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 domingo, 20 de agosto de 2006  
Tres historias con las marcas del dolor, la superación y la familia
Rosita, Eleonora y Mónica tienen en común los estigmas de la polio y una irrenunciable actitud para rehabilitarse

Rosita De Paul, Eleonora Saccone y Mónica Chirife viven en Rosario pero no es lo único que tienen en común. Las tres se mueven en sillas de ruedas, nacieron en los años 50, practicaron deportes en el Club Rosarino de Lisiados, formaron sendas familias y demostraron una actitud poco común frente a la adversidad. Sobrevivieron a la epidemia de polio, que les dejó marcas de por vida, pero convirtieron ese dolor en energía, y son una marca registrada de coraje y lucidez.

Eleonora es médica, trabaja en un centro de salud municipal haciendo clínica general y endrocrinología, y tiene dos hijos. "Me costó conseguir empleo como médica siendo discapacitada", relata. La polio la atacó a los dos años y medio y hasta cuarto grado su enfermera Felisa la acompañó a la escuela porque ella camina con inestabilidad con las muletas.

La familia de Eleonora debió convertir la casa en un sanatorio porque sus tres pequeños hijos se infectaron. "El médico se quedó a dormir en mi casa una semana", evoca Eleonora y dice que su madre desoyó el consejo de una tía que vivía en el campo y que, en plena epidemia, les pidió que viajaran. "Mis hermanos se recuperaron y yo me salvé de la muerte gracias a la Virgen de Fátima. Mi mamá era muy religiosa", dice, y explica que, a punto de necesitar un pulmotor, volvió a respirar por sí misma.

La parálisis le afectó ambas piernas pero no impidió que Eleonora festejara su cumpleaños de 15 y viajara con contingentes de jóvenes afectados de polio a competencias deportivas. Y hasta donde recuerda, pudo con todo. "No la pasé mal, hasta puedo bailar", dice, se calza una especie de guante en los dedos índice y medio, y su espíritu se enciende cuando la mano comienza a marcar con precisión distintas coreografías.

Rosita vive en la planta baja del Fonavi de Viamonte y Guatemala. Nació en María Teresa y llegó a Rosario a los 14 años con su mamá, cuando el virus de la polio le cambió la vida. "Me trajeron al hospital Provincial que se llamaba de Caridad", dice. Y evoca: "La polio comenzó con dolores en todo el cuerpo, tres horas de fiebre y a los dos días una pierna ya no me respondía, tampoco el intestino y la vejiga".

"Me decían «ya se te va a pasar» y yo pensaba en la fiesta de 15", comenta. Después de nueve meses internada, la verdad la devastó. Nunca volvería a caminar, relata y dice que le propusieron cirugías explorativas porque la suerte ya estaba echada. "Fue terrible y mi mamá me sacó del hospital cuando escuchó eso. A otro joven llamado Felipe le pasó lo mismo", dice Rosita. A partir de ese momento, comenzaron los ejercicios, los masajes, las ortesis para caminar con bastones canadienses y las largas sesiones en Ilar, de donde tiene buenos recuerdos.

En plena rehabilitación se casó y tuvo una hija, Mirian, que le dio una nieta. "Después de desayunar, ordeno la casa, lavo y limpio la casa", enumera Rosita sobre sus tareas cotidianas ante las que nunca retrocedió, ya que se ganó la vida como modista. "Con una mano movía la costura y con la otra me empujaba la pierna para poder mover los pedales de la máquina porque la polio me afectó de la cintura para abajo", relata. Tapados, ajuares de novia y todo tipo de prendas pasaron por sus manos habilidosas a las que jamás se le ocurrió "aflojar", en una lucha desigual pero fecunda contra sus limitaciones.

Mónica nació en Rosario y partió hacia Alcorta junto a su papá que se convirtió en el médico de aquel pueblo. Allí fue el único caso de polio por lo que debió regresar a la ciudad. Durante su internación fue la primera vez que una mamá se quedaba en la sala de enfermedades infecciosas, desde donde Mónica hablaba con las nenas de otras salas para pasar el tiempo.

La enfermedad le afectó los cuatro miembros y la rehabilitación se convirtió en jornadas dolorosas y extenuantes. Cursó la primaria como pudo y estudió ingles para dar clases particulares. "La contención familiar hizo que no sintiera el rechazo ni una mala mirada, tal como me cuentan otras amigas que también tuvieron polio", dice Mónica.

Para hacerle frente a sus limitaciones decidió testimoniar cómo es la vida de una persona que usa silla de ruedas a través de un documental que se llamó "La vida a bordo de un carrito", y que filmó junto al cineasta Mario Piazza. Meses después se casó con el documentalista con quien tiene una hija adolescente, María Verónica.
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A Rosita el virus la atacó a los 14 años.

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