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domingo,
16 de
julio de
2006 |
Interiores: lo visible y lo invisible
Insertadas en un buen número en cartones confeccionados a tal efecto, de un color oscuro o negro más bien brilloso, las invisibles se disimulan sobre todo en las cabezas femeninas al servicio de sostener los distintos arreglos del pelo conocidos como peinados. Las invisibles de hoy son unisex en ese continuo acercamiento entre los sexos en el que se van compartiendo más y más objetos. Acercamiento interminable y al vez imposible, ya que no es verosímil el futuro con un sexo único, sino todo lo contrario asistimos a una variedad de sexos que confirman la ausencia de las determinaciones biológicas en los destinos de la sexualidad humana.
A pesar de su simpleza y hasta de cierta tosquedad en su aspecto, las invisibles siempre me han resultado un tanto mágicas en las cabezas en las que desaparecen para cumplir su misión. Con seguridad la magia se la impregnan las manos femeninas que con una gracia muy especial las manejan con ductilidad y naturalidad, todo lo cual le da a la operación un encanto propio de la mujer. Un encanto con relación a lo visible y lo invisible, a lo presente y lo ausente en el juego constante entre los sexos.
Las cabezas, del sexo que sea, tienen dos caras bien distintas:
u La cara externa.
u La cara interna.
La cara externa de las cabezas es susceptible de los más variados arreglos. Exóticos o clásicos, hasta el extremo de las cabezas punk, aunque en verdad estas capuchas barrocas ya no despiertan mucho escándalo pues desde hace tiempo no representan ninguna irreverencia, sino más bien mal gusto, además de la consiguiente incomodidad.
La cara interna de la cabeza también tiene sus invisibles, en rigor muchos más que la externa. Las cabezas por dentro están compuestas de visibles e invisibles, ambos elementos imposibles de detectar por ninguna tomografía, ni pueden ser escaneados, de lo cual el humano está en cierto modo acostumbrado, ya que esa posibilidad nunca existió, y hasta es posible que no exista porque los visibles y los invisibles de la mente son inasibles para la ciencia. Lo son también para el propio sujeto que tiene un control más que relativo del desfile de imágenes que pululan en su psiquis. Platón, confiaba más en el alma que en los sentidos, ya que estos son proclives al error y a la fascinación a las que estamos expuestos por las cosas visibles más o menos luminosas, o más o menos tenebrosas, de la vida cotidiana. Por lo cual sostenía que la verdadera educación es la que entra por el ojo del alma, que es capaz de ver más allá de los sentidos. Para un pensamiento como el de Platón ver más lejos que los sentidos es poder ver la esencia de las cosas y no sus meras apariencias, de las cuales se podría decir que siempre son meras. De alguna manera es preciso el ojo del alma de Platón para poder ver los invisibles de nuestra mente y lo invisible de las cosas, pues para nuestros sentidos vitales ver los invisibles es un imposible por definición, dado que para ellos "ver" lo invisible vendría a ser un verdadero contra sentido. En suma, la bella metáfora de Platón alude a que es el alma la que está (o puede estar) más advertida que los sentidos y esto doblemente:
u Más advertida del exterior.
u Más advertida del interior.
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