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domingo,
26 de
marzo de
2006 |
[Nota de tapa] Más fuerte que el terror
"Llevo dentro un caudal de vida"
Su esposo, el gran escritor Héctor Oesterheld, y sus cuatro hijas desaparecieron durante la dictadura. Con lucidez y valentía Elsa Sánchez sobrevivió a la pérdida y al dolor
Hernán Lascano / La Capital
Hombres que salvaron la vida en el océano han narrado que cuando el agotamiento físico consume la última energía, la determinación de rendirse a la violencia de las olas se vive sin agitación, con alivio. Al escuchar a Elsa Sánchez de Oesterheld asoma la analogía. Ella soportó sobre el cuerpo el ímpetu de todos los mares pero, sin embargo, no cedió a la tentación de abandonarse a esa agobiante embestida. Esta mujer menciona las razones de una resistencia descomunal aunque, lo admitirá varias veces, no parece dominarlas del todo. Lo más importante que tuvo se despedazó en menos de dos años, el lapso que le insumió a los hombres de la dictadura militar exterminar a su esposo y a sus cuatro hijas. Se cumplen 30 años del inicio de esa catástrofe íntima que la hundió en la soledad más profunda y en una perplejidad que ella es capaz de sacudir con una indescifrable valentía. Ese valor la impulsa a examinar lo ocurrido para comprender, le abre camino a una lucidez desconcertante, le permite reír con franqueza a cada rato.
Cuando no sabía cómo salir adelante pensó: "Tengo que reírme porque si no me vuelvo loca". Dice que se esforzó para no sentir rencor y que vivió por sus nietos, que ahora tienen 33 y 31 años. Ella cumplió 81 el lunes pasado. La represión militar arrasó con sus cuatro hijas de entre 18 y 23 años. Su esposo tenía 58 años cuando desapareció. "No sé cómo hice para aguantar. Llevo dentro un caudal de vida que no sé de dónde viene. Pero para dejar la muerte a un lado tuve que aguantar. Entonces aprendí a no llorar. Aprendí a contener. Y aprendí a disimular".
UNA FAMILIA COMÚN
La historia increíble de una familia común con una vida poco común. Esa es una aproximación a la que tuvieron Elsa y Héctor Germán Oesterheld, extraordinario escritor de historieta a nivel mundial, uno de los intelectuales más lúcidos aniquilados por el régimen de las Fuerzas Armadas. Se conocieron en 1943 en un club del barrio porteño de Núñez, se casaron en 1947. Entre 1952 y 1957 tuvieron cuatro hijas: Estela, Diana, Beatriz y Marina. El año del nacimiento de Marina coincidió con la primera edición de "El Eternauta", la legendaria historieta creada por Oesterheld en su pequeño estudio de un chalecito de dos plantas en Beccar, San Isidro.
En esa época, cuenta Elsa, la vida era complicada pero divertida. Héctor había abandonado su trabajo de geólogo en el Banco de Crédito Argentino, ya escribía para chicos en varias editoriales en las que fue contactando a figuras que hoy son próceres del cómic como Alberto Ongaro, Alberto Breccia y Hugo Pratt. "Venía todo el mundo. Hugo era un apasionado que se sentía muy estimulado por los guiones de Héctor y comía casi todas las noches en casa, donde había un ambiente maravilloso".
La historieta era un género menospreciado, y Elsa misma reconoce que lo subestimaba. "Pero Héctor pensaba que era un vehículo formidable para enseñar de todo a los chicos que las leyeran. Y yo lo escuchaba embobada porque era un adelantado, un hombre de cultura superior que leía ciencia en francés, alemán, inglés e italiano. En casa había una biblioteca loca que le había servido para motivar a los dibujantes con su imaginación inacabable y su humanismo. Ahora se lo empieza a ver como el gran escritor que ha sido", dice.
Del clima de puertas abiertas de la casa, con ese tránsito de talentos y de una atmósfera de curiosidad estimulante se fueron nutriendo las chicas, que leían febrilmente, pintaban y escribían. La vida política de la familia era por entonces algo no tan presente. "Mi marido era un tipo con ideas socialistas pero jamás se involucró en política. Sí admiraba a Frondizi y era antiperonista". Las chicas iban a un colegio inglés privilegiado en Olivos del que más tarde, debido a los problemas económicos por la falta de pago de derechos de autor, saltarían hacia un establecimiento público. Oesterheld trabajaba todo el día en su casa. "Tenía la costumbre de buscar inspiración o ánimo en el jardín. Entonces se encerraba en su cuarto y empezaba a hacer los guiones. Los vecinos lo miraban paseando por el jardín y debían pensar que vivíamos de rentas. ¡Y no teníamos un peso ni de casualidad! Nuestra vida era a salto de mata".
