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 domingo, 20 de agosto de 2006  
La peste. A 50 años de la peor epidemia.
Cuando la poliomielitis puso en silla de ruedas el imaginario rosarino
El invierno de 1956 se recuerda como el más temible ante un mal que atrofiaba y postraba a sus víctimas

Silvia Carafa / La Capital

Invierno del 56. Frío y espanto. Miedo y dolor. Recelo y muerte. La poliomielitis había dados zarpazos letales en la ciudad y por primera vez iba a enfrentar a la vacuna que el científico Jonas Salk había creado un año antes en Estados Unidos. La medicina local venía dando una batalla despareja contra la enfermedad que lisiaba a sus víctimas y la idea de inmunizar contra el virus era un desafío. El tema ocupaba titulares cotidianos y la angustia ganaba a las familias que intentaban proteger a sus hijos del mal sobre el que aún se ignoraba demasiado.

El año había comenzado con un fuerte brote epidémico y el aliento se recuperó recién a mediados de año, cuando Estados Unidos liberó la exportación de la flamante vacuna, después de inocular a sus habitantes. La Capital se hizo eco de la noticia en su edición del 11 de agosto. Argentina, Panamá, Costa Rica e Irán solicitaron miles de dosis del hallazgo que en 1955 había hecho Salk, hijo de humildes inmigrantes rusos que no quiso patentar la vacuna ni enriquecerse con su descubrimiento.

"Tengo muy presente el año 56, cuando se empezó a aplicar la vacuna inyectable en el Círculo de Obreros que funcionaba en el cine Rose Marie, en Entre Ríos al 1264", evocó Jorge Luis Galeotti, uno de los primeros médicos especialistas en rehabilitación que tuvo la ciudad. De aquella época recuerda las bolsitas de alcanfor sobre el pecho, la profilaxis de árboles y los cordones de las veredas blanqueados con cal, además de los viajes a Córdoba en busca de aire seco y puro.

Lía García, doctora en historia, rastreó la enfermedad y sus epidemias durante la primera mitad del siglo XX. "Me interesó el tema porque Rosario y su zona fueron los lugares con mayor incidencia. La ciudad fue uno de los núcleos urbanos con mayor epidemicidad", comentó. Y explicó que la falta de servicios sanitarios, como agua potable y cloacas potenciaban la expansión del virus que se aletargaba en invierno para mostrar su agresividad en otoño, verano y en la época de grandes lluvias.

La especialista en las relaciones entre parámetros socioeconómicos, patologías y epidemias explicó que el estudio realizado sobre la poliomielitis se extiende desde 1932, primer brote agudo, hasta 1960, período de vacunación sistemática. "El objetivo de la investigación fue determinar las medidas generadas por la comunidad médica y el poder dirigente para que el conjunto de la sociedad pudiera sobrellevar las consecuencias de este flagelo", explicó.


La expansión urbana
Según García, la expansión urbana de Rosario en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, había desajustado la relación entre la infraestructura edilicia y sanitaria y población, lo que se tradujo en un incremento de la morbilidad y mortalidad de las enfermedades infectocontagiosas. "Desde principios del siglo XX, todos los años había brotes de poliomielitis en Rosario, dejando gran cantidad de inválidos; pero en el verano de 1932-1933, se convirtió en flagelo", relató. Y dijo que de aquellos años recuerda el trabajo de los doctores Isidoro Slullitel y Cayetano Infante.

"La mayor preocupación de los médicos rosarinos era detectar cómo se propagaba el virus, estaban muy actualizados sobre la enfermedad", dijo la historiadora. En 1932, los casos de polio se dieron en la llamada zona de los hospitales, entre las calles Pellegrini, Riobamba, Moreno y Mitre. Después la epidemia se trasladó a los barrios de Arroyito, Ludueña, Mendoza y Belgrano. "La enfermedad se propagó de sur a norte y de este a oeste, dejando zonas libres, y la mayoría de los casos se registraron en los barrios obreros de la zona norte", describió.

En la década del 50 un nuevo brote epidémico estremeció a la ciudad, y se incrementaron las disposiciones estatales y las iniciativas privadas para hacer frente a la polio. Así surgió la Liga Popular Rosarina contra la Parálisis Infantil, el Instituto de Lucha Antipoliomielítica de Rehabilitación del Lisiado (Ilar) y el Instituto Antipoliomielítico Municipal, que se sumaron a la Asociación Rosarina de Lucha contra la Parálisis Infantil (Arlpi) que se había constituido en 1946.

De los registros que García cita en su obra "Comunidad Médica e iniciativas estatales ante las epidemias de poliomielitis en Rosario 1932-1960" se desprende que entre 1952 y 1955, el virus azotó cuatro grandes sectores de la ciudad. A saber: por calle Córdoba hasta el límite norte y el río Paraná hacia el oeste, con el 29 por ciento de los casos; Córdoba, bulevares Seguí y Avellaneda y el río, con el 34 por ciento; Córdoba, bulevares Seguí y Avellaneda y Ovidio Lagos, con el 19 por ciento y bulevar Seguí, entre Ovidio Lagos y el Paraná con el 18 por ciento.

El virus se propagaba por la ciudad sin que la comunidad médica y las autoridades pudieran controlarlo. Elementos ortopédicos, muletas, técnicas quirúrgicas para rehabilitación y pulmotores formaban parte de la estrategia terapéutica que no podía evitar músculos atrofiados, cuerpos lisiados y la angustia del contagio azaroso e inexplicable.

Galeotti, que como médico ganó una beca para formarse en el Instituto Nacional de Rehabilitación de Buenos Aires, tiene imágenes desoladoras de aquellos años. "No puedo olvidar el zumbido constante del pulmotor, donde los niños más afectados vivían por los movimientos mecánicos de presión y expansión que sustituían su respiración", relató. Y evocó las salas de los hospitales atestadas de chicos con secuelas de parálisis y los titulares de La Capital dando cuenta diariamente de cada nuevo caso de polio.

Recién en 1960, con la aplicación sistemática de la vacuna, que por entonces tenía la versión oral que le había dado Albert Sabín, comenzó a doblegarse el polivirus, tres versiones del llamado mal de Heine Medín, causante de la poliomielitis.

Para entonces ya se sabía que la enfermedad actuaba a través del tracto intestinal y que la falta de estructura sanitaria contribuía a su propagación. Además, de las terribles secuelas que dejaba en sus víctimas, sin contar que, en muchos casos, las llevaba directamente a la muerte.
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La rehabilitación mereció en la época la creación de varias instituciones.

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