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 domingo, 26 de marzo de 2006  
Nuestros chicos desamparados

Carlos Duclos

Desde luego, en el mundo y en nuestro país suceden cosas buenas, pero el mal, en sus diversas formas, campea subrepticiamente, a veces disimulándose entre disfraces, a veces desembozadamente y todos los días. En ocasiones, a fuerza de ser tan cotidiano y usual el mal pasa inadvertido para la mayoría de los seres humanos o es adoptado como una parte más de la vida. Como se ha sostenido en tantas oportunidades, casi siempre el mal es pergeñado con fines determinados por una parte minúscula de la humanidad y atribula al gran conjunto. De todas las formas de los males políticos y económicos que debe soportar la sociedad, uno es, sobre todos, temible y más despreciable: aquel que se cierne sobre niños y jóvenes.

Dos noticias se han paseado por el mundo en los últimos días. Una muy tratado por los medios: el proyecto de la derecha francesa para despedir sin indemnizaciones a los menores de 26 años que no han cumplido dos años de antigüedad en su empleo, y la otra, más trágica y menos difundida: la gran cantidad de niños huérfanos que tiene y tendrá el mundo como consecuencia de padres muertos por el sida. La cifra de niños en la región del este de Asia y del Pacífico, por ejemplo, que quedarán huérfanos debido a que sus progenitores contrajeron sida, podría pasar de 450.000 a 1.700.000 mil chicos en menos de una década si no se aumentan los recursos financieros para su prevención y tratamiento. Pero este número no es patrimonio absoluto de esa región del mundo, ni muchos menos, y los investigadores adelantan un alerta para todos los países. La advertencia la dio un epidemiólogo de Unicef, quien señaló que "la cifra de niños fallecidos podría acercarse a los 20.000 por año durante ese lapso si no se hace más para ayudar a menores aquejados de sida". A partir de estas dos noticias no está de más realizar una breve comparación de esta realidad con la escena Argentina.

La propuesta de la derecha política y económica francesa supone que con la excusa de obtener mayores oportunidades de trabajo para los jóvenes, los transforman lisa y llanamente en bienes de uso que antes de los 26 años pueden ser despedidos -mejor dicho descartados- sin que obtengan, siquiera, el más mínimo agradecimiento. Esta iniciativa, que dejó estupefactos a muchos y sin entender (o entendiendo al fin que cierto liderazgo se hace cada vez más brutal) generó una batahola que bien podría desembocar en otro mayo francés.


La realidad argentina
Lo que una parte de la dirigencia francesa procura imponer, es, en cierto aspecto, lo que conoce bastante bien la Argentina desde hace mucho tiempo: Aquí hay una juventud condenada en el presente y seriamente comprometida en el futuro. ¿Pero es solamente la juventud quien padece? Naturalmente que no, cualquier jubilado podrá narrar sus afligentes experiencias de cómo logra subsistir, de cómo soporta en un país que crece para algunos mientras otros siguen en el mismo nivel. Y claro que las dificultades no son exclusivas de jóvenes y ancianos, pues una gran franja intermedia de la población padece también lo suyo. Por ejemplo: muchísimas personas ocupadas, es decir con trabajo, hacen frente a dos dificultades serias: el escaso poder adquisitivo de los salarios que en ciertos casos son paupérrimos y el nivel alto de las erogaciones entre las que se encuentran alquileres, impuestos, costos de servicios y precios. En efecto, precios, porque aun cuando el gobierno ha llegado a una serie de acuerdos con los industriales y comercializadoras para mantenerlos a raya, muchos se escapan como globos inflados con helio. Algunos, como los alquileres o la carne vacuna, se han disparado sin que tengan intención de retornar. Así las cosas, en el país del asado, degustarlo hoy es un lujo. Todos los sectores involucrados tienen una explicación para los incrementos de los precios, pero nadie (excepto las víctimas, es decir el ser humano común) dice la verdad: que el exacerbado egoísmo de ciertos operadores económicos no les permite reducir un poco las ganancias para posibilitar un respiro al atribulado ciudadano. Se debe convenir en que el Estado (en sus diversos niveles) tampoco hace lo suyo para aliviar el peso que soporta el ser humano argentino. La prioridad es la de siempre, la histórica: que cierren lo mejor que se pueda las cajas. Antes era por una necesidad de satisfacer los dictados equivocados del Fondo Monetario Internacional y otros organismos internacionales, ¿y hoy?


Los más golpeados
Sin embargo, en el marco de esta Argentina que como en el juego de la oca de pronto avanza un casillero y ora retrocede dos, no hay aflicción más grande que la de observar a una juventud devastada en cuanto a sus posibilidades profesionales y laborales. Si se analiza seria y pormenorizadamente la cuestión, tal vez no de derecho, pero sí de hecho, las medidas que el primer ministro francés defiende con tanto ahínco para la nación que fue sede de una revolución que enarboló el lema Igualdad, Libertad y Fraternidad, ya son aplicadas en Argentina desde hace mucho tiempo. ¿De qué forma? Primero mediante la imposibilidad de muchísimos jóvenes de ejercer las profesiones que eligieron y en la que invirtieron muchos años de estudio y la falta de empleo para aquellos que desean dignificar sus vidas mediante el trabajo, y segundo por una razón tan nefasta como la primera: las indignas condiciones profesionales y laborales a las que son sometidos muchos chicos que logran acceder a un empleo. Enumerar estas condiciones está de más pues el lector las conoce, pero entre muchas: salarios pobrísimos, horarios inciertos, cargas sociales incumplidas, etcétera. Una franja muy importante de la juventud argentina tiene hoy las esperanzas frustradas y los sueños quebrados y aun cuando hay quienes advierten sobre esta tremenda desgracia, lo cierto es que a una buena parte del poder poco le interesa una pena tan grande que, como ocurre en Asia con los huérfanos por el sida, se transformará en unos años en una aflicción tremenda no sólo para los jóvenes de hoy, adultos de mañana, sino para todo el contexto social. Todo esto no puede sino entenderse por la presencia de un egoísmo tal por parte de algunos sectores económicos que aterra.

En cuanto a una buena parte de la niñez argentina, su suerte no estará muy lejos de los huérfanos del mundo ¿O acaso muchos no son huérfanos de los derechos más elementales que les posibiliten crecer con cierta dignidad? Chicos que padecen hambre, falta de cobijo, que no pueden acceder a mínimas condiciones respetables de sanidad, abandonados a su suerte en las calles con una parte de su ser seriamente herido o ya muerto.

El mundo y el país avanzan en muchos aspectos, pero en otros abandonan a su hijos desaprensivamente, muchas veces perversamente, en el infierno de la imposibilidad de realizarse como seres humanos. ¿Por qué? Porque los valores de cierto poder no son los valores de la vida según el principio natural de las cosas. Detrás de la meta de la cuentiosa y vana riqueza este poder se olvida en Francia, en Argentina y en todo el mundo de los principios de libertad, igualdad y fraternidad y en el más grande homicidio universal deja a nuestro chicos desamparados.
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