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 domingo, 26 de marzo de 2006  
Las autocríticas que faltan

Mauricio Maronna / La Capital

La imagen de Néstor Kirchner corriendo a abrazar tras su discurso a Hebe de Bonafini en el recoleto salón principal del Colegio Militar de la Nación fue el arándano del postre, la bisagra del cambio de época, la definitiva señal para que los hoy raleados apologistas de los años de plomo den por concluidas sus lucubraciones temerarias.

El Nunca Más constituye ahora un corte para la sociedad que expió culpas sobre el terrorismo de Estado con la mítica frase: "Algo habrán hecho". Bienvenido el saludable ejercicio de recordar, pero alguna vez, como dice Beatriz Sarlo en su libro "Tiempo pasado", habrá que intentar entender.

"En la Argentina todos quieren ser autocríticos, pero menos de sí mismos", sostiene con lucidez Robert Cox, ex director del Buenos Aires Herald, uno de los pocos medios que alertó el mismísimo 24 de marzo de 1976 sobre la pesadilla que se posaba en el país.

Kirchner logró que el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea hagan autocríticas en cadena sobre el rol de los sectores castrenses en la dictadura. El mea culpa de Roberto Bendini, la semana pasada, fue más allá de lo imaginado: su revisionismo histórico estuvo basado en las "nefastas consecuencias" del plan económico implementado por José Alfredo Martínez de Hoz, al que desmenuzó de cabo a rabo.

Cualquier extranjero desinformado que haya sintonizado algún canal de noticias pudo haber pensado que se trataba de un militar al frente del Ejecutivo de un país sudamericano, antes que dar en la tecla sobre las particularidades y el cargo de quien hacía uso de la palabra frente a la tropa.

Desde que asumió, el presidente tomó la cuestión de los derechos humanos ultrajados durante el Proceso como nave insignia. Hoy hay casi 200 militares detenidos por la represión ilegal, las Fuerzas Armadas tienen como jefa a Nilda Garré, ex militante montonera, que debió tomar el camino del exilio en los 70; la mayoría de los organismos de derechos humanos están alineados con el gobierno y ningún jerarca de la dictadura puede caminar tranquilo por las calles.

Jorge Videla apenas intenta movilizarse en su departamento porteño, estragado por una incipiente ceguera. Eduardo Emilio Massera padece las consecuencias de un cuadro de demencia senil que lo mantiene postrado.

Poco queda de aquellos que se autocalifcaron como "salvadores de la patria".

Haber traspasado la línea de los 30 años del último golpe militar debe servir, ahora sí, para que otras historias sean contadas, para que el recuerdo no se agote en sí mismo y sirva de acicate para entender la afiebrada década del 70 en toda su magnitud.

¿Cómo fue que esos esperpénticos sujetos llegaron a convertirse en amos y señores? ¿Qué hicieron entonces los partidos políticos? ¿Hacia dónde derivó la soberbia armada? ¿Por qué los periodistas (y los medios), como señaló Cox, quieren ser autocríticos de todos menos de sí mismos?

"Lo que la mayoría de la gente no recuerda del golpe es que (precisamente) la mayoría de los argentinos estaba, no sólo esperándolo sino queriéndolo", advierte el hoy editor del Post and Courier, de Charleston, quien luego se metió en una polémica estéril al decir a la revista Noticias que la primera vez que vio a Bonafini fue fuera del país. "Nunca la vi con las Madres, y yo iba casi todas las semanas a las marchas". Obviamente, la trepidante Hebe no se quedará callada.

Curiosamente, las únicas polémicas que dejó el nefasto aniversario del golpe vino de la mano de las organizaciones de derechos humanos, los partidos de izquierda, los periodistas comprometidos y los grupos más radicalizados. Paradojas de la Argentina progresista.

La mayoría de la sociedad -aunque algunos hayan recibido el feriado del 24 como un bálsamo para disfrutar de un fin de semana largo en zonas turísticas- sabe a qué lugares nunca se debe regresar.

