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 domingo, 02 de abril de 2006  
A 24 años de Malvinas. Joel Báez y José Insaurralde cuentan su guerra
Una amistad que sobrevivió al horror
Son correntinos, compartieron el servicio militar y el conflicto en las islas. Viven en Rosario, donde formaron sus familias

Vivieron tantas cosas y tan al límite que cuesta creer que todo haya ocurrido en apenas 43 años. Joel Báez y José Mencho Insaurralde nacieron en Lavalle, provincia de Corrientes. Cuando tenían 10 años llevaban a pastar las vacas al campo, se peleaban por las bolitas y por si ganaba Boca o River. Pero ocho años más tarde, ya no se pelearían más. Vivirían la guerra, el frío, el hambre, el miedo, la misma trinchera y un episodio que aún les duele y del cual les cuesta hablar. Vestidos con chaquetilla camuflada y luciendo sus medallas de honor, se reunieron con La Capital. Pusieron una sola condición, que la foto se hiciera en el Monumento a los Caídos en Malvinas donde está estampado el nombre de un tercer amigo chaqueño que murió en el archipiélago: Hipólito González. Un lugar con otros 648 nombres grabados sobre mármol y donde Joel, cuando está triste, se sienta solo a tomar mate. "Me siento acompañado", comenta.

Era el mes de junio, creen que el día 6. A las 16 se produjo un ataque de mortero inglés, una bomba cayó a cinco metros de José y lo hizo saltar por el aire. Cuando despertó no pudo mover la pierna, ni un brazo. "Sangre, todo afuera y mucho dolor", recuerda, y dice que tras la primera mirada a su cuerpo se desmayó. No muy lejos de él, del lado argentino, se comenzó a escuchar la orden de repliegue. Joel era cabo de reserva y se puso al tanto de las novedades: tres heridos, Fernández, Brito y José. No lo dudó y comenzó a buscarlo, lo vio y pidió ayuda.

"«A pelarse, estamos en guerra», me dijo un superior, eso significaba «arreglátelas como puedas». Me acerqué a José, pero el panorama era terrible. Un francotirador desde lo alto me disparaba cada vez que me movía, en el medio estaba José que cuando se despertaba me gritaba que no lo dejara solo. Así estuvimos unas dos horas hasta que cayó la noche y empezó a nevar. Fue la mano de Dios, porque el inglés se fue, pero no sin antes pegarle a José un tiro de gracia", cuenta Joel, e inmediatamente su amigo muestra las cicatrices.

Minutos después, ya de madrugada, Joel actuaba de enfermero. Sacó de su casco una inyección de morfina y se la aplicó a su amigo. Era la primera vez que lo hacía. Luego comenzó a pedir un camillero a gritos. Vinieron dos, pero sin camilla, e improvisaron una con el techo de la carpa. Parece una ironía. Las carpas, explican ambos, se llaman "Mi amigo y yo" porque apenas entra una yunta muy apretada y "así no te podés pelear", se ríen.

José fue internado en un puesto de sanidad. Allí se vieron por última vez durante la guerra. Joel volvió al frente y aún recuerda con bronca el momento en que le informaron que Argentina se rendía. Estuvo preso, fue interrogado y maltratado por soldados ingleses y un chileno. Y lo internaron durante meses en Buenos Aires "por congelamiento de un pie y por problemas psíquicos", cuenta. En ese tiempo no pudo comunicarse con su familia, los militares argentinos le decían que olvidara, que lo que había pasado era parte del pasado, y cuando podía pensaba en su amigo, a quien creía muerto.

La situación de José era similar: estaba internado, silenciado y absolutamente confundido. En su pueblo se enteraron mucho después de que aún estaba con vida. Y recordar esto, paradójicamente, suma risas a la entrevista. "Cuando llegué a mi pueblo caminando la gente me miraba como no entendiendo nada. Mi novia, ahora mi mujer, se estaba yendo al cementerio a llevarme flores".

Allí, en el pueblo donde Joel terminó la primaria y José cursó hasta segundo grado, donde uno soñaba con ser grande para que lo dejaran ir a bailar y otro quería tener un trabajo importante y casarse, se reencontraron. Joel, que ya vivía en Rosario con una hermana, fue a buscarlo apenas se enteró de que su amigo estaba vivo.

"Ni hablamos, nos abrazamos y le dije: «Te venís a Rosario conmigo»", cuenta Joel. Es que José estaba de novio, pero sin saber qué hacer y sin un peso. "Acá mis compañeros ex combatientes me dijeron «traelo, que entre todos lo ayudamos». Así fue, mi living fue la primera habitación de José y su mujer en Rosario. Es que la guerra tiene dolor, pero también amores", concluye.


Más historias
Dicen que ya hace mucho que no hablan de la guerra. El fútbol, la actividad en el Centro de Ex Combatientes y sus familias son los temas de hoy. Joel está jubilado por las Fuerzas Armadas, es secretario del centro, tiene mujer, tres hijas y es evangélico. José, en cambio, es empleado, su esposa y sus cinco hijos son católicos y fue condecorado como ciudadano ilustre por el Concejo Municipal de Rosario.

Joel es más locuaz, pero lagrimea de vez en cuando y pide disculpas. Reconoce que aún no pudo ver "Iluminados por el fuego"; dice que va a ver si hoy se anima. José habla poco y sonríe, pero ya vio la película y hasta prestó su testimonio para un documental.

Ambos quieren volver a las islas, y se ayudan en el relato donde surge un sinnúmero de recuerdos. Joel no puede dejar de pensar en la muerte de Hipólito. "Habíamos tomado un mate cocido en la misma taza y él me dijo, «esta noche la veo fulera». Anticipó su muerte. Nos habíamos prometido que el que volviera con vida entregaría a la familia del otro las pertenencias. Recién 15 años más tarde pude encontrar a su madre, fue un gran alivio".

José describe la orfandad que sintió como soldado con un dato. "Estábamos solos y desprotegidos. Sólo una vez pasó un general a dar revista y para mirar qué tan larga teníamos la barba".

L.V.
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