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domingo,
28 de
agosto de
2005 |
El cazador oculto: "Un capítulo de la sitcom de la política"
Ricardo Luque / Escenario
"Está todo muy lindo, muy prolijito, pero, la verdad, extraño el bochinche de los actos peronistas". El hombre, un viejo militante que se jacta de haber abrazado la causa desde "la primera hora", habló con voz queda. Sus palabras, apenas un susurro en la inmensidad verde del Parque de la Independencia, no querían importunar al puñado de kirchneristas que seguían el lanzamiento de la campaña del Frente para la Victoria a través de la pantalla de video instalada afuera del estadio cubierto de Newell's. En su mirada había un dejo de nostalgia, que empañaba los gruesos cristales de los anteojos que hacían equilibrio en la punta de la nariz. Quizás extrañaba los bombos, la marchita, esa agitación estimulante que se respiraba, allá lejos y hace tiempo, cuando los actos políticos eran para la gente. Porque, hay que decirlo, de un tiempo a esta parte no son más que un montaje para los medios. Y, sobre todo, para la televisión. Como la vida misma, que de un día para otro saltó del álbum familiar, o cómo gustaba decir a un viejo amigo, del arcón de los recuerdos, a la pantalla del televisor. Y ahí está Diego, cantándole sus penas de amor a la Claudia sobre un collage de fotos de un pasado que parece feliz pero que no alcanzó para sobrevivir al amor, para probarlo. También Pelusa, frente a frente con Susana, la mujer que le robó, en sus propias narices, el corazón de Carlitos. Y todo, por un par de puntos de rating. O por sumar votos, que hoy por hoy parece lo mismo. Aunque no lo sea. Y parece lo mismo porque las estrategias a las que se apela para ganar voluntades son igualitas, como diría la abuela María, como dos gotas de agua. O a la comedia familiar, que fue el discurso de Cristina, no respondía a un libreto que sus actores habían ensayado esmeradamente antes de ponerlo en escena. Porque quien duda que los reclamos de esposa son un cliché del género que hoy funcionan tan bien en "Casado con hijos" como en el Planeta K. Y eso es así porque, desde que los creativos publicitarios tomaron en sus manos la propaganda electora, la política se convirtió en una sitcom hecha y derecha. Con risas grabadas, portazos, villanos, extras y el recurso a la confusión (al malentendido, o lo que es lo mismo, el malexplicado) como esperanza de que la historia tenga un final feliz. En las elecciones, claro.
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