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 domingo, 02 de abril de 2006  
Historia viviente. Salvó su vida huyendo de una muerte segura
Agop, el abuelo de 106 años que fue testigo del genocidio armenio
Aún recuerda cuando los colgaban en la plaza, y cómo el enemigo le permitió huir a cambio de monedas de oro

Silvia Carafa / La Capital

Agop Eujanián tiene una carta de presentación poco común. Cumplió 106 años y hasta donde se sabe es el único testigo del genocidio armenio de principios del siglo XX. La diáspora de aquella masacre lo trajo a la Argentina en 1922 y a Rosario algunos años después. Como miles de sus paisanos rozó el límite entre la vida y la muerte y aún evoca la madrugada en que pagaron a los enemigos para abandonar aquel terruño montañoso y querido.

Fue una huida a ciegas, sin más certeza que eludir una muerte segura. "Me acuerdo, 1909, cortaban las cabezas y las colgaban en la plaza", relata don Agop en una pincelada precisa. Y se lleva una mano a los ojos para replicar el gesto con el que su padre le evitaba una visión de apocalipsis. "Llevaban cabezas y gritaban «tenemos sandías caladas»", recuerda.

Asomaba el siglo XX y los armenios ya sabían qué era el exterminio. A filo de la centuria anterior, una matanza masiva había desgajado el territorio, además de un miedo atroz en el alma y en la sangre y la sensación de que la patria era un escenario móvil. Al evocar, la mirada de Agop se enciende y el tiempo cobra densidad en sus palabras.

Pero faltaba una etapa de dolor: el exterminio masivo a manos del gobierno de los Jóvenes Turcos, cuando en 1916 y 1918 masacraron a millares de armenios cristianos. De aquellos días de furia el anciano rescata la madrugada en que a cambio de monedas de oro el enemigo les franqueó la salida. Atrás quedaba el solar paterno con sus curtiembre, ovejas y árboles. En ese grupo huían tres jóvenes, Agop y su hermano Toros, de 18 y 20 años, y el primo de ambos, Serbando, de 17.

Los tres eran de Tarsus, un sitio bíblico que alude a San Pablo, situado al pie del monte Ararat, donde según el Antiguo Testamento se posó el Arca de Noé. Toda una herencia de fe y de epifanías que dejaron atrás para poder vivir. Dos años después y cuando habían juntado algunos recursos comenzaron el viaje del exilio en barcos colmados de seres doloridos que buscaban puertos, sin más certeza que eludir la muerte.

"Es increíble, es una hazaña, no conocían el idioma ni podían pedirle a nadie una garantía. Y así y todo consiguieron alquilar un local en pleno centro de Buenos Aires", relata Enrique, hijo de Toros y ahijado de Agop. Allí fabricaron zapatos, zapatillas y alpargatas, herencia de habilidades ancestrales de sus familias. Después de un tiempo trasladaron el negocio a Córdoba para terminar radicados en Rosario.

Fue en Córdoba cuando una afección muy seria lo puso al filo de la muerte. Agop revive la experiencia y asegura que una visión le auguró que saldría del trance y tendría una vida larga. También en esa ciudad tuvo un guiño de la suerte y en 1928 ganó la lotería.

En el día de su cumpleaños (fue el domingo pasado, pero pudo atender a este diario en la semana), Agop revela el secreto para vivir 106 años: "La alegría", dice sin dudar mientras saluda con un beso a los seres queridos, que reconoce en viejas fotografías. "Sólo toma dos medicamentos, para la presión y para el corazón", dicen con orgullo sus hijos y explican que al anciano le gusta hablar con los nietos, tomar mate y leche, comer fruta y yogur y rescatar una y mil veces las escenas de dolor de su pasado.
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Agop huyó el exterminio.

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