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 domingo, 28 de agosto de 2005  
[Primera persona] - Francisco Gandolfo
En nombre de la poesía
Editorial Interzona publica "El búho encantado", un libro de poemas que recupera a uno de los grandes escritores de Rosario. Aquí repasa su iniciación literaria

Osvaldo Aguirre / La Capital

No ganó grandes premios, no recibió becas, no tuvo subsidios y fue rechazado por las editoriales a las que se presentó. A esa adversidad opuso una vida de trabajo y de compromiso con la poesía, sostenida en toda su producción, desde "Mitos" (1968) a"Las cartas y el espía" (1992). Ahora, a los 83 años, Francisco Gandolfo consigue por primera vez que un sello editor publique un libro suyo. "El búho encantado" -el mismo nombre de la colección de poesía que dirigió en Rosario- aparece en estos días en Interzona. Y no es una simple novedad sino un acontecimiento literario, porque significa la reaparición de una obra indispensable, una de las mejores de las que se han producido en Rosario.

Nacido en Hernando, provincia de Córdoba, en 1921, Gandolfo fundó en Rosario la imprenta La familia y entre 1968 y 1976 dirigió la revista El lagrimal trifurca, con su hijo Elvio. Entre sus libros se destacan "El sicópata" (1974), "El sueño de los pronombres" -una trasposición poética de sus lecturas de Freud- (1980) y "Presencia del secreto" (1987), prosas breves de extraordinaria intensidad.

-¿Como descubrió la poesía?

-A mí lo que más me atrajo, desde adolescente, fue la música. Empecé a estudiar, hice lo que pude y me dí cuenta que no tenía pasta como músico. Lo que más sentía era la música y quise estudiar, agarré un violín un par de veces y después lo tuve que largar porque había perdido el trabajo. Como también me gustaba la lectura, en general, antes de los 20 años esa ansia por la música fue copada por la poesía. Después me tocó el servicio militar, en San Rafael, y ahí empecé a leer mucho, hasta "El Quijote", y también haciéndome mandar libros por mis hermanos. Tuve la suerte de que me liberé de la fajina y los trabajos pesados; al ver que tenía cierta facilidad para escribir, me pusieron de furriel, que era el que redactaba los partes de los escuadrones, y eso me vino bárbaro.

-¿Su familia seguía en la provincia de Córdoba?

-Sí. Yo estuve en Hernando hasta los 18 años. El pueblo no me atraía; menos mal que tenía una biblioteca. Estaba trabajando en una imprenta y el dueño decidió irse a Leones. Y en Leones nos fue mal. Tuve que irme y fui a parar a Río Tercero, que me gustó. Después me tocó la milicia. El paisaje de San Rafael me pareció un paraíso. Y ahí empezó el asunto. Cuando terminaba el período de la milicia, uno de los músicos de la banda del regimiento me presentó a un poeta que vivía en San Rafael, porque me hacía falta alguien que me orientara. El poeta se llamaba Juan Solano Luis y acababa de ganar un premio en Buenos Aires. A la vez este muchacho tenía un maestro, que era Alfredo Rafael Bufano. El tipo escribía en verso clásico: era una copia, pero lo hacía muy bien. Solano me empezó a dar lecturas, sobre todo de poetas españoles: tenía una colección de libros bastante notable para mí, y como era maestro tenía todo ordenado y estudiado. Creo que fueron unos seis meses. En un momento me di cuenta que ya me había dado lo necesario en el arte de la poesía, que si seguía iba a ser una redundancia para mí; y además extrañaba, tenía ganas de volver. Me orientó sobre todo con la poesía española y los derivados.

-¿Alguna lectura le impactó entonces?

-Sí, primero me dio los clásicos. El que más me atrajo fue Góngora. Y después Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca. Para el final había dejado a Antonio Machado; ahí me di cuenta qué era el arte. Todas las semanas yo le llevaba algo escrito a Solano y en un momento él me dice: "esto ya está bien orientado, yo lo voy a llevar a ver a Bufano, para que lo conozca". En realidad con ese poeta no pasó nada, no hacía más que imitar a los clásicos.

-¿Cuáles eran los temas de sus primeros poemas?

-Y, me había puesto de novio, así que la tenía loca con mis versitos a la que llegó a ser mi señora (risas). Al final, cuando le mostré unos poemas, Solano me dijo: "esto es lo mejor, de aquí en más hay que ver lo nuevo que va saliendo". Ahí la poesía ya estaba en mí para siempre.

-¿Por qué la poesía y no la narrativa u otra forma literaria?

-Me di cuenta que nací lírico. Lo que llevaba adentro era la lírica. Ya no pude dejar más la poesía.

-¿Cómo fue su etapa previa? ¿En la infancia apareció ese interés?