Sin ir más lejos, algunas claves de la hipocresía están en las videotecas que conservan el filme "La fiesta de todos", epifanía del Mundial 78 que muestra el escandaloso espíritu camaleónico de quienes se prestaron a la propaganda militar de entonces y ahora lucen combativos, encabezando marchas de repudio hacia lo que antes aplaudieron.

La lúcida y valiente carta abierta que Rodolfo Walsh envió a la Junta Militar incluye una sentencia poco difundida: "El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaron parte". ¿Qué espera el Partido Justicialista para formular su autocrítica por las serpientes que nacieron de su huevo?

La teoría de los entornos, que sirvió como paraguas protector durante décadas para responsabilizar a la inepta María Isabel Martínez de Perón y al desvariado José López Rega por la orgía de sangre paraestatal, quedó desvencijada tras el paso del tiempo. Ahora, nuevas generaciones comenzarán a exigir el apartamiento de una memoria, ya no selectiva, sino sesgada.

Entre 1969 y 1979 en la Argentina se produjeron 5.215 atentados con explosivos, 1.800 secuestros de personas y 1.500 asesinatos. Los números suelen ser fríos. En este caso resultan escalofriantes.

Pero sería propio de una mirada bizca descargar responsabilidades exclusivas en el peronismo, cuya liturgia movimientista incluyó a decentes y corruptos, violentos y democráticos, farabutes y utópicos bien intencionados.

Si bien el trigésimo aniversario del golpe sirvió para consumir litros de tinta y millones de palabras en el reparador racconto del latrocinio cometido por la Junta, poco y nada se dijo del aporte civil. ¿No hubo en la argentina un golpe cívico-militar?

Veamos: un informe de la Side, reproducido en marzo de 1979, reportó que sobre 1.697 municipios solamente 170 (apenas el 10%) tenía intendentes militares; 649 (el 38 por ciento) eran civiles sin militancia política. Los 878 intendentes restantes (52%), provenían de los partidos tradicionales. UCR, 310; PJ y aliados 192; Partido Demócrata Progresista 109; Movimiento de Integración y Desarrollo 94; Fuerza Federalista Popular 78; Partido Demócrata Cristiano 16; Partido Intransigente 4.

Si se aprende de los errores, las tragedias deben servir para que las nuevas generaciones no vuelvan a recitar el manual de los que escribieron esas páginas negras.

Y en este punto se deben dejar de lado los comportamientos corporativos. El periodismo argentino (salvo honrosos casos individuales) sirvió de sustento propagandístico de la dictadura. ¿Hasta cuándo ciertos analistas políticos (que criticaron en los diarios del sábado al presidente por no haber desnudado las responsabilidades civiles del golpe) seguirán sin atreverse a ensayar una autocrítica?

Mariano Grondona y Bernardo Neustadt fueron dos periodistas que quedaron pegados (justificadamente) como una oblea a la dictadura y les sirven a muchos como escudos para esconder su propia complicidad.

El sindicalismo, el empresariado, la Iglesia, entre tantos otros factores de poder, también tuvieron un altísimo grado de responsabilidad para desplegar la alfombra roja pisoteada por la dictadura.

El "deme dos" de los argentinos que invadían Miami fue el primer encandilamiento que lejos estuvo de resultar aleccionador. Pero, como en todo, los ejemplos derraman desde arriba hacia abajo.

Aquí la oposición debería tomar nota: su inexistencia de hecho en los albores del Proceso les allanó el camino a los dictadores. Hoy, en democracia, la falta de alternativa real al poder de turno invita a la tentación del pensamiento único, peligrosa coordenada que puede derivar en autoritarismo.

Luego de la reconfortante recordación del golpe de marzo del 76, aparece en el horizonte una nueva oportunidad para que la política (y sus satélites) ponga la otra mejilla y levante lo que se mantiene escondido bajo la alfombra.

Ni Videla, ni Massera ni Galtieri nacieron de un repollo. Y como dijera Einstein: la falta más grave es no tener conciencia de ninguna falta.
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