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domingo,
07 de
agosto de
2005 |
Adrenalina
La excursión prometía emociones. "Turismo aventura" era el rótulo que la designaba. Una sencilla caminata matutina a través de la jungla de la mata atlántica, entre playa desierta y playa desierta, se presentaba como un ejercicio ideal para abrir el apetito y prepararse para la siguiente inmersión en las profundidades heladas de la caipirinha.
Al principio, y más allá de las incomodidades que provocaba desplazarse por los lodosos senderos selváticos -llamados "trilhas" por los lugareños-, el paseo se realizó entre cancheras sonrisas y alusiones tarzanescas, con uno que otro periodista sintiéndose Ron Ely o Marshall Thompson (¿se acuerdan de "Daktari"?).
Pero nada era como parecía. Después de la primera playa, lo que en principio se veía atractivo y exótico comenzó a tornarse pegajoso y molesto. Ya no causaban sonrisas sino movimientos de aprensión y hasta cierto miedo los movimientos de las serpientes en la maleza, los lejanos aullidos de los monos y las gigantescas telas de araña que unían árbol con árbol, y donde de vez en cuando se podía vislumbrar un bicho que parecía escapado de una película de terror de la década del sesenta.
Al principio, un humor filosófico permitió afrontar el desafío con bromitas socarronas. Pero cuando tres cronistas, incluyendo el que escribe, se vieron enfrentados al descenso de un "morro" por un angosto camino de cornisa -veinte metros más abajo, rocas filosas y el mar- que parecía una pista de patinaje por la cantidad de barro acumulado, todo vestigio de humor desapareció y surgió, sin medias tintas, el miedo.
"Yo por ahí no paso", dijo uno. Y es que el descenso con posterior ascenso en cerrada "L", con precipicio a medio metro y sin siquiera una piedrita para afirmarse, prometía emociones de las fuertes. Ese fue el momento en que los tres hombres de prensa debatieron si al día siguiente iban o no a ser noticia de tapa en los medios nacionales. "Apenas una breve", fue la lapidaria conclusión colectiva.
Nadie sabe bien cómo, pero finalmente el trío logró atravesar con vida la encrucijada. Y al llegar al destino final, donde esperaban la cerveza helada, el cigarrillo de la celebración y las palmeras ondulantes junto al agua cálida, la bronca por el riesgo corrido se transformó en reproches contra el guía, quien no se inmutó al contestar: "Sólo fue un poquito de adrenalina".
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