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 domingo, 10 de diciembre de 2006  
Ese lugar donde siempre oscurece

"Pensar en un hombre

se parece a salvarlo..."

Roberto Juarroz

"De este lado del mundo, siempre oscurece". La frase aparece al pié de una serie de fotografías del brasileño Sebastián Salgado dedicadas a retratar el mundo de los explotados en las minas de oro en el norte de Brasil. Una serie fotográfica que si acaso no fuéramos advertidos de antemano, creeríamos que pertenece al siglo XIX. Sin embargo no, el mundo que retrata Salgado es actual, contemporáneo a nosotros. Hay allí hombres fatigados, niños exhaustos acarreando grandes piedras por la ladera de una montaña, rostros inmersos en el lodo y capataces que custodian que el trabajo se lleve a cabo sin problemas, y que nadie escape. Pareciera que los hombres allí retratados no se hubieran enterado nunca que la esclavitud ya no existe o que la noticia de su abolición les hubiera sido negada.

A Sebastián Salgado le llevó varios años hacer ese registro fotográfico en el que se propuso mostrar la permanencia de las prácticas coloniales en el corazón mismo de la modernidad.

La misma serie podría haberse realizado en cualquier otro lugar del mundo: en los cañaverales de Tucumán, en los suburbios de Managua, en los campos de cultivo del sur de España, en cualquier fábrica de la próspera China. Y cualquier serie podría haber llevado como epígrafe "de este lado del mundo, siempre oscurece".

Es que allí donde el derecho más elemental a la dignidad humana es violentado, allí donde alguien es sometido por prácticas bárbaras a condiciones injustas de vida, allí, siempre el sol se eclipsa y oscurece el paisaje.

Reconocer esto debiera hacernos comprender que esa oscuridad, por más que transcurra a kilómetros de nuestras moradas, contamina nuestras vidas cotidianas. El producto oriental que compramos a precio irrisorio, los hilados con que nos vestimos, los dulces con que acompañamos nuestras comidas, tienen su origen, tantas y las más de las veces, en ese mundo oscuro donde el sol nunca se muestra. Por eso, una carga del dolor con que han sido fabricados u obtenidos pasa de esos cuerpos al nuestro.

Los Derechos Humanos han sido establecidos para garantizar una convivencia más humana y justa entre todos lo que formamos parte de este planeta, y sería ilusorio acaso imaginar que su cumplimiento pleno será garantizado por todas las comunidades humanas. Por el contrario, el nuevo milenio avanza y nada indica que las causas de lo injusto estén en vías de extinción.

Sin embargo, y a pesar de este pronóstico nada auspicioso, nada nos exime de la responsabilidad que como miembros de la especie humana tenemos de saber que más allá del bienestar de nuestras vidas, existen otros a quienes ese bienestar más elemental le es negado o cuyo dolor sostiene el bienestar del que gozamos: el grito de la madre del hijo asesinado por la policía, el temblor en el cuerpo de la mujer que es maltratada en una oscura celda por el solo hecho de ofrecer su cuerpo en una esquina, el llanto del que no tiene comida, el cansancio del que trabaja por un sueldo miserable en el corazón de sociedades prósperas, el estupor de aquel que ve cómo la justicia posterga su dictamen, el niño humillado por sus padres, son todos ellos, víctimas de lo injusto.

Los Derechos Humanos han sido creados para ellos, para protegerlos de la arrogancia y de la impudicia del poder que todo lo puede. Nadie ni nada nos asegura que dentro de cien años estos males desaparezcan de la tierra, ni que la especie humana acepte el dictamen de proteger y cuidar la vida de su semejante, pero así y todo, nada nos exime del deber de hacer saber y recordar, a aquellos que prefieren ignorarlo, que existe un mundo, cercano al nuestro, donde la luz del sol vacila o donde siempre oscurece. Y de acompañar, allí donde estén, del modo que sea, aunque solo sea con el pensamiento, a aquellos que padecen la oscuridad. Para que su soledad no sea tan parecida a una inmensa tierra baldía, ni sus vidas un calvario que ya nadie, por mera costumbre, percibe.

Rubén A. Chababo es director de la Oficina de Derechos Humanos y del Museo de la Memoria de la ciudad Rosario
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Indígenas. Una foto de Salgado para pensar.

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