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 miércoles, 13 de diciembre de 2006  
Final de un dictador. El debate chileno
El difícil rompecabezas de un país con grandes contrastes

Alonso Contreras

Santiago. - La muerte de Augusto Pinochet dejó al descubierto un Chile dividido entre "pinochetistas" y "antipinochetistas", y con una imagen digna de un caleidoscopio de difícil descripción.

Entre los "pinochetistas" más radicales se cuentan, en primer lugar, los herederos de los terratenientes que fueron afectados por la reforma agraria del presidente Salvador Allende (1970-73). Los dueños de grandes fincas sufrieron la expropiación y el reparto de la tierra entre los trabajadores, con lo que perdieron también el poder político que les otorgaba el voto cautivo del proletariado de la época. Para sus herederos, Pinochet fue el héroe que les devolvió en parte sus posesiones y su estatus social y político, aunque los que no consiguieron recuperar sus privilegios son los más extremistas.

Los "antipinochetistas" más radicales son, lógicamente, las decenas de miles de exiliados y los familiares de las víctimas de la dictadura, que dejó más de 3.000 muertos, 30.000 torturados y cerca de 1.200 desaparecidos que no han podido ser enterrados dignamente.

Mientras tanto, el gran empresariado chileno se debate actualmente entre su tradicional pinochetismo y los esfuerzos de algunos de sus miembros, en los últimos cinco años, por quitarle color político al capital. Las grandes fortunas de Chile -el país con la mayor desigualdad económica de América latina, según organismos internacionales- se mantienen agradecidas al brusco cambio de rumbo que causó el golpe militar.

El pequeño empresariado, por su parte, dividido según la posición política de cada comerciante, tiene tendencia a valorar la seguridad pública inherente a toda dictadura, mientras que para el sector más empobrecido -los que viven en las llamadas "poblaciones", equivalentes a las favelas brasileñas- nada ha cambiado entre la dictadura y el neoliberalismo que creó y se mantuvo, aunque por lo menos ahora se puede salir de noche después de 14 años de toque de queda.

La juventud chilena responde casi fielmente al esquema. Es difícil encontrar a un adolescente con ropa de marca en los homenajes a Allende, mientras que los únicos jóvenes con ropa de supermercado en los alrededores del funeral de Pinochet eran los miembros de grupos neonazis.


Un cuadro surrealista
La Iglesia se dividió en épocas: inicialmente, la Vicaría de la Solidaridad fue el refugio más fraternal para los perseguidos políticos, pero el cambio de papado llevó a una radical derechización del clero que, en definitiva, resultó muy servil a Pinochet. En la actualidad, y oficialmente, la Iglesia se declara a favor de la reconciliación entre los chilenos.

Las fuerzas armadas, que le brindaron un funeral oficial al ex comandante en jefe del ejército, conocen los esfuerzos de modernización y apoliticismo de sus últimos jefes. Sin embargo, tanto las tres ramas militares como la policía militarizada (carabineros) respetan y defienden la imagen histórica de Pinochet. En los medios de comunicación en general también existe un dilema entre el relativo progresismo de los profesionales y el conservadurismo de casi todas las empresas periodísticas.

En tanto, el cuadro de los partidos políticos es casi surrealista: en la Concertación por la Democracia, que gobierna Chile desde 1990, conviven los socialistas con la Democracia Cristiana, una agrupación asociada a organizaciones internacionales conservadoras.

En la oposición, la Alianza por Chile une a la derecha con aspiraciones de reformas y de homologación internacional con la derecha a ultranza. Amplios sectores de la población chilena admiten que el golpe de Estado contra Salvador Allende se veía venir porque un radicalizado movimiento popular se le fue de las manos, pero rechazan la larga permanencia en el poder de los militares y, especialmente, la crueldad de la represión. (EFE)
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