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domingo,
26 de
noviembre de
2006 |
Retratos de una época y sus personajes
La muestra "Caras y relatos de la cultura" presenta una selección de fotografías tomadas por Norberto Puzzolo en los años 70 y 80. Un viaje a través de la memoria de la ciudad
Osvaldo Aguirre / La Capital
"Mi aprendizaje en la fotografía". Así define el artista Norberto Puzzolo la serie de retratos que componen la muestra "Caras y relatos de la cultura", que incluye textos de Gary Vila Ortiz y podrá visitarse a partir de la semana próxima en el Museo del Diario La Capital. Producidas en los años 70 y 80, las imágenes tienen un valor agregado por el tiempo: documentan una época en la vida cultural de la ciudad.
"Mi trabajo artístico hoy pasa por otro eje -dice Puzzolo-. Pero fue interesante volver sobre mi archivo y encontrar cantidad de fotos que había olvidado. Después de esta etapa nunca más hice retratos".
Puzzolo (Rosario, 1948) fue uno de los miembros más jóvenes del Grupo de Artistas de Vanguardia, que irrumpió en escena hacia mediados de la década del 60. La obra colectiva Tucumán Arde (1968) marcó el hito y a la vez el cierre de ese período. Cada uno de los participantes siguió su propio camino; en su caso se abrió un paréntesis forzoso, ya que tuvo que hacer el servicio militar.
De vuelta en la vida civil, a sugerencia de Gilberto Krass, comenzó a hacer retratos de pintores. "Creo que no bien me compré la cámara, en 1972, fotografié a Carlos Alonso", recuerda.
La elección de la fotografía también tuvo que ver con las necesidades del sustento económico. "Un día pensé que yo estaba condenado a trabajar de por vida -dice-. Entonces lo mejor era conseguir un trabajo que reuniera lo que había aprendido en plástica con una actividad que me diera placer. Desde el Grupo de Artistas de Vanguardia negábamos la pintura, decíamos que no había que pintar; entonces, en ese momento, la fotografía era una herramienta interesante".
Los retratos fueron también un lugar de proyección de la experiencia previa: "Mi formación a través de la enseñanza estuvo dada únicamente por el taller de Juan Grela y por las charlas y los momentos que compartí con Anselmo Piccoli, a quien también reconozco como maestro. Todo eso que aprendí referido a la pintura traté de ponerlo después en todos los órdenes de mi trabajo".
Con ojos y oídos
El aprendizaje a través de la práctica del retrato tenía que ver con el aspecto técnico de la fotografía: el manejo de la cámara, el revelado, el trabajo en el laboratorio. Pero lo más importante se jugaba en el momento de tomar la foto, en el contacto con el otro. "Siempre me pareció que yo podía aprender de un maestro -dice Puzzolo-, pero también de la charla con un poeta, con un pintor, con un actor de teatro, porque uno siempre aprende algo cuando comparte cosas".
En los 70 tenía un pequeño estudio en Córdoba y Maipú, cerca de la librería Síntesis, que era un punto de reunión de los escritores y artistas de Rosario. "Iba dos o tres veces al día. Era un lugar donde descubrir la literatura. Por pura intuición confiaba en lo que podían recomendar (Jorge) Isaías o (Juan) Martini, tomaba los libros que ellos leían y los leía. En esa escucha también uno aprende. Con la fotografía me pasó eso".
Había además una exigencia añadida. "Si yo tenía que hacerle un retrato a Carlos Alonso, no podía hacer un trabajo que no lo conformara en alguna medida. Esa confrontación con un modelo, y con un modelo que era un pintor reconocido, con Grela, con Vanzo, con Uriarte, me proponía un desafío. Yo tenía que responder con un retrato que ellos aceptaran. Y la conformidad de ellos, el ojo educado, la capacidad para ver que los distinguía, eran para mí un gran aliciente".
La comunión del fotógrafo y el modelo es uno de los secretos del retrato. "El personaje más histriónico era más fácil de fotografiar que el más reservado. A mí me fue más fácil fotografiar a Uriarte, por ejemplo, porque posaba frente a la cámara, que a Grela, mi maestro, que a lo mejor no se ponía para la foto". El modelo tiene la última palabra: "Si no se presta, si da vuelta la cara, es muy difícil hacer el retrato".
Algunos de los retratos que integran la muestra surgieron a propósito de la publicación de libros. Otros, como los de Cachilo o el Poeta Aragón, salieron de encuentros por la calle. Y otra fuente de imágenes fue su trabajo como reportero gráfico en los años 70, "en diarios que duraban poco tiempo, con Carlos Gabetta y Víctor Aliprandi, pero también haciendo la corresponsalía de Clarín, con Zoilo García Quiroga". El equipo al que podía acceder entonces, "era una cámara de 35 mm con algunos lentes bastante viejos que me había dado Antonio Carrillo, que era fotógrafo y tenía una galería de arte en la calle Sarmiento que fue muy importante".