-En nuestra familia éramos seis hermanos: tres mujeres y tres varones. Nos quedamos sin padre temprano. Mi vieja, italiana, no tenía estudios. Mi padre tuvo la desgracia de ser naturalista y murió a los 40 y pico de años: en esa época era tal la exageración de vivir con las cosas elementales, de eliminar la carne y demás, que mi viejo se vino abajo, empezó a sentirse mal y murió. Vino de la alta Italia a trabajar, puso un comercio donde vendía de todo un poco y le iba muy bien. Pero cuando murió nos quedamos en la vía. La casa que teníamos nos la quitaron los mismos parientes y menos mal que mi hermana mayor ya había empezado a trabajar en una casa de ramos generales: nos salvó un poco eso. Tuvimos que salir a trabajar todos los hermanos, e incluso mi vieja. Fue muy triste. Y muy interesante. Ya no era la cosa servida, tenías que ir haciéndote. Yo empecé a los 10 años, vendiendo diarios. Después me metieron en una imprenta, donde empecé con un oficio que está relacionado en cierta manera con la poesía. Pero como tenía que trabajar, no podía ir a la escuela: sabía leer y escribir, pero no podía continuar.

-¿Como siguió la escritura después de su paso por Mendoza?

-Uno de mis hermanos me hizo entrar en la fábrica militar de Río Tercero. Eso me resultó insoportable y me fui a Buenos Aires. Tenía ganas de seguir la poesía. Entre los poetas que me había dado Solano Luis, estaba Rafael Alberti: había leído "Marinero en tierra" y me enteré que él vivía en Buenos Aires. Fui a Losada, pedí la dirección y lo fui a ver con un par de sonetos. Entré a trabajar en una imprenta grande, pero Buenos Aires me sofocó. "¿Qué hago ahora?", pensé. Agarré y volví a San Rafael. Pero el maestro mío ya no estaba ahí, lo habían trasladado con un ascenso a otro pueblo. De todas maneras seguimos conversando, y a través de Solano comencé a leer a Neruda. Me entró enseguida, fue una cosa fuera de serie. En ese momento, los poetas argentinos eran casi todos clásicos, no se movían de ahí. Y los españoles estaban en la misma.

-¿Y usted qué escribía?

-Andaba por el verso clásico. En cierto punto quise dejar; aunque ya había hecho bastante con la poesía, quería pintar en lugar de escribir. Me dí cuenta que era brava la literatura. Al punto de decir "esto ya me tiene podrido". Tuve ganas de librarme de la poesía, pero en un momento, con el apoyo de Elvio, el mayor de mis hijos, me dije que tenía que seguir. Ya estaba en Rosario, donde llegué en 1948.

-¿De qué manera siguió su escritura?

-Recuerdo que Jorge Vásquez Rossi me pegó un sacudón y entonces me animé. Empecé a tomar la poesía como una creación, y como una creación original, algo que nadie hizo antes. Y tenía la ventaja de que Elvio ya mostraba en la adolescencia su capacidad literaria. Había muchas cosas que yo no podía leer, y yo tampoco tengo la facilidad de lectura de Elvio. Tengo que ir como meditando, eso te lo marca la misma poesía, como una retardación.

-¿Cómo escribió "Mitos"?

-Salió de un poema, creo que el primero. Ví que estuve en condiciones de largarme, sin pensar "uy, esto a la gente no le va a gustar". Me dí cuenta que eso era moderno, ahí empecé a engranar y salió el libro. Cuando te viene el asunto de largarte, hay que jugarse entero. Antes había hecho un par de libros, aunque ni fu ni fa. Pero estaba cambiando. Y con Elvio se me facilitaba la cosa. El compraba todo y decía, por ejemplo: "esto no vale la pena que lo lea". Para que no perdiera tiempo, porque yo tenía que dirigir la imprenta, entonces nos beneficiábamos ambos, porque él también me preguntaba.

-¿En qué momento escribía?

-Cuando podía. A la noche, cuando habían acostado los chicos. Tenía un par de horas. A veces me pasaba y a la mañana siguiente, en la imprenta, atendía a la gente con los ojos desorbitados.

-Pese a que su infancia y adolescencia fueron muy duras, en su poesía hay mucho humor.

-Bueno, yo era el más llorón de la familia (risas). Y el más jodón. Por ahí, de pibe, llevaba la joda a una cosa insoportable. Pero eso tiene que salir de alguna manera y a mí se me dio felizmente a través de la poesía. Cuando uno se da cuenta que está diciendo algo, no que está jodiendo y nada más, uno se anima a largarse. No me puedo sacar de encima el humor, empezó en el vientre de mi madre y sigue. A veces se hace medio ácido, pero hay que animarse, porque si lo querés suavizar sale una cosa medio chirle.
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Regreso. Después de 13 años sin publicar, Francisco Gandolfo vuelve con "El búho encantado", libro que edita Interzona.

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