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 domingo, 11 de diciembre de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
candi@lacapital.com.ar

-Tendría apenas unos catorce o quince años y lo vi pasar caminando, dificultosamente, con un andador que seguramente lo acompañará toda su vida. Al lado, una mujer que seguramente sería su mamá. Me esforcé por escrudiñar adentro suyo, quise traspasar sus pupilas para imaginar que es lo que había allá en su alma. Pero me di cuenta de que también mis ojos han sucumbido ante el tiempo y sólo pude ver, dificultosamente, una mirada un tanto nostálgica, pero amorosa.

-¿Es un cuento?

-No, es un joven que vi caminando junto a su madre anteayer en la zona del macrocentro. Es decir, Inocencio, vi más que eso, vi... una escena de amor. Sí, eso es, una escena de amor porque intuí enseguida esa empatía, esa unión tan perfecta, ese sentimiento tan hondo entre una madre y un hijo con ciertas desventajas.

-Y de seguro se quedó pensando.

-Sí. Me pregunté ¿qué sucederá con el fruto cuando el árbol se seque y su alma parta hacia otro destino? "Tal vez se quede solo", me dije. "O tal vez no, tal vez tenga una familia que lo ampare. Tal vez -seguí pensando- será el fruto de un vientre rico y poderoso y en tal caso estará salvado". Enseguida me di cuenta que lo que había pensado sobre la riqueza y la salvación era una estupidez, porque ningún oro salva al corazón del hombre. De todos modos advertí que los dos se detuvieron en una esquina y aguardaron el colectivo. No eran ricos ni eran poderosos. No eran más que dos seres humanos con sus almas y sus penas a cuestas.

-Nada más ni nada menos que dos seres humanos. ¿Y después?

-Después, como suelo hacerlo habitualmente, me dediqué a observar a algunas personas. Encontré, para mi colección de recuerdos, muchos rostros dichosos, otros preocupados, al parecer circunstancialmente y otros impregnados de una nostalgia casi perenne.

-¿Cómo puede saberse cuando un ser humano carga con una cierta melancolía que es crónica?

-No puede saberse con certeza, pero puede intuirse. La tristeza deja huellas en ciertas almas que se advierten en los ojos, en algunos gestos, en una postura, en una particular forma de caminar. Es como si todo el aura invisible del cuerpo humano hiciera decir a este: "¡Estoy tan cansado!"

-Suena a la manifestación emocional del cuerpo adulto. ¡¿Pero qué hay de los jóvenes?!

-¡Ah! Allí el dolor que produce la imagen es más profundo, porque si en la media mañana de la vida hay angustia resignada ¿qué sucederá en la tarde? Sí, confieso que suelo ver rostros de chicos angustiados, no son muchos es cierto, pero tampoco son pocos los rostros de jóvenes en los que se puede advertir la frustración. Sin contar aquellos, muchos más, en los que detrás de una sonrisa ilegítima se esconde el miedo a estar perdido en un mundo que los perdió.

-¿La conclusión?

-Me acuerdo de aquella conocida poesía de Becquer: "...mientras la humanidad siempre avanzando no sepa adónde camina,/mientras haya un misterio para el hombre,/¡habrá poesía!/Mientras se sienta que se ríe el alma,/sin que los labios rían;/mientras se llore sin que el llanto acuda/a nublar la pupila;/mientras el corazón y la cabeza/batallando prosigan,/mientras haya esperanzas y recuerdos,/¡habrá poesía!". Y yo creo que en muchos aspectos la humanidad camina sin saber adónde va; hay llantos del alma que sutilmente se advierten en algunas miradas y hay almas que proverbialmente claman ayuda en pupilas muy tristes. Y por eso, por ese otoño del alma humana hay también poesía. Pero la poesía no es solamente una construcción melodiosa para deleite del espíritu o para consustanciarse y conmoverse a la distancia con el dolor del otro. La poesía es mucho más que eso: es un compromiso con el destino del ser humano. Por eso mientras se siga observando el llanto del alma, aunque el llanto no acuda a nublar la pupila, todos tenemos un compromiso para calmar la pena.

Candi II
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