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sábado,
01 de
octubre de
2005 |
Reflexiones
Del éxito y del fracaso en política
Tomás Abraham / Especial para La Capital
Quisiera hacer unas reflexiones a partir del libro de Rodolfo Terragno "La simulación". Terragno ha hecho propia una prédica que hoy es un lugar común: diagramar una política para nuestro país de acuerdo a un modelo industrial-exportador. Esta meta no produce por lo general grandes discusiones. No dista mucho del deseo de que nuestro país se convierta en una nación del Primer Mundo. Por eso cada vez que en otro de sus libros insiste en esta meta da la sensación de que embiste una puerta abierta. Algo parecido sucede con la resonancia que tiene en la actualidad la figura de Arturo Frondizi. No hay nada más fácil que homenajearlo. Siempre habrá quienes desde la llamada resistencia peronista lo condenarán por el Plan Conintes -el de la seguridad de Estado- o por la ley de la enseñanza libre, pero son una minoría restringida a los intelectuales de la izquierda de principios del sesenta que aún quedan en ciertas academias, y a algunos peronistas de café.
Hablar de industrialismo es políticamente correcto y prácticamente nulo. Sigue siendo nuestra bendita tierra la que nos da de comer. Gases o granos son los que consiguen las divisas con las que compramos todo lo que nos falta. En los tiempos de Frondizi la industrialización y las inversiones en infraestructura no era una entelequia, sino una política posible. Por un lado se trataba de modernizar una industria envejecida y ya sin recursos propios pero que de todos modos se había convertido en un polo dinámico.
Perón en los finales de su mandato tenía la misma preocupación y la expresó convocando de urgencia un congreso de la productividad. La apertura a capitales extranjeros para que inviertieran en nuestro país también fue un deseo del mismo Perón y una estrategia planificada por Frondizi. De ahí que el pacto entre ambos podía ser algo más que una salida electoral en un universo político de odios entre gorilas y peronistas, y era posible crear los cimientos de un espacio tercero de desarrollo económico e integración democrática. La situación internacional también favorecía este tipo de política en tiempos de coexistencia pacífica y Juan XXIII, con el agregado de la reciente revolución cubana y la consolidación de Mao Tsé Tung. Había interés en desarrollar las economías latinoamericanas para frenar la avanzada comunista. Para asegurarse de esto los militares constituyeron la salida exclusiva con los golpes de Estado y quedaba como horizonte lejano que fuera realizable mediante una democracia republicana de tradición liberal. Pero no era tan lejano para la Argentina, había condiciones materiales e históricas para intentar una nueva vía. Las maniobras de Frondizi de trazar una política exterior independiente, de recibir al Che y tener relaciones amables con la Iglesia, de crear lazos de sólida amistad con Kennedy y acompañarse como asesor principal de un simpatizante de la URSS como Rogelio Frigerio, nos habla de una política que muchos calificarán de utópica e ingenua. Por supuesto que lo era, pero no porque fuera otro delirio de soñadores de mundos puros y de hombres nuevos, sino porque suponía que era posible que las clases dirigentes argentinas, los militares, los partidos políticos, los dirigentes sindicales, los hombres de la Iglesia, la intelectualidad, los estudiantes, empresarios, se unieran a partir de sus representantes más progresistas para consolidar una nueva política.
Industrialización, soñada palabra que emergía de un análisis que hace cinco décadas sostenía que el deterioro de los términos de intercambio impide definitivamente que un país que basa su sistema de exportaciones en las materias primas -no se decía en aquel entonces "de poco valor agregado"- salga jamás de la pobreza (dejo abierta la hipótesis de la posible excepción de Australia cuyo despegue de no hace tantos años quizás se apoye en la economía primaria, y de su cercanía a China y Japón).
Terragno traza en su libro algunos episodios de la historia de nuestro país con el FMI. De su relato la imagen del organismo financiero internacional resulta siniestra. Se lo ve permeable a intereses que poco tienen que ver con el desarrollo de las naciones débiles. La estrategia que combina el endeudamiento con el cobro mediante el remate de las empresas estatales parece letal. Por otro lado nos señala que en el 2001 había posibilidades de una salida consensuada de la convertibilidad con el aval del Fondo y del Tesoro de los EE.UU. Sucede que Terragno apuesta a lo que considera fisuras y desacuerdos entre los representantes de los intereses más poderosos del mundo en materia económica y no considera descabellado que un país de extrema debilidad como la Argentina profundice y ponga en crisis semejantes instituciones.
Sin embargo, es otro el tema subyacente -al que remite el título del libro- que nos sitúa en su pensamiento respecto del actual gobierno, y, agregaría, de su propia trayectoria política. Me refiero a las relaciones entre la mentira y la política, a la configuración que denomina "simulación". Reflexionando sobre el término "hipersimulación" de Jean Baudrillard, nos dice que hace tiempo, en el 2003, nunca le había aparecido tan teatral la actividad política. Coincide con los tiempos inaugurales de la era Kirchner. Define a la hipersimulación como el resultado de la falta de convicciones y de un obsesivo deseo de agradar. Estima que el político que reúne ambas condiciones, muda de ideas persiguiendo la acquiescencia circunstancial. El recurso más eficaz de tal personaje es el "consenso negativo" que estimula un hecho que siempre ocurre en todas las sociedades: amar odiar a ciertos individuos. De este amor al odio hay ejemplos actuales que Terragno cita, como el de Le Pen en Francia, o el de Haider en Austria.
En nuestro medio los odiables fueron la Corte Suprema, la cúpula militar, la jerarquía policial, o el mismo Fondo Monetario. Por otro lado reconoce en el actual presidente a un hombre pragmático que supo manejar bien el tema del default y la renegociación de la deuda.
Sin embargo, su mejor habilidad parece ser el doble discurso, la hipersimulación y el aprovechamiento del azar que consiste en condiciones mundiales favorables que permiten disimular la ausencia de estrategia y de modelo de crecimiento.
El modo en que Terragno nos presenta su personal ubicación en los conflictos de los últimos tiempos en las distintas fases de la crisis argentina, nos muestra a un hombre que quiere convencer a todo el mundo de una realidad que nadie ve. Pero esta particular lucidez no se debe a la soberbia de un visionario al estilo del Quijote. Sino a una visión del poder y de sus intereses que pueden reorientarse con el buen razonamiento.
Puntualiza que en el 2001, un experimento de simulación en una universidad norteamericana demostraba que una quita del 30% de la deuda con la garantía del Fondo y con una extensión de los plazos no dañaba el equilibrio del orden financiero mundial, lo que habría permitido una devaluación mesurada, un dólar a un peso cuarenta, y libertad para el retiro de fondos bancarios con un sistema de premios y castigos -ideado por Stiglitz- que hubieran alentado la permanencia de los depósitos en el sistema. Pero algo debe pasar en la Argentina para que las cosas ocurran de otro modo.
No sólo en nuestro país, sino en el mundo, la racionalidad parece supeditarse a otra cosa que a ella misma. Terragno no está de acuerdo con el pensamiento de Baudrillard que cree que la masa desea ser dominada por una falsa ideología; tampoco acuerda con Goethe que piensa que nadie nos engaña sino que nos engañamos a nosotros mismos. Prefiere hablarnos de una realidad en que los hipersimuladores disfrutan de su aparente éxito, mientras los políticos valiosos fracasan.
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