Para saber que era otra época basta una referencia. En la galería, Carrillo "nos hacía exponer a los jóvenes, pagaba el catálogo y después nos llevaba a comer paella a la vuelta, al Centro Republicano Español".
El tiempo del trabajo periodístico, o la ausencia de tiempo, marcaba otro ritmo. "Yo siempre tuve mucho cuidado con los negativos, siempre mandaba la copia. A veces había que secar como fuera, con alcohol, pasar un secador de pelo y hacer la copia así nomás, en veinte minutos, porque se iba el avión a Buenos Aires y no había otra forma de enviar la foto. Por eso hay negativos que están deteriorados; la tecnología digital permite reconstruirlos, sin cambiar las características de las fotos".
La foto de Gustavo Cochet surgió a propósito de una nota para la revista Panorama. "A lo mejor sería interesante mostrar también la génesis de cada foto -dice Puzzolo-. Eso es lo que tiene de rico el archivo y es lo que a uno le gustaría mostrar en su totalidad, aunque parezca imposible. Porque está ese retrato del pintor que se eligió y que la mayoría de las veces se repite porque es el que más gusta, pero también está el pintor en otra situación, o hablando, o el taller en su totalidad, esa desprolijidad tan agradable que tienen los talleres de los pintores".
Tiempo pasado
Los retratos muestran a pintores, músicos, humoristas, escritores, periodistas, actores y directores de teatro de Rosario. En total son 47 imágenes, y el conjunto podría definir un momento cultural. "Hay un recorte previo mío, ya que faltan muchas personas que no fotografié. Y hay un recorte del curador (Fernando Farina). En gran medida están mis afectos".
Algunos de los retratados pueden ser irreconocibles. Roberto Fontanarrosa posa con anteojos oscuros, gorra y barba, en una actitud displicente. Intimidatoria, incluso. "Tenía que ser Hemingway o Faulkner -explica Puzzolo-. La foto está sacada en la casa de Angélica Gorodischer, porque necesitábamos una gran biblioteca, y él sobreactuó de esa manera su papel de escritor".
Gustavo Cochet baja la vista, cierra los ojos. Desinteresado del observador, o vuelto a su propio mundo. Si hay una actitud que se le opone es la de Fernando Espino: parece difícil sostener su mirada. A veces, el retrato parece cerrarse en un gesto: Angélica Gorodischer tiene una mano suspendida cerca de un raro sombrero, mientras mira fuera de cuadro; en otros casos, la imagen se abre para mostrar un espacio que es también significante del modelo: el poeta Aragón, el patetismo y la leve sordidez de su figura, no estarían bien representadas sin ese trasfondo donde se adivina uno de los bodegones en que transcurrió su pobre reinado de carnaval.
Los retratos provocan un efecto inquietante. Son, en general, personajes públicos, pero con un detalle (el aspecto, la expresión, la pose) que los muestra bajo una luz desconocida. "Si uno toma la fotografía en un sentido muy amplio -dice Puzzolo- puede ver que las personas retratan los buenos momentos, los lindos paisajes, los viajes. La fotografía es una especie de ayuda memoria de lo agradable, excepto tal vez en la cotidianeidad del periódico. En ese sentido, a mí me pasa a la inversa: el temor de mirar el archivo, el temor de verse uno en una foto tiene que ver con esa cuestión de paso del tiempo tan fuerte que marca la fotografía, la afirmación de que eso que muestra la foto ya no es".
Esa afirmación, destaca Puzzolo, es constitutiva. "No hay presente en la fotografía. Si uno ve «Las meninas» de Velásquez, esa pintura tiene presencia; en el cine uno queda atrapado por la historia, no se pone a pensar que alguno de los actores puede haber muerto. Pero cuando uno ve la foto ve siempre el pasado. Se mezclan un placer y una angustia. Rememorar es hermoso, pero otra cosa es sentir que eso no está más".
De quién son las fotos
"Cuando uno dice «tengo una foto tuya», ¿qué es lo que dice? -pregunta Puzzolo- ¿Dice «tengo una foto de tu rostro»? ¿O dice «tengo una foto que sacaste»?" Por supuesto que él ya tiene una respuesta. "Creo que la foto es de quien la hace, y lo digo no solamente porque dispara la cámara". Los retratos que componen la muestra sirven de prueba: "Yo los saqué de esa manera, yo puse la cámara más arriba o más abajo, iluminé más o menos contrastado. Desde el punto de vista de la construcción, estas son fotos mías".
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