Año CXXXVII Nº 49082
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
La Región
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Escenario
Señales
Economía
Mujer
Turismo


suplementos
ediciones anteriores
Salud 12/04
Página Solidaria 12/04
Turismo 09/04
Mujer 09/04
Economía 09/04
Señales 09/04
Educación 08/04
Estilo 18/03
En el aula 18/03

contacto

servicios
Institucional

 domingo, 16 de abril de 2006  
Entrevista
José Cohen, el médico rosarino que operó a Ariel Sharon
El neurocirujano trabaja en el hospital Hadassah de Jerusalem, uno de los más prestigiosos del mundo

Silvia Carafa / La Capital

Los proyectos soñados en el bar Tejedor junto a otros estudiantes de medicina no parecen tan lejanos en el tiempo. Sin embargo, para el rosarino José Cohen, de 39 años, aquella utopía se va convirtiendo en realidad. Emigró a los 25 años y se radicó en Israel donde creció como neurocirujano y tuvo la responsabilidad de operar al primer ministro Ariel Sharon. Lejos de perder el rumbo de una juventud acuñada entre tradiciones y afectos, tanta experiencia temprana le sirvió para aquilatar una dupla de peso: ciencia y humanismo. Cálido, de charla serena y profunda, requerido por la prensa de todo el mundo por su intervención al mandatario israelí, repasó junto a La Capital los años que vivió en Rosario, a la que define como "un sol".

Prendado del lugar donde nació, evoca los años en que, dictadura mediante, vio a Rosario triste y opaca. Ahora siente que no hay otros lugares del país que estén tan lindos y que se hayan desarrollado tanto. Viene de visita dos veces por año y entonces se contagia de la alegría de la gente que con poco disfruta de su ciudad.

Creció en la calle Dorrego al 800, junto a sus padres Mario y Sara, y a sus hermanos Daniel, Clarisa y Adriana. Estudió en la escuela Bialik donde aprendió hebreo, luego en el Superior de Comercio y se graduó en la Facultad de Medicina de la UNR.

-¿Cómo fueron aquellos años?

-Tuve una infancia de un rosarino típico: horas de estudio en la escuela, a la tarde estudiaba inglés en Aricana, y en el Club Gimnasia y Esgrima hacíamos tenis, yudo, natación. Las salidas eran en los bares o boliches de moda; me gustaba ir al cine y salir con mi hermano.

-¿Había una valoración del estudio por sobre otras actividades?

-Mi historia es un poco la de mucha gente que son hijos y nietos de inmigrantes, donde el estudio y el trabajo priman sobre la diversión. Creo que el derecho al ocio y al tiempo libre es reciente. Creo que ninguno de nuestros abuelos haya tenido tiempo de nada. No conocían Punta del Este ni viajes al exterior, sólo levantarse temprano, con jornadas extenuantes y la única satisfacción de trabajar y aportar. Mis abuelos vinieron desde Polonia a principios de siglo previendo la guerra de 1914. Eran muy jóvenes cuando sus padres los despidieron con un beso en la frente y la certeza de que debían buscar otros destinos. Mi abuelo Jacobo fue carpintero, llegó sin saber leer ni escribir, acá aprendió todo y amó a Rosario desde siempre.

-¿Esa historia familiar está presente?

-Con esos antecedentes uno no puede comprometerse a menos. Nunca escuché un "estoy cansado", lo que hay que hacer se hace. Uno de los problemas que veo es habernos olvidado un poco de dónde venimos. Así perdemos la visión de adonde vamos. Esas historias nos obligan.

-¿Cómo fue su paso por la facultad de Medicina?

-La facultad fue una segunda casa para mi. Pasábamos muchas horas allí con vivencias agradables que me marcaron, conocí gente que aún recuerdo y que me enseñó mucho. Entre las personas que tuve el honor de conocer estuvo Alfredo Rovere, de la cátedra de Farmacología que tenía como bandera la humildad, la dedicación, la devoción y una entrega completa a la enseñanza.

