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 domingo, 28 de agosto de 2005  
[Lecturas]
El problema de poner la vida en palabras

En "La autobiografía. Las escrituras del yo" Jean Philippe Miraux releva los abordajes teóricos más conocidos sobre el género autobiográfico y "las escrituras del yo", como los diarios íntimos, los recuerdos y las memorias. Miraux apela en su estudio fundamentalmente a Jean Starobinski, Philippe Lejeune, George Gusdorf y Maurice Blanchot y explicita todas las cuestiones que surgen a partir del "problema de poner la vida en palabras".

El análisis de los textos autobiográficos requiere la definición de un género que es difícil de delimitar. Para empezar, si hay algo que distingue a "las escrituras del yo" es el hecho de que el objeto de análisis es el "yo" mismo que está narrando. El escritor que recurre a la autobiografía utiliza una serie de estrategias y confía siempre en que el recurso a la escritura le permitirá fijar parte de su personalidad, ordenarla, revelarla, exponerla.

Ya sea por la búsqueda de la felicidad perdida, por el deseo de testimoniar o por el afán de establecer un retrato de sí, el escritor somete su vida relatada al "orden del desfile", re-situando cronológicamente el alud de experiencias vividas. En este plan de escritura se establece un pacto: el autor nos dirá la verdad y los lectores le creeremos, dado que es él mismo quien narra sus experiencias de manera inequívoca.

Sabemos sin embargo que no hay nada tan escurridizo como la memoria, ni nada tan confuso como los recuerdos. Tal vez por este motivo el género autobiográfico sea aquel que expone con tanta exactitud el misterio en que consiste la escritura. El acto de escribir, para Blanchot, evoca el drama de Orfeo, quien al girarse impaciente para ver a Eurídice la hizo desaparecer: ni bien el escritor intenta alcanzar la obra, ésta se desvanece, y sólo puede llegar a ella mediante un largo rodeo escriturario. Así también funciona la escritura de la memoria. Ni el escritor sabe todo lo que quiere decir ni dice todo lo que recuerda.

La autobiografía supone una desconfianza: intentar fijar en palabras la vida y la personalidad, elementos que por naturaleza son fluyentes y cambiantes, es una tarea imposible desde el principio. La escritura se erige como el acto de reconstrucción de fragmentos de experiencia, de episodios discontinuos articulados no por la memoria sino ante todo por el olvido, "la potencia fecunda", según Miraux. Al contrario de lo que suponemos, es el olvido el que construye el relato porque distancia, confronta y mezcla narración y referente. Tarde o temprano, sostiene el autor, el escritor de autobiografías se encontrará con que su texto es literatura.

Muchas veces, en las autobiografías de escritores se vuelve a la pregunta acerca del acto de escribir. Es común encontrar en ellas la historia de su escritura, de los sucesos que los llevaron a escribir y los motivos que justificaron su obra. Otras veces las autobiografías se vuelven extremadamente novelescas y los límites entre ficción y realidad se confunden. Estos desbordes son habituales, ya que el género de "las escrituras del yo" es un género de mezcla, sumamente móvil, que puede incluir tanto elementos meta-literarios como personajes y proyectos de ficción.

¿Hacia quiénes están dirigidos estos textos autorreferenciales? Para Miraux, todo escritor supone un lector ideal para su obra y hacia él apunta: lo inquiere, le explica, se disculpa frente a él. Siempre este lector imaginario es un lector cercano, y, aunque sea conocido o ni siquiera exista, es tenido en cuenta permanentemente, porque lo esencial para el autobiógrafo es ser leído, ser escuchado.
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