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 domingo, 09 de julio de 2006  
Lippi coronó su obra maestra

Esteban Bayer / DPA

Berlín.- Marcello Lippi había anunciado que su equipo iba a ganar el Mundial porque tenía “más hambre” que los franceses. Hoy, en la mesa servida del Olímpico de Berlín tuvo que probar de todo. De la entrada pasó al plato principal, llegaron los postres, pero los dos equipos seguían comiendo. Nadie se levantaba satisfecho.

Lippi tuvo que esperar a los digestivos para ver culminada su obra maestra: la tanda de penales, y ésta, degustada hasta la última gota, el penal de Fabio Grosso, el último. Soberbio. Como los cuatro anteriores. Sabor especial.

Fue el final digno de lo que fue Italia en este Mundial: un éxito de conjunto, de equipo, dirigido por el maestro. Italia no tuvo figuras descollantes. La figura fue el equipo, mostró unidad y cohesión. Fue creciendo de menos a más. Empezó con muchas dudas, terminó con la Copa en la mano.

Hoy le costó. El menú era conocido. Dos equipos muy disciplinados, saliendo de una defensa sólida. Andrea Pirlo lo había anunciado: ganaría el que lograra dominar la pelota en el mediocampo. Y esa lucha, hoy, fue empate. Como el partido.

Italia jugó si tener la genialidad indidividual de un Zidane. Pirlo fue el que tuvo que hacerse cargo del equipo, una vez más, ante la palidez de Totti. Pero no llegaba a inclinar el juego para su lado.

Lippi buscó el desequilibrio, empezó a mover el tablero de ajedrez faltando media hora. Francia empezaba a apretar y para evitar el naufragio, mandó una advertencia a los que estaban en la cancha y al técnico francés, Raymond Domenech.

Mientras al ítalo-argentino Mauro Camoranesi se cambiaba el calzado, buscando quizás una efectividad que hasta ese momento no había tenido, Lippi se conmiseró con quien en realidad debía ser la figura de su equipo. Puso a Vincenzo Iaquinta en vez de Totti, que confirmó que no fue su Mundial, pálido, sin la confianza que tenía antes de la fractura de tobillo que sufrió en febrero.

Pero a Camoranesi no le sirvió la maniobra de distracción con las zapatillas, se tuvo que ir poco después dejando el lugar a Alessandro del Piero.

Era el momento definitivo con el que Lippi invocaba la magia que había desatado con los mismos Iaquinta y Del Piero, cuando con sus cambios terminó de doblar en la prórroga la semifinal con Alemania.

Pero la historia no se iba a repetir. El destino le había puesto otra prueba para que Lippi pasara a la historia. Esta vez, la definción iba a venir en los penales.

El fantasma de Roberto Baggio en la final del Mundial de 1994 sequía rondando. Pero esta vez, Lippi se había preparado para este desafío. Lo último que había hecho en el entrenamiento final en la base de operaciones en Duisburgo, el sábado, fue ordenar que Del Piero, Pirlo, Iaquinta y otros pocos más fueran a practicar penales. (DPA)


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