-¿Hay un hilo conductor entre la valoración de los mandatos familiares y las cualidades de sus maestros?

-Al profesor se lo respeta y al maestro se lo quiere. Uno lo que busca en la vida son maestros, gente que enseñe a vivir, que sirvan de émulos, porque definen y orientan en la dirección que uno también quiere.

Según José los médicos argentinos han sido exitosos en muchos lugares por su capacidad de conjugar conocimiento y calidez humana. Esta articulación asociada a la honestidad y la capacidad de trabajo marcan las diferencias.

-¿Se pueden preservar todo eso?

-Se puede y se contagia. Y cuando uno muestra que es factible, otras personas que se comportan de manera más fría, hasta como una cuestión de defensa, devuelven calidez.

-En su profesión se vuelve cotidiano el límite entre la vida y la muerte. ¿Cómo vive esa situación?

-Hay varias especialidades como la cardiología, la oncología y la neurocirugía donde se ve la vida y la muerte con frecuencia. También tratamos con enfermedades devastadoras, graves, denigrantes. Por lo tanto, no sólo es importante estar actualizados para tratar a la enfermedad, sino contener al paciente y a su familia. No somos conscientes de lo vulnerable que somos.

-¿Qué rol juega el reservorio humanista frente a estas situaciones?

-Si se aleja de lo humano, la profesión sería una ocupación y se perdería el amor y el respeto que le tenemos a la medicina y la especialidad. La escuela argentina de medicina viene inspirada por Florencio Scardó y René Favaloro, que son humanistas naturales y para quienes los pacientes son personas para tratar en forma integral. Incluso adaptarse a la capacidad intelectual o emocional que ellos tengan de entender.

Cuando terminó su carrera de medicina, Cohen viajó a Estados Unidos para revalidar su título y, de regreso a Rosario, comenzó su especialidad en el Hospital de Emergencias Clemente Alvarez. Desde allí pasó al Hospital Garraham (en Buenos Aires) para hacer neurocirugía pediátrica y decidió dedicarse a una especialidad que en ese momento sintió de ciencia ficción y con mucho potencial: la neurocirugía endovascular que permite tratar las patologías del cerebro a través de pequeños catéteres, sin trepanar el cráneo.

-¿Esa fascinación constituyó un reto para usted?

-Sí, necesitaba que lo que yo decidiera fuera algo que me impresionara y me motivara mucho porque no iba a poder invertir el resto de mi vida en algo que no me apasionara. Para lograrlo había que apuntar a los centros de excelencia, como el hospital Hadassah de Jerusalem, cuyo Departamento de Neurocirugía está a cargo del médico rosarino Félix Umansky y cuya Facultad de Medicina está considerada una de las mejores del mundo. Umansky dirige un equipo de seis neurocirujanos que integra otro rosarino, Ricardo Cegal.

-¿Cómo es la vida de un médico en ese centro de excelencia?

-Muy organizada, comienza a las 7 y termina a las 19. Tenemos un plan quirúrgico diario, obligaciones docentes y de participar en reuniones científicas. Allí van juntas la investigación, la práctica y la docencia. Porque como médicos tenemos la obligación de atender a los pacientes, pero también de hacer adelantar el conocimiento con la investigación. En Rosario falta esa articulación.

-¿Qué significó la experiencia de operar al premier Ariel Sharon?

-Fue una vivencia de equipo, no tomamos conciencia mientras operábamos porque cuando lo hacemos damos todo. Ese día había estado operando hasta las 19 y no alcancé a salir. Lo recibimos, hicimos la tomografía computada, vimos la necesidad quirúrgica y lo llamé a Félix. Junto hicimos la intervención como un paciente más. Había mucho revuelo pero mucha organización para la entrega de información. En la explanada del hospital había más de cien equipos de prensa, había una gran necesidad de información, no se hablaba de otra cosa porque se trataba de una de las personas más importante de la política de Medio Oriente.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
Cohen, a los 25 años se fue a vivir a Israel.

Notas Relacionadas
Recuerdos y afectos

Novelas, tango y salsa


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados