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 domingo, 09 de abril de 2006  
Juventud, divino tesoro
Una protesta con el típico perfume francés
Cómo son y que piensan los jóvenes galos que sacuden con sus masivas marchas el tablero político de su país. Una reforma laboral que jaquea al gobierno

Ester Stekelberg / Especial desde Francia

Se ríe a carcajadas cuando cuenta que la llaman "Dany la roja". Y sacude una cabeza llena de rulos, efectivamente pelirrojos, que le caen sobre los ojos y que ella separa con un gesto tan natural como seductor. Se llama Danielle, tiene 16 años y todos los colores posibles en sus prendas: remeras superpuestas, chaleco, campera, echarpe, zapatillas, bolso étnico, pearcing en la ceja izquierda. Es estudiante secundaria en un liceo de Rouen, ciudad de 200 mil habitantes en el oeste francés, que en las protestas de los dos últimos martes aportó alrededor de 40 mil personas en la calle.

Danielle está sentada en el cordón de la vereda, después de marchar por más de cuatro horas detrás del cartel de su Liceo, con otros que como ella se ríen a las carcajadas, se empujan, se cuchichean, comparten una botella de gaseosa y cigarrillos legales y no tanto.

¿Por qué "Dany la roja"? "Porque soy parecida a Cohn-Bendit", responde rápida. Danielle hace referencia al líder del mayo francés, Daniel Cohn-Bendit, "Dany el rojo", aquel que en 1968 encabezara una de las revoluciones más importantes de la historia gala, impronta que fue modelo para las juventudes del mundo.

Los estudiantes tomaron las calles de Francia por asalto este marzo, luego de que el primer ministro Dominique de Villepin intentara imponer sin discusión previa el CPE, Contrato de Primer Empleo. Los memoriosos tienen que retroceder casi cuatro décadas para encontrar movilizaciones similares, claro que en aquellos buenos viejos tiempos la historia, el país y la lucha eran muy distintos de lo que son en este 2006 que hierve, también los actores.

Danielle no tiene inconvenientes en hablar con Señales y lo hace apoyada en el hombro de Loïc, de 13 años, también dispuesto a contestar.

"Hice tres manifestaciones la semana pasada y nueve la anterior", advierte la estudiante y explica: "Queremos solamente que retiren el CPE de mierda, tenemos ganas de tener un trabajo, eso es todo; y la ley no está hecha para eso, sino todo lo contrario, es para que el trabajo esté en poder de los patrones y no de los trabajadores. Creo que con las movilizaciones podemos llegar a ganar, pero es cierto también que se juegan otros intereses y no precisamente los de los jóvenes. No es la primera vez que salgo a manifestar, ya lo hice antes contra la ley Fillon y en 2002 contra Le Pen".

A la vez, Loïc, que reconoce haber participado de los actos contra la guerra en Irak, dice que no se plantea qué piensa el gobierno de la gente en la calle, sino cuándo va a anular "esta basura (el CPE), porque si no Francia va a péter (explotar en el argot) y que se dejen de hipocresías".

La respuesta del jovencísimo manifestante provoca la algarabía de su grupo que como disparado por un detonador comienza de nuevo con sus cánticos: "Villepin, si tu savais,/ ton CPE, ton CPE./ Villepin, si tu savais,/ ton CPE où on se le met./ Au cul, aucune hésitation..." ("Sabes Villepin,/ tu CPE, tu CPE,/ sabes Villepin,/ tu CPE donde se lo pueden meter/ En el culo, sin vacilación") y le están hablando al primer ministro Dominique de Villepin y le cuentan qué hacen y dónde se guardan el CPE.


EL comienzo
Si hay que ponerle un comienzo a la debacle social como para tener un punto de referencia, como para ordenar las ideas y empezar a entender este 2006, todo empezó en las presidenciales de 2002, cuando el socialismo recibió su castigo, al decir del francés medio, por su inoperancia, cuando tuvo la oportunidad de demostrar lo que era capaz de hacer y no hizo.

Ese mayo francés de 34 años más tarde, puso a la ciudadanía castigadora en la cornisa del desastre cuando en la segunda vuelta la mano terminó jugándose entre la ultra derecha fascista y la derecha conservadora.

Ahí no había tu tía y Jacques Chirac, el menos malo, ganó la partida, sabiendo que la había ganado por defecto y que de ahora en más debía escuchar atentamente la voz del pueblo. Y así lo manifestó en su primer discurso como presidente. "Comprendí el mensaje de los franceses", dijo, palabras más, palabras menos.

Cuatro años después, en su discurso del 31 de marzo último por cadena nacional, desoye claramente el mensaje de los franceses en las calles y promulga la pena de muerte lisa y llana al empleo estable y encuadrado en el código laboral, en este caso para los jóvenes de menos de 26 años.

