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 domingo, 26 de marzo de 2006  
Para beber
Una botella cara

Gabriela Gasparini

El precio de los vinos es un tema del que hemos hablado más de una vez, y del que vamos a seguir hablando. Pero hoy nos limitaremos a relatar un hecho anecdótico, por decirlo así, que a la luz de nuestra realidad nos parece inconcebible.

No hace mucho, un comerciante londinense vendió la que hasta ahora es considerada la botella de vino blanco más cara de la historia. El señor se embolsó la nada despreciable suma de 82.000 euros. Sí, por una botella.

El oneroso caldo data de 1787, y podemos decir que no ha sido comprado para degustarlo, eso más allá de que se pueda acordar con alguna de las dos posturas que sostienen los expertos acerca de la edad en la que un Burdeos es todavía apetecible, si la que sostiene que 50 años es el límite para que un vino de este tipo se mantenga tomable, o la que asegura que su buena vida puede durar siglos basándose en el hecho nada despreciable de haber participado de catas que así lo confirman.

A mí me resulta más fácil imaginar que el coleccionista norteamericano que pagó semejante cifra se dedicará a admirar la botella y a mostrársela a sus íntimos, pero dudo que le sirva una copa a un amigo. ¿De qué vino estamos hablando? De un Chateau d'Yquem, conocido como el rey de los Sauternes dulces. Vamos primero centurias atrás para revisar un poco la historia, porque es interesante descubrir que estos viñedos que forman parte del alma vinícola francesa estuvieron alguna vez bajo la tutela de la corona británica.

Podredumbre noble

Resulta que Yquem era una de las tantas propiedades de la duquesa de Aquitania, quien se casó con quien sería el rey Luis VII. Algunas escaramuzas no muy claras que mantuvo con su tío diezmaron los cimientos de su relación, y la historia culminó con la anulación papal de su unión, pero para aceptarla ella puso como condición conservar todas las posesiones con las que había llegado al matrimonio, que eran considerablemente más importantes que las del propio monarca.

La frustrada experiencia no desanimó a Eleonora, que insistió con el casamiento, esta vez con quien se convertiría en Enrique II de Inglaterra. Convengamos que la chica tenía un radar, siempre ponía el ojo en lo que terminaría siendo una testa coronada. Bien, la cosa es que desde 1154 y hasta 1453, Chateau d'Yquem fue un dominio británico.

Esta propiedad está situada en lo mejor de Sauternes, zona vitícola de Burdeos, atravesada por el río Ciron, un afluente frío que vierte sus aguas en el Garona, algo más cálido. Esa conjunción es uno de los factores que favorecen la aparición de brumas otoñales que se estancan arriba de las viñas, situación ideal para que un hongo llamado botritys cinerea, más conocido como podredumbre noble, haga su trabajo. Los granos se decoloran, se arrugan, se pasifican y se produce concentración de azúcar.

Este proceso es el que le otorga sus características amieladas y le confiere la capacidad de envejecer por tanto tiempo. Lo importante es saber escoger el momento justo para cosechar. En Yquem si es necesario se escalona la vendimia durante meses con tal de conseguir que las bayas encuentren su punto adecuado: los lotes que no se ajustan a las normas fijadas simplemente se descartan.

Dulces y destilados

Ya que estamos en tren de chismes es bueno decir que esto de la podredumbre noble es algo que los bordeleses deben agradecerle a los comerciantes de los Países Bajos. Es que en el siglo XVII, los holandeses establecidos en Burdeos estaban interesados en exportar blancos dulces y destilados, eso fue razón suficiente para que se construyeran destilerías a lo largo del Garona.

Como una forma de facilitar la elaboración se decidió retrasar la fecha de la vendimia para que las uvas tuvieran un contenido de azúcar más alto y los vinos resultaran más dulces. Fue entonces cuando se descubrió que si se dejaban crecer las Semillón hasta que las infectase la podredumbre noble, adquirían un intenso dulzor, a todas luces incomparable, y que por esos vinos podían pedir bastante más dinero. Cosa que entendieron muy bien los sucesivos dueños del Chateau d'Yquem, digo, si nos atenemos a los exorbitantes precios que suelen alcanzar sus botellas.

Vino preferido de Thomas Jefferson, George Washington, Alejandro Dumas, Marcel Proust y Julio Verne, no todas vamos a tener la suerte de poder probarlo.

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