a una camilla, con tubos intravenosos en ambos brazos y una sábana que lo cubre hasta el cuello. Unos tubos de plástico atraviesan una pared. En el otro extremo están los dos verdugos, quienes cobran 150 dólares en efectivo, esperando la señal del director del penal para que procedan.
Las ejecuciones mediante inyección letal se realizan en la misma sala donde antes se usaba una silla eléctrica. Se dejó ese método de lado cuando a dos reos se les prendió fuego en la cabeza durante sus ejecuciones en la década del 90 y otro sangró profusamente de la nariz en el 2000.
"Un acto cobarde"
Cuando se corre la cortina, el director del penal le pregunta al reo si tiene algo que decir. Con voz temblorosa, Nieves Díaz, hablando en español, insistió en su inocencia y criticó el método que se estaba usando para ejecutarlo.
"La pena de muerte no sólo es una forma de venganza, sino un acto cobarde. Lamento lo que me está sucediendo, a mí y a mi familia, que debe soportar esto", expresó el puertorriqueño.
Luego de escuchar las últimas palabras, el director del penal hace un gesto con la cabeza, dando el visto bueno para que le inyecten las sustancias letales. Dos médicos observan un monitor que mide los latidos del corazón del reo. Cuando no hay más actividad, ingresan a la sala vestidos con uniformes que los cubren de pies a cabeza, para proteger sus identidades.
Tras asegurarse de que no hay pulso y observar con una linterna las pupilas, uno de ellos le hace saber al director del penal que el reo ha muerto. (AP y Reuters)
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