MARCAS DE ÉPOCA
Estela, que había nacido en 1952, estudiaba artes plásticas y quería seguir filosofía. Diana era 14 meses menor y manifestaba con temperamento una temprana conciencia social. "En una oportunidad vimos a una señora con un bebé que pedía limosna en San Isidro. Y ella se empacó para que lleváramos el bebito a casa porque decía que la señora no lo podía cuidar. El padre, al que idolatraban, les daba cosas para leer a los 12 años que ellas consumían apasionadamente y que para mí estaba mal". Beatriz era la tercera, había nacido en 1955 y quería ser médica. La más chica, Marina, era de 1957.
El cambio a un colegio público, nuevos contactos con personalidades que militaban en política en el marco del clima social ardoroso de los 60 a los 70 fueron sumergiendo a las chicas en la vida política. "Se acercaba el fin del exilio de Perón y las dos mayores se internaron en una nueva vida. Descubrieron el peronismo y Héctor se acercó al peronismo por las chicas entre el 66 y el 67. Pero no fue algo que le pasó a las chicas: le pasó a una inmensa parte de la juventud".
En ese discurrir de las emociones por la politización de la vida familiar aparecieron diferencias. El asesinato de Pedro Eugenio Aramburu el 29 de mayo de 1970 que selló la aparición pública de Montoneros marcó también el primer encontronazo entre Elsa y los suyos. Por entonces también frecuentaba la casa de Beccar Pablo Fernández Long: un joven vecino ex seminarista, hijo del ex rector de la Universidad de Buenos Aires Hilario Fernández Long. Pablo fue militante montonero y según Elsa influyó hondamente en las convicciones políticas de Oesterheld, quien pasaba con él tardes y noches enteras de charla. "Yo no podía entender la justificación política del crimen de Aramburu. Recuerdo que tuve una discusión espantosa con mi marido y Fernández Long por eso. Me daba cuenta de que íbamos por un camino equivocado y presentí el drama".
La voz de Elsa se crispa cuando recuerda la fascinación de sus hijas con el entusiasmo del padre. "Estaban encantadas porque para ellas él empezaba a entender el proceso social y el peronismo. A mí me veían como una mujer de derecha que no quería comprender lo que ocurría". El 20 de junio de 1973 fue el trágico incidente en Ezeiza donde la ultraderecha peronista emboscó a las formaciones de izquierda partidarias y millares de militantes de superficie quedaron en el medio de un fuego cruzado. "Mis cuatro hijas fueron como pajaritos a lo que pensaban era un nuevo 17 de octubre. Y yo había observado que existían sectores de ultraderecha peligrosísimos en el peronismo".
Con el recrudecimiento de la violencia política todo enfiló al abismo. La fecha trágica fue para Elsa el 1º de mayo de 1974. "Cuando Perón echó de la Plaza de Mayo a los Montoneros vi a las chicas mayores destrozadas. Se desató la peor cacería de la Triple A. Ellas se desilusionaron totalmente de Perón y entonces vino el momento del pase a la clandestinidad, que es algo que no voy a entender ni a perdonar. Los líderes políticos como Firmenich, Galimberti y compañía dejaron de pertenecer al peronismo para ser parte de un grupo que quería tomar el poder a costa de adolescentes y a los que llevaron al asesinato en masa. Mi chica mayor tenía 23 años. La menor 18. Dos de ellas tenían hijos. Y había otros dos en camino".
NOCHE INTERMINABLE
El 24 de marzo de 1976 Elsa tuvo una entrevista para ingresar al Banco de Galicia. Ya para entonces estaba sola en su casa: sus hijas mayores estaban casadas. Las menores y el padre se habían marchado de Beccar en la convicción de que el aparato represivo de los militares los buscaría allí. "Tuve que buscar trabajo porque mi vida había ido al desastre. Cada integrante de mi familia disparó para donde pudo. Beatriz estaba guarecida con Héctor en el Tigre. De Marina no supe más nada y nos comunicábamos por teléfono. Estela vivía con su marido y su hijo en Longchamps. Y Diana, también casada y con un bebé, se había radicado en Tucumán".
Tres meses después del golpe Elsa recibió un llamado de su hija Beatriz para tomar el té. Se encontraron en la confitería del Jockey Club en Martínez. Era el 19 de junio de 1976. "Estuvimos como tres horas charlando. Me anunció que iba a dejar la causa y se pondría a estudiar medicina. Yo volaba de alegría. Era un sábado. El lunes a la mañana cuando iba a trabajar me atajó un muchacho. Me dijo que Beatriz no había llegado a su casa".
