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 sábado, 04 de noviembre de 2006  
Editorial
La policía y el clásico

El operativo desplegado por las fuerzas de seguridad durante el encuentro entre Central y Newell’s dejó nuevamente mucho que desear. No puede ser que no se apliquen medidas preventivas eficientes y en cambio se reprima con saña. Para que se reconstruya el respeto social hacia su trabajo es necesario que la policía gane en eficiencia.

Los lamentables sucesos del domingo pasado en una nueva edición del clásico entre Central y Newell's pusieron en evidencia una vez más los elevados niveles de intolerancia que gobiernan por estos días la conducta de muchos espectadores de fútbol, pero en esta ocasión revelaron además una grave incapacidad por parte de la policía para evitar que los incidentes se produjeran mediante adecuadas medidas de prevención, y para desactivarlos y aislar a los violentos una vez que aquéllos ya eran un hecho tristemente consumado.

Resulta frustrante comprobar, cuando ya pasaron varios días desde el último capítulo de una saga que acumula muchos otros, que en la ciudad flota la sensación -bastante generalizada, por cierto- de que la intervención de los uniformados ante los conatos de violencia, dentro y fuera del estadio de Arroyito, no sólo no contribuyó en absoluto a poner fin a los desmanes sino que incluso los potenció y multiplicó. Y eso, lejos de contribuir a reconstruir el respeto hacia la autoridad de la policía como organismo del Estado, no hace más que profundizar el descrédito hacia una fuerza cuyo desprestigio deviene muchas veces de actos de corruptela, pero mucho más de su inoperancia para efectuar el trabajo policial.

No es la primera vez que observadores ajenos a los enfrentamientos entre hinchas, y entre éstos y la policía, tienen la percepción de que la fuerza destina pocas energías a prevenir refriegas en las tribunas y que en cambio se excede -a veces ilimitadamente- a la hora de reprimirlas. Se comparta o no el veredicto, lo que queda claro es que ya no hay operativo capaz de garantizar un clásico en paz, sin incidentes en las tribunas, sin corridas en las calles y sin heridos en los hospitales.

Por más que los responsables del operativo insistan en calificarlo de "exitoso", no es posible hablar de tal cosa cuando de un lado vuelan miles de piedras y del otro, como una respuesta tardía y escasamente racional, se devuelven balas de goma tiradas al bulto, casi con placer, como se ha comprobado en estos días, y como un gesto de revancha más que un acto de disuasión.

No puede darse por válido el argumento de los responsables del operativo del domingo pasado cuando afirman que fue eficaz porque evitó que los incidentes fueran todavía más graves. Tampoco debe aceptarse sin más la idea de que la policía reaccionó ante los hinchas de Newell's porque se sintió agredida por una lluvia de piedras. ¿De quién era la responsabilidad de evitar que esos fanáticos arrojaran proyectiles hacia los uniformados? ¿Por qué había tantos policías en la cancha y ninguno en las tribunas desde donde se lanzaban esos objetos, o frente a los baños que se destruyeron para convertir sus partes en proyectiles? ¿No debería alguien responder a estos y otros tantos interrogantes?

Tan incontrastable como la locura irracional de muchos hinchas, la dudosa eficacia policial para enfrentarlos parece más evidente que nunca y obliga a los jerarcas de la fuerza a hacer una autocrítica, repensar métodos y estrategias y mejorar sus resultados. Será la única forma de enfrentar con alguna posibilidad de éxito en el futuro los desafíos que plantea una sociedad cada vez más violenta y de la que el fútbol no es más que una muestra, aunque más intolerante y por eso mismo más propensa a la agresión que en otros ámbitos.
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