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domingo,
28 de
agosto de
2005 |
Editorial
El valor del conocimiento
Atrapada en el espeso barro de la coyuntura, la Nación ha olvidado que el cortoplacismo es una trampa que termina por ser mortal. La mejor manera de escapar de la emergencia es pensar y ejecutar como si no hubiera emergencia. Y recordar que además de entregar pescado, es importante enseñar a pescar.
En la Argentina, muchas veces la coyuntura ha terminado por devorarlo todo. En un país que durante tan prolongado tiempo ha vivido en emergencia, justamente la emergencia se ha transformado en el paisaje de todos los días. La consecuencia de semejante acostumbramiento a la anormalidad es que se ha abandonado lo esencial, aquello que constituye la base sobre la cual se sustenta el progreso duradero de las naciones.
La pérdida grave de hábitos ciudadanos esenciales para el desarrollo, como ha ocurrido con la cultura del trabajo y del ahorro, es acaso la huella más dramática que ha dejado impresa la crisis en el país. El profundo deterioro de la escuela pública y el desprecio por las normas instalado en todos los niveles sociales también deberán sumarse a la lista de desastres que habrá que revertir si lo que se pretende es una reconstrucción real y no la simple exhibición de una máscara cargada de maquillaje.
Y ante el drama del desempleo, se ha respondido con subsidios. Sin dudas que hacerlo resultó inevitable, pero de acuerdo con el viejo dicho acaso sería útil que además de entregar pescado se enseñara a pescar. Aunque tal cual lo aseveró días atrás en un reportaje el brillante intelectual español Jorge Wagensberg: "A lo mejor en un país no se trata de pescar. ¿Y de qué se trata? Es que no se puede saber si no hay investigación. La verdadera solución está en crear conocimiento y generar riqueza. La dependencia es la pobreza. Entonces la trampa es pensar que hay que dejar de conocer para otra cosa. Para mí, el conocimiento y la democracia son inaplazables".
La definición del director de la famosa colección Metatemas de la editorial catalana Tusquets es inmejorable y deja a las claras la orfandad que padecen las dirigencias políticas nativas. Para escapar del pantano en que se hundió la Nación el mejor camino es el estímulo a la investigación y al desarrollo del conocimiento. Y hay que hacerlo sin demoras, más precisamente: ya.
Todavía se está a tiempo. Las reservas intelectuales de la Argentina son importantes, pese al terrible daño que se les ha infligido entre la represión y la indiferencia. Es hora de abandonar la tendencia a poner parches y al cortoplacismo para comenzar a plasmar el país del futuro.
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