Pero volviendo al origen, en el mismo 2002, en octubre, se vino la ley Fillon, relativa a los salarios, al tiempo de trabajo y al desarrollo del empleo, según el endiablado cerebro del entonces ministro de Asuntos Sociales François Fillon.

Ley que en la realidad fue a fondo contra las 35 horas votadas por los socialistas en 1982. Al decir de la oposición, una regresión social sin precedentes que contiene el germen del desmantelamiento del derecho laboral.

Después, en 2003, llegó la reforma del sistema jubilatorio, apenas impugnada por la gente en movilizaciones.

Igual, algunas centrales de trabajadores sacaron a sus afiliados a las calles tras el contundente eslogan: "El proyecto del gobierno respecto de las jubilaciones no es una reforma, es una empresa de demolición". Y otras negociaron.

El año 2004 dio el golpe de gracia al votarse el presupuesto que recortó drásticamente la ayuda a ciertos sectores sociales, profundizando de esta manera el deterioro de las condiciones de vida de los más precarizados, pero también de la educación y la cultura.

Y así llegó 2005 con, por un lado, el CNE, Contrato de Nuevo Empleo, que en el verano boreal, el primer ministro Dominique de Villepin hizo votar a su mayoría parlamentaria entre gallos y medianoche. Dicha ley, destinada a los establecimientos que tienen menos de veinte empleados que entró en vigencia el 1 de setiembre último, con el innovador (por nuevo no por bueno) artículo referido a las formas de ruptura de los contratos laborales, le da vía libre a las patronales para que puedan deshacerse de sus empleados sin que esto les cueste demasiado, sin dar explicaciones, sin tener, en definitiva, que rendir cuentas a nadie. Todo un adelanto de la larga muerte al mundo del trabajo.

Y por el otro, los levantamientos sociales ocurridos en octubre del año pasado en los suburbios pobres de París y de muchas otras ciudades galas. Esos jóvenes sin futuro que quemaban autos, escuelas, farmacias y clubes eran al decir del ministro del interior Nicolás Sarkozy, "la escoria" que había que "limpiar con un karcher (máquina que se utiliza para limpiar grandes superficies)", cuando la realidad mostraba a miles de jóvenes hijos y nietos de inmigrantes, viviendo en guetos, sin respuesta oficial a la desesperanza, sin futuro posible, excluidos. Racismo mediante.


NI PASADO NI FUTURO, PRESENTE
Daniel Cohn-Bendit, contesta al Financial Times de Londres sobre las diferencias o las similitudes entre aquel mayo francés y esta primavera negra. "Es la antítesis", resumió el ex rojo, hoy diputado Verde en el Parlamento europeo. "Porque los movimientos de 1968 manifestaban con una visión positiva del futuro, contra una moral represiva que representaba a la vieja generación encarnada por Charles de Gaulle, mientras que hoy la juventud traduce el profundo malestar de toda la sociedad francesa y sobre todo la visión negativa que tienen del futuro".

Las cinco manifestaciones desde la imposición de la directiva llamada sin sombra de pudor "Ley de igualdad de oportunidades" traducen -a través de sus actores, estudiantes secundarios, universitarios, terciarios, padres, profesores, personal no docente, jubilados, más los sindicatos (esta vez en una unión inédita de todas las centrales), partidos políticos y gente independiente- su rechazo absoluto al CPE, una norma que flexibiliza aún más el ya caído en desgracia campo laboral.

Desde los años 80, las cifras del desempleo entre los 18 y 26 años fluctúan entre el 20 y el 30 por ciento. Y en el mismo sector la mitad de los felices poseedores sabe que se trata de un empleo precario.

Y este panorama se profundiza en la periferia, donde la falta de empleo para los jóvenes tiene un índice que llega o hasta supera el 50 por ciento

"La muy comprensible rebelión del hombre flexible", titula Gad Lerner para La Reppublica de Roma y Wolfgang Munchau para el Financial Times de Londres "El contrato para los jóvenes, ¡es verdaderamente absurdo!", así con signos de admiración. Y no se podrá decir de ambos medios que pertenezcan al progresismo.

Posiblemente en estos días, el gobierno francés dé una respuesta a los manifestantes. Una anulación lisa y llana de la ley del conflicto, una promesa de discusión que tenga resolución favorable o tal vez no haya aceptado las condiciones de discusión, con lo que los estudiantes habrán llamarán a nuevas jornadas como las anteriores e intensificado las acciones cotidianas en universidades y colegios.

Cualquiera fuere el resultado de la contienda entorno al sistema laboral, muchas cosas quedaron al descubierto en este ombligo del mundo: una sobre todo, tomándole su frase al periodista Ignacio Ramonet de Le Monde Diplomatique: "Francia es un país que resiste (...). La solidaridad social es un rasgo fundamental de la identidad francesa (...). De ahí, una vez más, la oposición. Y la rebelión".
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El cartel refleja claramente la opinión de los manifestantes hacia el presidente Chirac y sus ministros: "Carniceros de libertades".

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