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domingo,
16 de
julio de
2006 |
El viaje del lector: el país del carnaval
Uno piensa en Brasil y piensa en un país de fiestas, de garotas, de fútbol, no sólo porque ya lo definiera Jorge Amado como "El país del carnaval" sino porque el pueblo brasilero se alimenta de rituales; además del carnaval, el fútbol y la cocina son considerados parte de la cultura popular.
Viví un carnaval en el interior de Brasil despoblado de turistas internacionales en la ciudad minera (Mina Gerais) de Poço de Caldas, muy cerca del estado de San Pablo, a unos 265 km al norte de la capital paulista.
Era sorprendente ver cómo se movían aquellos cuerpos al son de la música, detrás de los carros gigantescos representando vivencias de la vida cotidiana que en el carnaval se transforman en algo monumental exagerando la representación.
Roberto Da Matta es un antropólogo brasilero que analiza entre otros ritos el del carnaval, el descontrol de esos días, la posibilidad de ser otro, el pobre siendo rey, la fea siendo linda, el rico disfrazado de mendigo, los hombres de mujeres y todo el mundo mostrándose sin importar si los abdominales están marcados, si se tienen kilos de más, o las cicatrices horrorosas de los días normales.
El carnaval es un rito de inversión por excelencia, dice este antropólogo en su libro "De malandros, ritos y carnaval". La posibilidad de ser otro al menos por unas horas y sentir que uno puede serlo.
Bailar, beber, dejar fluctuar el instinto sin represión, reír, disfrutar al menos por hoy para volver luego al día a día y continuar reforzando los ritos que marcan las diferencias, esas que desaparecen por arte del carnaval.
Pude ver el carnaval como espectadora: un grupo de gente feliz danzaba delante de mí y caminaban detrás de una carro alegórico en el que habían invertido horas de sueños, de trabajo, durante tanto tiempo para hacer esa aparición triunfal frente a una caravana que inundaba el centro de Poço de Caldas.
Observé los grupos ansiosos antes de entrar al desfile, una adolescente con un niño a cuestas; una mujer corriendo detrás de un chiquillo que repartía banderitas de Brasil. Pude ver mujeres y hombres tapados por pequeños disfraces; hombres y mujeres con edad de abuelos con brillos en los ojos recordando quizá unos buenos carnavales de su juventud.
Y yo ahí, oriunda de un país en que el carnaval no tiene tal significación, donde no se lo vive como rito de inversión. Sin ser el fastuoso carnaval de Río, ni el de Bahía, o el de Olinda, caracterizados como los más importantes de Brasil, el de Poço de Caldas me ofrecía la posibilidad de vivirlo más de cerca, de entrecasa. Era un carnaval de la gente para la gente; ni para los medios ni para los turistas, pero igualmente sorprendente y fastuoso.
Además de vivir el carnaval pude pasar unos días que me permitieron "comprobar" la generosidad por la que son conocidos lo habitantes de Mina Gerais y disfrutar de las aguas termales que son el principal atractivo de Poço de Caldas, junto a sus paisajes bellísimos y la tranquilidad de esta ciudad minera que intenta captar la atención de aventureros y amantes de lo natural.
En un extremo de la ciudad, sobre un morro, se erige un Cristo Redentor a imagen y semejanza del Cristo de Río, al que se puede acceder caminando desde un sendero que nace al pie de La Fuente de los Amores, alimentada por un gran chorro de agua que irrumpe entre las piedras. El camino que hay que ir haciendo al andar esquivando rocas y ramas es un trayecto que no tarda más de 2 horas a pie. Luego es conveniente bajar por la ruta por la que llegan los autos, un camino sinuoso de vegetación exuberante que sorprende a cada paso con una nueva forma de las hojas, una flor que combina colores impensados y vertientes de agua mineral que se abren generosas desde el interior de la roca para saciar la sed.
La geografía de Poço de Caldas es ideal para escalar un morro, andar en bicicleta o caminar.
Un poco de historia
En el siglo XVII se descubrieron las primeras fuentes de aguas raras con propiedades curativas en lo que hoy es Poço de Caldas, y en 1886 comenzó a funcionar en la ciudad la primer casa de baños para aliviar las enfermedades cutáneas abasteciéndose de agua proveniente de la Fonte Dos Macacos.
Mientras el juego de azar no era considerado ilegal en Brasil, Poço de Caldas crecía y crecía. En ella se daban cita personalidades de la época. Hoy se puede visitar el Palace Hotel que conserva amoblada una habitación que usaba el ex presidente brasilero Getulio Vargas, imitación de su suite en el Palacio Catete en Río de Janeiro, cuando la capital de país era el paraíso carioca. Además, testigo de la época de esplendor, la piscina térmica construida en un suntuoso salón climatizado con columnas de mármol de Carrara.
Pasaron por el Palace Hotel la inolvidable Carmen Miranda, Rui Barbosa, Santos Dumont y el presidente Juscelino Kubitschek, aquel que impulsara y llevara a cabo el traslado de la capital del país a Brasilia.
En 1946 la prohibición del juego en el país y el descubrimiento del antibiótico tuvieron un impacto negativo en la economía de la ciudad: las aguas termales, antes recetadas para tratar enfermedades, fueron reemplazadas por antibióticos. Pero la belleza de la ciudad no podía esconderse y pasó a ser destino casi obligado para pasar allí la luna de miel. Así también cambiaron los visitantes de la ciudad, de fastuosos aristócratas a gente de clase media.
Hoy, la ciudad de clima agradable y gente hospitalaria ofrece desde el llamado turismo de eventos, hasta la aventura, el deporte y el llamado turismo religioso.
Luciana Lucero
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Fotos
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Una ciudad minera, con corazón viajero.
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