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 domingo, 26 de marzo de 2006  
Tema de la Semana
Empresas estatales o privadas, pero con fuertes controles

La decisión del gobierno nacional de reestatizar la empresa que provee el servicio de agua y cloacas en la ciudad de Buenos Aires y parte del Gran Buenos Aires merece varias reflexiones que deben apuntar a no repetir errores del pasado y, de una buena vez por todas, encaminar al país en un proceso sostenible de desarrollo y crecimiento.

El propio sindicalista de Obras Sanitarias José Luis Lingieri no dudó el día que se comunicó la noticia en hablar frente a sus compañeros y las cámaras de televisión y recordar los tiempos del “Estado bobo, cuando iban diez a poner un caño y cuatro se quedaban comiendo un asado, mientras los otros hacían el trabajo”.

No se puede olvidar que las empresas estatales fueron siempre un desastre, pues daban malísimos servicios y eran la excusa para las peores prácticas de clientelismo y corrupción. Este es un aspecto a tener en cuenta pues no hay nada que garantice que todas estas estatizaciones que se están llevando a cabo no sean un paso atrás en este sentido. No hay ninguna razón objetiva para creer que algo ha cambiado. Ya hay un clamor bajo cuerda de quienes han sido puestos al frente de la nueva firma del agua para que no se la llene de ñoquis desde la política.

Pero este es sólo un aspecto. También está el hecho de que las empresas modernas no funcionan bien con consignas e ideologías sino con gestión, algo de lo cual los privados saben, porque por allí les aprieta el zapato, y los estados, en general, conocen muy poco.

Lo que pasa es que se suelen entregar las empresas a privados que están acostumbrados a la prebenda estatal. Todavía no se ha probado la fórmula de la empresa privada con un buen contrato y con buenos controles.

Sin embargo, no se puede olvidar a la hora de analizar esta problemática la mala experiencia de las privatizaciones, que en general han sido un fracaso y muchas de ellas ruinosas, para el país y fundamentalmente para los usuarios. Sin embargo, es necesario aclarar que los, en muchos casos, deficientes contratos de concesión fueron hechos por el Estado y sus funcionarios de turno y que muchos incumplimientos contractuales fueron avalados desde los despachos oficiales, sin controles de la Justicia. Pero además ese Estado no fue capaz de hacer cumplir ni siquiera los contratos que estaban bien hechos y muchas veces él mismo incumplió lo que había comprometido. Se produjeron confusas compensaciones que no llevaron a nada bueno.

Es decir, culturalmente en la Argentina no hay quien cumpla las leyes, sea nacional o extranjero, porque no hay tampoco quien las haga cumplir. Es muy simple, como se pretende desde algunas esferas de gobierno elaborando un discurso que tiene mucha llegada popular, echar la culpa de todo lo ocurrido a la voracidad de empresas multinacionales que vinieron a hacer pingües negocios a la Argentina.

La desgracia es que nuestro país tiene una sólida tradición de que nada funciona y lo que une a esa escasa capacidad para hacer andar las cosas es la actuación de argentinos e instituciones argentinas.

Más de una vez uno se pregunta cómo en países como Chile se están construyendo miles de kilómetros de modernísimas carreteras con sistemas de peaje, lo mismo que cárceles que se han dado a la gestión privada, por ejemplo, y en nuestro país no podemos siquiera hacer funcionar un peaje para mantener una ruta ya existente. Ni hablar de hacer una nueva. Y las cárceles son una calamidad.

En diversos lugares del mundo hay empresas públicas de gestión privada y empresas públicas manejadas estatalmente. Y funcionan, sobre todo cuando se trata de actividades estratégicas como los servicios públicos, que se sabe que muchas veces son deficitarios y se prefiere canalizar ese déficit a través de una gestión del Estado.

Lo curioso es que en la Argentina ya han fracasado todo tipo de empresas, deficitarias y superavitarias, privatizadas y estatales, por lo cual habría que empezar a buscar de las puertas para adentro lo que pasa. Dejar de repartir culpas y ver qué es lo que se hace mal para que inevitablemente estos procesos terminen mal.

La oportunidad es grande. Se debería elaborar una nueva estrategia que imponga férreos controles a quien se vaya a hacer cargo de las empresas. Quizás haya que concluir que el problema esté sobre todo en quién controla y en las herramientas que tiene para hacerlo. Por ahora hay desconcierto y malos antecedentes.
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