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 domingo, 07 de agosto de 2005  
San Salvador de Bahía: sabor, música y aromas del nordeste
Historia, realidad y leyenda se funden en los empedrados de las calles de Bahía, cuna y musa de la poesía de Vinicius y Jorge Amado

Sebastián Riestra / La Capital

Los lugares a donde se viaja son, a veces, puertas de entrada a una vida nueva. Si la puerta, aún cerrada, quedara en el nordeste de Brasil y detrás suyo hubiera un mar tan azul como el más azul de los cielos, noches estrelladas, antiguas calles empedradas y mujeres de piel café que sonríen con algo que no son los ojos ni la boca, entonces detrás estaría Bahía. Y si abriéramos la puerta y pasáramos, tal vez ya no querríamos regresar al punto de partida.

Acaso lo supiera bien Jorge Amado. Fascinante combinación de historia y vida, de realidad y leyenda, de belleza y sordidez, la vieja ciudad joven donde comenzó Brasil es un territorio en que el misterio crece en flor, como decía el escritor, para quien quiera tomarlo. Quienes conocen a fondo el país aseguran que el "verdadero" Brasil se encuentra en el norte. Y cuando lo dicen piensan que es allí donde el elemento negro marca a fondo una identidad nacional única en el mundo.

La ciudad que fue capital nacional entre 1549 y 1763 permite exploraciones múltiples. Verticales u horizontales, planificadas o espontáneas. Y las sensaciones que despierta son tan plurales como profundas: sólo la indiferencia pareciera estar prohibida.

Desde el Pelourinho -corazón histórico de la urbe- hasta el extenso cinturón de playas, donde es posible bañarse durante todo el año gracias a una temperatura media que oscila entre los veinte y treinta grados, las propuestas inevitablemente seducen al viajero. Porque en Bahía es posible empaparse de la intensa vida de la ciudad y también refugiarse en la naturaleza. Sin embargo, la presencia del pasado es una constante ineludible.

Como todas las ciudades que quieran en verdad conocerse, corresponde transitar a pie por la geografía bahiana y acaso el itinerario se enriquecerá notablemente si lo emprendemos tras haber escuchado a Vinicius de Moraes y leído a Amado. Es que el autor de "Capitanes de la arena", "Gabriela, clavo y canela" y "Doña Flor y sus dos maridos" escribió además una excepcional guía destinada a describir y exaltar a Salvador, donde no nació pero a la que adoptó como suya. Editada por Losada, se consigue en las buenas librerías: cómprela. Si no, pídala prestada.

Bahía está cargada de sabor, de música y de aromas tan intensos como los contrastes cromáticos y sociales de su paisaje. El recorrido nocturno por el Pelourinho -declarado patrimonio histórico de la humanidad por la Unesco en 1985- es imperdible para quienes creen que un viaje no debe ser un paseo por lugares resguardados de la vida del pueblo sino una inmersión en el alma de la gente. Entre puestos de venta de artesanías, despachos de bebidas -imprescindible sumergirse en el gélido verdor de la "caipirinha"-, danza callejera y mujeres tan deslumbrantes como peligrosas en el mejor sentido del término transcurre la excursión a través de las colinas empedradas con antiquísimos adoquines. Iglesias por doquier, mansiones tan esplendorosas como fantasmales y barcitos con mesas en la calle donde se puede escuchar la mejor bossa se plantan como faros que atraen a los turistas.

Cosmopolita, colmada de europeos y europeas rubias y de ojos siempre muy abiertos, la ciudad también seduce por su gastronomía exótica, por sus mercados multicolores, sus variados museos y una infraestructura hotelera destinada a satisfacer a los paladares más exigentes. El hotel donde este cronista descansó del fragor diurno y nocturno -el esplendoroso Catussaba- es una excelente muestra de la gran calidad del servicio bahiano.

Pero es la calidez de la gente lo que más conmueve: la sonrisa profunda -hija del alma-, la cordialidad que brota de la aceptación feliz de un destino demasiadas veces ligado a la pobreza.

Es posible perderse para siempre en Bahía. Pero para encontrar una versión más luminosa e intensa de la vida.


Ilhéus, tierra de candor
Cuna de Jorge Amado, Ilhéus se abre al turista como una encantadora ciudad provinciana donde la naturaleza se hermana con un pasado de esplendor vinculado al "oro marrón", el cacao.

La planta madre del chocolate fue, en efecto, la base de una riqueza increíble que se agotó de pronto, en la década del ochenta del siglo pasado, por culpa de la irrupción de una plaga fatal que transformó el oasis en desierto prácticamente en un suspiro.

Pero eso es parte del pasado: mientras las legendarias plantaciones comienzan a recuperarse, Ilhéus busca y encuentra nuevos caminos. Los kilómetros y kilómetros de playas vírgenes que rodean a la ciudad son un irresistible imán para el turismo europeo, que busca aguas cálidas y arenas blancas.

La casa donde nació el gran novelista es otro atractivo, así como la irresistible cerveza helada que se puede consumir en el Vesubio, el bar donde el creador de Gabriela llevaba a sus amigas. Más allá, la Mata Atlántica -paisaje selvático- ofrece sus encantos vírgenes.


Itacaré, paraíso escondido
Brasil ofrece, en su diversidad sin fin, destinos exóticos que conjugan como ninguno sol, mar, vegetación tropical y refinado lujo. Itacaré, a sólo sesenta kilómetros de Ilhéus, es un paisaje que parece escapado de alguna serie televisiva de los setenta. ¿Recuerdan "La isla de la fantasía"?: bueno, así es Itacaré, casi impensable para un argentino medio. Sin embargo, tanto confort no es inaccesible: el Blue Tree Village -hotel suntuoso y a la vez informal- ofrece el paraíso a un precio que más de uno podrá y querrá pagar sin quejas.

Ideal para una escapada romántica si primero se consigue el "partenaire" adecuado -¿por qué no una luna de miel?-, Itacaré no parece real hasta que llega el momento de abandonarlo. Sólo entonces se descubre cuánta maravilla es posible en un viaje, y cuánto más cerca está de lo que uno cree. Alcanzará, tal vez, con apostar por la aventura.
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El Pelourinho es el centro histórico. Como un balcón se asoma al mar y al puerto desde la ciudad alta.

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