El 7 de julio Elsa recibió un mensaje de la comisaría de Virreyes. Debía presentarse allí. Fue con su cuñado y al llegar la recibió el jefe. "Era un día horrible de lluvia. Salió el comisario temblando de nervios y me preguntó si mi hija era una chica muy linda, muy prolija. Le dije que no me hablara más. El comisario me dijo: «Señora, me trajeron cinco cuerpos, fue el Ejército. Dos chicas y tres varones. Me dijeron que los entregara como NN. Pero yo no soporto no avisar a los padres». Me ofreció velarla en casa, pero eso era un peligro. La enterramos en el cementerio de Virreyes. Había policías por todos lados. Ese día tuve la clara comprensión de que enterraría a todas mis hijas".
Ese presentimiento a los veinte días se volvió anuncio: se lo hizo el jefe militar que allanó su casa con ocho hombres buscando a sus familiares. "Ese operativo fue una invasión para mí. Hacía 28 años que vivía allí. Era la mujer del escritor, cuando me veían pasar con las nenas decían «ahí viene Elsita con su majadita», fue una humillación tremenda ante mis vecinos". Abalanzados sobre ella para empezar el interrogatorio, Elsa planteó que no había nadie más allí, que estaba separada de su marido hacía más de un año. "Les dije que no había nada que esconder, que estaban en lo de una familia honorable y pedí que respetaran mi casa".
Su capacidad de defender su dignidad en esas condiciones aún la sorprende. "Fue notable porque no me sacaron ni un papelito. Pero el oficial me preguntó dónde vivían mis padres. Les contesté que en Palermo y les rogué que no fueran allí como habían llegado a mi casa dado que estaban solos, eran muy ancianos y el susto podría matarlos". El oficial, grabado en la memoria de Elsa como un "tipo paquetísimo con una boina muy elegante", accedió a la súplica. "Me dijo: «Quédese tranquila señora, a sus padres no los vamos a molestar. Pero a sus hijas se las vamos a matar a todas»".
Elsa recuerda que le preguntó entonces si tenía hijos y el militar replicó que tenía uno de 13 años. "Me dijo: «Por los nuestros tenemos que matar a los de ustedes». Era impresionante. Tenían injertada la convicción de que éramos un peligro social. Lo que habían alimentado (Italo) Luder y (Carlos) Ruckauf al hablar de aniquilar la subversión".
En julio, Diana fue secuestrada en Tucumán. El hijo de Diana, Fernando, fue recuperado por sus abuelos paternos. Elsa presentó un hábeas corpus en octubre de 1976 en la capital de esa provincia. "Ella estaba embarazada. Sé que no la iban a matar con la criatura adentro. Para aliviar un poco la carga el chico nacía y luego mataban a la madre. Maravilloso. La valentía de las Fuerzas Armadas fue algo maravilloso". No tuvo muchos ni quiere hablar de los pocos detalles del exterminio de los suyos. "No es tanto la muerte lo que me abruma sino lo que pasaron antes de la muerte. Trato de no pensar en detalles porque ahí sí siento que me desequilibro completamente".
De su hija menor, Marina, sólo tenía contactos por teléfono. También ella permanece desaparecida. Cuando fue emboscada al llegar a su casa de Longchamps, el mismo día en que ella misma encontró la muerte, Estela había llevado una carta a su madre. En esa carta le comunicaba que Marina había muerto. Fue el 14 de diciembre de 1977.
EN PIE
Lo último que Elsa supo de su marido fue, también, durante la noche de ese día inclemente. Que también fue el día en que le restituyeron a Martín, el hijo de Estela, a quien crió y educó ella sola.
Martín, el fundamento para estar en pie en semejante intemperie del alma. Lo mismo que Fernando, el hijo de Diana. Los dos la impulsaron a moverse en medio de una soledad corrosiva que la tuvo tres años arrumbada en el silencio. Nadie en la sucursal donde trabajó hasta jubilarse supo una palabra de su historia. "Me lo sacaron todo, pero me quedaron los chicos. Y me prometí no darles una vida triste. Si en algo fui afortunada fue en tener una personalidad fuerte. Tuve una lucidez grande para enfrentar el futuro y nada me quitó la alegría de vivir".
Como su belleza, la fortaleza y hondura conceptual de esta mujer inducen al desconcierto. Alguien que espere encontrar en ella un ser arrasado se irá extrañamente dichoso tras dialogar con ella. Porque no la quebraron. Pese a las mutilaciones sigue en viaje, treinta años después, nombrando su versión del mundo. "No puedo decir que no sentí rencor. Pero luché para no tenerlo. Y ya no puedo sentir odio. Si lo hago, deshago lo que hice. Solamente me podrán entender los que realmente son humanistas".
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Oesterheld, Elsa Sánchez y sus cuatro hijas.
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