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 domingo, 28 de agosto de 2005  
[Lecturas]
Literatura que se pide

Matías Piccolo

La literatura norteamericana ha fructificado y usufructuado a diversas literaturas nacionales. Notable es la desproporción que existe entre el caudal de información que aquélla ha rebalsado sobre éstas. Un avasallamiento que con el tiempo ajustó su dominio material y emplazó más allá de sus fronteras una implacable máquina cultural con ribetes de industria pesada.

Pero los procesos de transculturación son complejos y los "intercambios" no siempre fueron ni son los mismos, ni tampoco tan asimétricos. Lo criollo logra, en sagaz trabajo de supervivencia, obtener de tal acoso una fructificación. Pero ahora hay que atender a otros factores históricos, y también biográficos, claro. La incidencia de la cultura norteamericana no es la misma para el que ve la luz en el año 36 o en el 44, que para aquel otro que se crió en los años 70. Nacida en 1969 Patricia Suárez llega a toda esa manipulación cultural cuando ya está instituida con vehemencia. La escritora rosarina comienza a cristalizar su carrera literaria en la década del 90 bajo la cultura del electrodoméstico y la pauperización del trabajo. Allí hay que implicar la escritura y el perfil general de su literatura, que ahora se completa con el volumen de cuentos "Esta no es mi noche".

En este último libro -ya instalada en Alfaguara a partir de la publicación del premio Clarín de novela- desnuda los procedimientos y las relaciones literarias que componen el arsenal de su escritura y el mapa de una generación que bien podría espejarse con la película "Silvia Prieto", de Martín Rejtman. Suárez tiene un personaje fetiche: una joven entre los 25 y los 35 años, solitaria, algo melancólica -pero a la vez aniñada y juguetona-, que posee un caudal de lectura amplio, y epidérmico al estilo Bovary, generalmente está empleada en los nuevos trabajos robotizantes y luego renuncia para ir en la aventura de alguna paga más romántica: recordar a Lena Polzicoff de "Perdida en el momento" (2004), a Olga de "Aparte del principio de la realidad" (1998); y aquí, en "Esta no es mi noche", Cindy Ambrosetti, protagonista del último cuento que da nombre al volumen. Este personaje se realiza siempre con un tipo de narración evocativa (y esta insistencia le quita vigor escénico a su mundo literario), tiempos pretéritos del imperfecto en primera persona que podrá doblarse en omnisciente, pero en el fondo es la misma voz ideológica cauterizada.

En los catorce cuentos reunidos se dibuja una paradoja: su abultada capacidad narrativa es el producto de una pacata administración de los recursos literarios. Hay una monotonía y luego una evanescencia que resulta temática y argumental, no porque los temas de los cuentos sean inocuos y similares (aunque muy bien se podría dar esta apreciación) sino porque el rudimento formal que los presenta, los aplaca y unifica. Existe, sí, un pulso literario, historias y asuntos que pueden desarrollarse, pero en el "pueden" anterior está la clave, porque en el libro eso todavía no se ha puesto en marcha. Cuentos como "Jirí Marek" o "Escrito con agua" podrían estar vinculados a cierta atmósfera ocupada por Saer; es decir, perfectamente ganarían espesor literario si se contaran al "modo" del escritor serodinense, o de alguna otra manera que los haga conmovedores y los saque de ese estado impreciso y liviano del apunte y el boceto, del mero croquis narrativo.

Suárez regula, liberando esfuerzos (como cualquier trabajador explotado), la exigencia impuesta para producir su narrativa: como si escribiese mientras duerme, su pluma se mueve sola, mecánica, y por lo tanto quedan las estructuras formulares que componen su literatura: gramática estándar y tramos literarios de alquiler que se usan para fraguar el cuerpo de los relatos.

Un ejemplo: "Tal como si yo hubiera sido la mujer de un presidiario, todos los domingos lo llamaba a un número que él me había dado, un teléfono público en la plaza del pueblo... El nada más me hacía escuchar el graznido de los cuervos... ("Escrito con agua", p. 121). Y en otro cuento: "Si cierro los ojos puedo oír todavía los cuervos graznar; nunca más los he oído, a excepción de una vez que mi marido volvió a los Estados Unidos, solo, y me llamó desde un teléfono público en la plaza de un pueblo, nada más que para que yo oyera el sonido de los cuervos y los recordara" ("Hacia San Francisco", p. 170). Habría que rastrear de dónde ha salido esta relación prefabricada para insinuar los avatares de un matrimonio en tren de disolución.

El libro desnuda tretas literarias, datos de esmerado aprendizaje de taller para la composición de un producto aceptable en el mercado laboral de la escritura. Uso y remedo de la literatura norteamericana, la de los escritores populares de stories, en donde el secreto consiste en contar con un perfecto fichero que contiene de todo, hasta nombres adecuados de personajes.

La meta de esta literatura que Suárez trafica es contar con un acaudalada cuenta de palabras para nombrar nunca por genérico: no árbol, sino abedul, peral, acebo; el cuero es de antílope, el camisoncito de batista blanca, etcétera, especificando uno a uno los platos de una mesa literaria demasiado insípida, y abarrotada de cachivaches del mundo del consumo. Esta es una "elegante" manía de cierta escritura contemporánea acorralada por el kitsch y el posmodernismo, que se le da por detenerse en la colección de artículos domésticos, efímeros, que descubren en el confort la base de la felicidad inmediata: "La Cajita Sorpresita es un producto que me gusta; debo confesar que a veces me robo los juguetes que trae o pido los sobrantes o dañados y luego los pongo en fila india en la repisa de mi cuarto".

Pero hay algo interesante y seductor en la gimnasia de Patricia Suárez: personifica en su escritura, tal vez inconscientemente, la revancha en una burla al estado actual de la literatura de alquiler. Ahora es ella quien hace granar al campo literario estadounidense. Por un lado lo enriquece porque le entrega un producto que actualiza una variante de su lengua en castellano (Suárez no escribe en argentino, sino en ese español estándar de la traducción), y por el otro obtiene provecho de sus formatos, de su instalada cosa narrativa, para el servicio de su profesionalismo literario: en el sendero de esa narrativa yanqui, Suárez se mueve como pez en el agua.

Esta escritora que en siete años ha publicado más de 15 títulos, entre volúmenes de cuentos, poemarios, novelas y obras de teatro, ha sabido acreditarse en el mundo editorial mediante el mecenazgo de los concursos, anunciando que ella está a la altura de fabricarles esa literatura que se pide, pero portando el huésped, como un virus troyano, que cuando se activa desata la denuncia formal de una vacuidad, de una letra administrativa y formularia.

"Esta no es mi noche" es el destape de una escritura que mediante una colección de recursos y referencias del campo literario hace el ademán de contar historias para poder circular y venderse como literatura.
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Recursos. Suárez desnuda procedimientos y relaciones del arsenal de su escritura.

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